Viaje lento al centro de Portugal
Desde Monfortinho, una deliciosa ruta por carreteras secundarias que cruza la sierra da Estrela para tocar el Atl¨¢ntico en Costa Nova y volver hacia Espa?a por el norte, siguiendo el r¨ªo Duero
La habitaci¨®n es pesada, oscura, austera. Sin luz. El hueco que da paso a la siguiente es a¨²n m¨¢s tenebroso. Huele a madera gruesa y legendaria. Meto la cabeza bajo el dosel de la cama e intento ver lo que ¨¦l ve¨ªa a trav¨¦s del umbral de la otra habitaci¨®n. ¡°No puede hacer fotos¡±, dice el guarda. No lo sab¨ªa, he hecho de los dem¨¢s sitios, pero del dormitorio no puedo. El hueco comunica con el altar mayor de la iglesia, desde all¨ª pod¨ªa escuchar los oficios religiosos tumbado en la cama. Carlos I de Espa?a y V de Alemania vino a morir al monasterio de Yuste. Su retiro, recogimiento y purgamiento (que dir¨ªan los m¨ªsticos) empez¨® el 28 de septiembre de 1555 y dur¨® hasta su muerte, en 1558. Eligi¨® el lugar porque el clima era el mejor para su gota y porque admiraba la austeridad de la orden de los jer¨®nimos a la que pertenec¨ªa el monasterio, pero tambi¨¦n porque ten¨ªa miedo a la muerte y quer¨ªa prepararse para ella. ?l, que conoci¨® bien el erasmismo, hab¨ªa le¨ªdo con seguridad Preparaci¨®n y aparejo para bien morir (1535), de Erasmo, y sab¨ªa que para morir bien hab¨ªa que vivir bien.
As¨ª me acerqu¨¦ a Portugal. Por La Vera, de fecundidad y clima generosos. Porque cuando se prepara el viaje a Portugal, adem¨¢s de la duda de qu¨¦ ver, surge la de por d¨®nde acceder. Porque la proximidad de un pa¨ªs (ya lo sabemos) no significa conocerlo, y Portugal merece tantos viajes como lugares por donde se acceda o se llegue.
Monfortinho y Monsanto
A apenas dos kil¨®metros de Espa?a, a orillas del r¨ªo Erjas, espera Monfortinho. Inauguradas en 1725, sus termas reciben el agua de la Fonte Santa. Al igual que en otras localidades del centro del pa¨ªs, se puede disfrutar de un tratamiento termal y proseguir viaje o elegir un lugar cercano para alojarse despu¨¦s. Era domingo al mediod¨ªa y la freguesia estaba vac¨ªa. A pesar del calor amigable y la humedad reparadora que desprend¨ªa la entrada de las termas, preferimos una terracita de un bar local. Altos eucaliptos al fondo y, delante, restos de una fonda con una ventana de ojo de buey que un d¨ªa aloj¨® a ba?istas.
Monsanto, lugar preferido por turistas espa?oles cercanos a La Raya o frontera, aparece enseguida en el horizonte. Est¨¢ a menos de 30 kil¨®metros de Monfortinho. Hay que dejar el coche a la entrada y subir por las calles empinadas. Sin sucumbir, llegar al castillo a 758 metros de altura, la parte m¨¢s alta y antigua del Mons Sanctus. Afonso Henriques lo mand¨® construir en 1165 para la orden de los templarios. La vista es magn¨ªfica y se entrev¨¦ el valle entre las rocas gigantescas t¨ªpicas del pueblo. All¨ª est¨¢n tambi¨¦n las ruinas preciosas de la capilla de San Miguel, del siglo XII, que se suelen pasar de largo; crean una atm¨®sfera que no volver¨¢ a aparecer en las ciudades y pueblos sucesivos. Hay que perderse por las breves callejuelas que devuelven al centro y fijarse en las casas de piedra. Son pulcras y perfectas, est¨¢n casi todas cerradas y se insertan geom¨¦tricamente entre los t¨²mulos de piedra singulares de Monsanto. Me gustan sus lavaderos y pocilgas a?adidos en el exterior, guardan la misma coqueter¨ªa que las casas y la misma materialidad gris del castillo. Es el pueblo de Monsanto lo que un viajero del siglo XIX denominar¨ªa pintoresco y las gu¨ªas tur¨ªsticas se?alan hoy como el pueblo m¨¢s portugu¨¦s de Portugal.
