Todo el mar en la playa de Marti¨¢nez
Pasado y presente se funden en el pulm¨®n salino del Puerto de la Cruz, al norte de Tenerife
Es la playa de Marti¨¢nez. Ronca el mar ah¨ª, siempre est¨¢ despierto. Te arrastra con enga?os supremos, con su fuerza extraordinaria, te promete el para¨ªso con artes del infierno. El agua est¨¢ helada pero te somete en seguida a una lucha en la que su poder te abraza y a la vez te abrasa, todo es mar y fuego y piedra alrededor en cuanto entras a la playa de Marti¨¢nez.
Es el pulm¨®n salino del Puerto de la Cruz, mi pueblo. El muelle es el pulm¨®n salado, ah¨ª acaba el derrotero de los peces, en ese lugar se implora a la Virgen del Carmen que sea f¨¦rtil el fondo del mar, que haya mayitas, los pescados que buscan los ruidosos pescadores rumbosos. San Telmo es la playa rocosa, desde all¨ª se ve la llanura del Penitente, las rocas que el hombre reconstruy¨® para hacerla parte de la postal que el turismo prolong¨® en el Lago de Marti¨¢nez, junto al Charco de la Soga, el cuadro que le pint¨® C¨¦sar Manrique al pueblo.
Ya no est¨¢n los charquitos donde los adolescentes cre¨ªamos inaugurar las caricias prohibidas. Era el mar pac¨ªfico, amansado por las rocas, ante las grandes construcciones. Los hoteles le daban sombra a nuestros descubrimientos, manos amantes en el mar quieto.
El Charco de la Soga era la Marti¨¢nez popular. Ah¨ª ven¨ªan, a mediados del siglo XX, mi padre y mi madre, con viandas que luego compart¨ªan con otras familias. Los chicos nos arroj¨¢bamos al mar brav¨ªo apoyados en neum¨¢ticos inflados e ¨ªbamos flotando hasta el final del espig¨®n. Un d¨ªa esa traici¨®n que guardan las olas para los desaprensivos hizo su aparici¨®n y un muchacho con el que sol¨ªa jugar al billar acudi¨® a mi rescate. Nunca podr¨¦ olvidar lo que significa la palabra zozobra.
De ese charco ilustre, el Charco de la Soga, tengo otros recuerdos mucho m¨¢s placenteros. Mi padre y mi madre riendo. En aquel entonces, cuando las familias eran felices un rato por la tarde de los domingos, era en la playa donde se re¨ªan. Y mi imagen de entonces es, vestido de arriba abajo, aquel cuerpo chico jugando con la arena, oli¨¦ndola, y escuchando re¨ªr a mis padres.
Marti¨¢nez era un continente hecho para que el mar retozara. Yo iba vestido a la playa, con mis padres, porque padec¨ªa asma infantil, bronquial, y no era bueno, dec¨ªan, que cogiera fr¨ªo o intemperie. Alg¨²n tiempo despu¨¦s me vengu¨¦. Fui solo, clandestino, a la playa grande, la de Marti¨¢nez, me escond¨ªa tras las rocas y desde ah¨ª avanzaba hasta el la orilla y me hice amigo del mar, de la sal, del olor del mar, del yodo, de la frescura de las olas rompiendo contra las rocas y contra mi, desamparado habitante de aquel sue?o.
Algunos a?os despu¨¦s volv¨ª a la playa de Marti¨¢nez, la vi a todas horas, no s¨®lo desde la altura en la que ya es eco su hermoso sonido contundente, sino que la contempl¨¦ a todas horas, desde cuando despierta en la penumbra y es como un ave de mil alas blancas, hasta el mediod¨ªa en que pega contra las rocas y contra la orilla creando espuma seca, innumerable; y tambi¨¦n la vi al atardecer, cuando el mar es rojo melancol¨ªa.
A esa hora, que es la hora que recoge la fotograf¨ªa, Marti¨¢nez tiene todos los colores, y es a la vez mesa abierta para una cena de peces misteriosos y tambi¨¦n v¨ªa hacia el mundo de la noche, donde coexisten los ahogados tristes y los ni?os que, como yo mismo, descubrieron el mar como sonido gracias al espect¨¢culo que me devuelve ahora, como uno de los bellos recuerdos de un isle?o, esta orilla que ah¨ª se ve como el abrazo que el d¨ªa le da a la noche al atardecer en la playa de Marti¨¢nez o en la vida.
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