Serra da Estrela
Penamacor, en el distrito de Castelo Branco, puede ser un buen lugar para repostar y visitar los pueblos vecinos antes de cruzar hacia la imponente Serra da Estrela, la sierra de la Estrella. Desde all¨ª, llegar al ordenado y cuidado Sortelha, con su per¨ªmetro amurallado oval. Merece la pena encaramarse a las murallas del castillo rom¨¢nico-g¨®tico para ver el valle y c¨®mo serpentean las calles y casas restaurad¨ªsimas desde las alturas. Luego Belmonte, patria del navegante y avistador de las costas brasile?as y, por tanto, descubridor de Brasil, Pedro ?lvarez Cabral, y patria (por poco tiempo) de los extreme?os jud¨ªos expulsados en 1492, cuando alrededor de 100.000, entre castellanos y aragoneses, fueron obligados a marcharse por el edicto de los Reyes Cat¨®licos. Apenas cuatro a?os despu¨¦s, los jud¨ªos de Portugal eran forzados por el rey Manuel I a convertirse colectivamente o a ser expulsados, pues, por su matrimonio con Isabel, hija de los Reyes Cat¨®licos, ten¨ªa la obligaci¨®n de expulsar a jud¨ªos y musulmanes. En 1996 se inau?guraba la sinagoga, y en 2006, el Museo Jud¨ªo en Belmonte.
Hasta el pueblo se acercan turistas americanos de alto poder adquisitivo de los que atrae Portugal desde que cantantes y arist¨®cratas de medio mundo han hecho del pa¨ªs uno de sus sitios predilectos. Es una pareja mayor. ?l, bastante m¨¢s que ella, camina a tropezones, casi torpe, quiz¨¢ sea el ¨²ltimo viaje de los dos. Piden dos capuchinos a la hora de la comida en una terraza de moda (las hay en Belmonte, 7.000 habitantes, y en mil sitios m¨¢s) de un restaurante estupendo. Me he levantado para dejarles pasar cuando se han sentado en la mesa de al lado. Ella se?ala con la mano un cartel y le pregunta al hombre qu¨¦ es. Me sonr¨ªe y, supongo que como muestra de cortes¨ªa y respuesta a mi gesto anterior, me lo pregunta a m¨ª tambi¨¦n. ¡°Es un candelabro. Un candelabro de siete brazos¡±, contesto.
Merece la pena encaramarse a las murallas del castillo de Sortelha para ver desde all¨ª el valle, las calles y casas
La sierra da Estrela no es solo el centro de Portugal, sino que podr¨ªa ser el centro del mundo. Qu¨¦ placer, extensi¨®n y tesoro viajar por las carreteras y atravesarla. El que fue el primer parque natural del pa¨ªs se extiende a trav¨¦s de seis municipios y 100.000 hect¨¢reas y ha sido declarada reserva biogen¨¦tica. Las monta?as, casi oscuras, son imponentes. No nos cruzamos con apenas coches, las entradas y salidas de senderos est¨¢n perfectamente se?alizados. Volver y caminarla, qu¨¦ gran idea. Entre encinas, casta?os, robles y pinos bravos. Los pueblos est¨¢n muy animados, es d¨ªa de mercado y miro con nostalgia la plaza en la que no tenemos tiempo para parar. Me acuerdo de una amiga de ni?a a quien le obligaban a escribir postales a su t¨ªa portuguesa. Contaban que ten¨ªa una casa magn¨ªfica y aristocr¨¢tica. Se llamaba Marita y viv¨ªa en la sierra da Estrela. ?C¨®mo ser¨ªa vivir en una villa noble entre estas monta?as oscuras y solemnes? Sin embargo, el incendio. De camino hacia Luso, nos encontramos con la herida del fuego. Tengo que parar. Entrar en la monta?a calcinada y situarme en medio de los cad¨¢veres de madera. Estamos al lado de Teixeira de Baixo, donde ardieron 500 hect¨¢reas entre 2014 y 2016. La sierra da Estrela ha sufrido incendios grav¨ªsimos desde 2010, alrededor de 12.000 hect¨¢reas se han quemado desde entonces. Reparar la muerte de los pinos bravos, por ejemplo, costar¨¢ 11 a?os. Lo est¨¢n intentando y repueblan los montes con eucaliptos, que crecen m¨¢s r¨¢pido. Viajamos kil¨®metros entre las tierras cenizas y marrones, los cad¨¢veres erectos y oscuros de los ¨¢rboles y las manchas verdes de los ¨¢rboles reci¨¦n plantados.
Bu?aco y Luso
Sin apenas darnos cuenta, nos topamos con una de las 11 entradas del bosque de Bu?aco. Dentro de los muros que lo rodean, edificados al igual que el convento del interior por los carmelitas descalzos, hay ¨¢rboles de 700 especies. Muchos fueron tra¨ªdos de ultramar, como el cedro de San Jos¨¦ o el cipr¨¦s de M¨¦xico plantado en 1656. Intento imaginarme la terrible batalla que se libr¨® en el bosque. Fue en 1810, los soldados portugueses lucharon apoyados por las huestes inglesas de Wellington contra las tropas de Napole¨®n, que perdieron la batalla.
Preferimos alojarnos en Luso en vez de Coimbra con cierta ilusi¨®n inocente, como si as¨ª fu¨¦ramos menos turistas. El pueblo es peque?o, tranquilo, agradabil¨ªsimo, y nos quedamos varados unos d¨ªas. Tiene unas termas estupendas, un parque delante de la iglesia donde el sol se incendia al atardecer; un restaurante de brochetas enormes, casi sables, que a¨²n echo de menos, y un banco ?donde leo una ¨²ltima traducci¨®n de Libro del desasosiego, de Pessoa, y descubro los poemas de la escritora Sophia de Mello.
Coimbra
Coimbra est¨¢ animad¨ªsima, como siempre. Las ciudades universitarias tienen otro toque, otra atm¨®sfera, otra pulsi¨®n. Dejamos el coche al otro lado del r¨ªo para verla desde la distancia y cruzamos el puente de Santa Clara. Desde el Museo Nacional de Machado de Castro se ve, a la inversa, una visi¨®n de s¨ª misma desde el interior. Sigo subiendo hasta la Facultad de Letras para recordar mis tiempos de estudiante. Me pierdo en los pasillos antiguos, casi se?oriales, de la primera planta, y veo despachos y bibliotecas de disciplinas maravillosas y ex¨®ticas a las que solo un pa¨ªs navegante como Portugal dedica estudios. Luego descendemos hasta el parque de Santa Cruz y la plaza de la Rep¨²blica, sin turistas y con estudiantes. Un sitio para dejar pasar las horas, hablar en una de las terrazas con las mesas contiguas y, quiz¨¢s, escribir. De vuelta al coche, y descendiendo por el mercado Pedro V, una parada en el caf¨¦ Santa Cruz, dentro de la que fue iglesia parroquial adosada al monasterio del mismo nombre. Y como resumen del d¨ªa, una pintada mural cuya foto subo a las redes, ¡°Mais amor¡±, en rojo, como si fuera sangre derramada que cae por las callejuelas de Coimbra.
Aveiro y Costa Nova
A poco m¨¢s de 60 kil¨®metros llegamos a Aveiro. Dicen que no hace mucho se pod¨ªa ver en las lenguas de mar la pesca de arrastre con bueyes. Nada queda ya, y el pueblo es un fluir de visitantes, pero muy hermoso. Su econom¨ªa se basa en el mar y tuvo su auge en los siglos XVII y XVIII con el desarrollo de la r¨ªa. De finales del XIX y el principio del XX quedan muestras de art nouveau y d¨¦co, pero, sobre todo, destacan las fachadas de azulejos de las casas. Cuanto m¨¢s se pierde una por las callejuelas, m¨¢s sorpresas encuentra.
No ten¨ªamos planeado ir a Costa Nova, pero, como ocurre en los viajes, lo inesperado suele ser lo m¨¢s importante. Buscamos las playas de Aveiro y nos topamos con una sorpresa, una peque?a pen¨ªnsula a 12 kil¨®metros y un lugar bello y diferente. Costa Nova est¨¢ entre la r¨ªa de Aveiro y el mar. Tiene unas casas de tejados largos y puntiagudos a dos aguas de madera y rayas verticales de colores. Provienen de las casas antiguas de los pescadores, transformadas ya en el siglo XIX para alojar a veraneantes, y conforman unas calles anchas que dan, por un lado, a la r¨ªa ancha y serena y, por otro, a la playa salvaje y aventada del Atl¨¢ntico. ¡°Ahora¡±, nos contar¨¢ el due?o de la pousada de Luso, ¡°es el sitio de veraneo de la burgues¨ªa de Oporto. De ni?o, ¨ªbamos nosotros y com¨ªamos los cangrejos rojos de r¨ªo m¨¢s ricos de Portugal¡±.
Empezamos a seguir el Duero a la altura de Castelo de Paiva por la impresionante carretera nacional 222
Guimar?es
Pasando de largo Oporto, seguimos hacia Guimar?es, la ciudad natal de Afonso Henriques, primer rey de Portugal, con un centro hist¨®rico ejemplar e incluida en la lista de bienes del patrimonio mundial. Merece la pena quedarse al menos dos o tres noches para disfrutar del ambiente, influido por la vida universitaria. Adem¨¢s de recorrer el casco antiguo, hay que pasear por los alrededores del castillo fortaleza del siglo XI y descender por las calles de casas burguesas hacia el centro, visitar la iglesia de Nuestra Se?ora de la Consolaci¨®n y Santos Pasos y llegar hasta la estaci¨®n de tren a pie para subir m¨¢s tarde al funicular de la ciudad. Guimar?es tambi¨¦n ha cambiado y, poco a poco, se ha llenado de restaurantes y tiendas de dise?o de j¨®venes creadores. Su festival de ?jazz, que este a?o se celebra del 7 al 16 de noviembre, es otra excusa perfecta para disfrutar de la ciudad.
El Duero
A¨²n nos da tiempo para ver el curso del r¨ªo Duero. Lo acompa?amos con el coche por carreteras angostas que dan a los barrancos del r¨ªo entre vi?edos escalonados y bodegas. Hay otras opciones, cruceros por ejemplo, pero eso queda para otro de los muchos viajes pendientes a Portugal. Empezamos a seguirlo a la altura de Castelo de Paiva por la impresionante carretera nacional 222. Dejamos atr¨¢s pueblos muy hermosos, como Souto do Rio, Porto Antigo y Caldas de Aregos, hasta llegar a Peso da R¨¦gua, la capital del Duero, donde el r¨ªo es la base econ¨®mica y social desde el siglo XVIII, y se vuelve majestuoso y conforma un puerto fluvial. A¨²n pernoctaremos en Torre de Moncorvo, alej¨¢ndonos del Duero, antes de seguir camino hacia la frontera. Antes de cruzarla, pasamos por Miranda do Douro, en el parque natural do Douro Internacional, donde para ver el r¨ªo hace falta pr¨¢cticamente sacar la cabeza del coche y contemplar la maravilla de su paso encajonado entre barrancos y ca?ones.
Gu¨ªa
- Oficina de turismo de Portugal.
- Informaci¨®n tur¨ªstica del centro de Portugal.
- Oficina de turismo de Guimar?es.
- Informaci¨®n tur¨ªstica de la regi¨®n de Oporto y del norte de Portugal.
Zamora se vuelve excusa. Lugar para dilatar el viaje y que no acabe, y gran sorpresa despu¨¦s de un tiempo sin venir. Las iglesias infinitas, el rom¨¢nico¡ Zamora es imponente y es hermosa. Nos llama la atenci¨®n un cartel con un dise?o atractivo de una exposici¨®n y preguntamos por ¨¦l en la oficina de informaci¨®n. Nos indican que esa tarde hay una visita guiada al Museo Etnogr¨¢fico de Castilla y Le¨®n. Materializando el imaginario tradicional, se trata de un itinerario culto y pormenorizado que viaja por las concepciones sagradas y las tradiciones del mundo. El viaje es redondo. Bebemos unos vinos en la Plaza Mayor y comemos pinchos de esos que cada vez se sofistican m¨¢s. Nos apresuramos por la calle de Balborraz de vuelta al hotel, y yo aprieto fuerte en mi bolsillo un pr¨®ximo viaje. El itinerario a bol¨ªgrafo en una servilleta de papel que hemos dibujado entre copa y copa: Portugal, de nuevo.
Patricia Almarcegui es autora de La memoria del cuerpo.
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