Mineros por un d¨ªa en Asturias
Motor econ¨®mico durante d¨¦cadas, hoy las galer¨ªas de extracci¨®n de carb¨®n reciben a los turistas. Un recorrido para descubrir el patrimonio industrial de la regi¨®n con visitas al Pozo Sot¨®n, la mina submarina de Arnao y el pueblo minero de Bustiello
Nunca se vio una oscuridad tan perfecta. Aunque uno tenga abiertos los ojos, el negro no se ve interrumpido por ning¨²n fot¨®n. El silencio es cuasiperfecto: se oyen las respiraciones de los compa?eros, nada m¨¢s. Tal vez los latidos del planeta. Estamos a cientos de metros de profundidad, en un peque?o pasadizo llamado chimenea que comunica dos galer¨ªas ¡ªla octava y la d¨¦cima¡ª de la mina asturiana Pozo Sot¨®n, tumbados entre cuatro paredes de roca. Hay muy poco espacio y estamos muy lejos de todo. La minera Nuria, una de las que nos acompa?an (¡°somos mineros, no gu¨ªas¡±, ha dicho), es la que nos ha mandado apagar las l¨¢mparas que llevamos en el casco. Y as¨ª nos quedamos: en silencio y a oscuras, solos con nosotros mismos. Son apenas unos segundos, pero son m¨ªsticos, reveladores, hay algo metaf¨ªsico en esa oscuridad y esa ausencia de todo lo que nos rodea, que es el mundo entero. Es como no existir, es una experiencia propia del espacio profundo exterior, aunque estemos en el profundo espacio interior, muy adentro de la Tierra.
En el Pozo Sot¨®n, el visitante baja a la planta 8?, recorre estrechas chimeneas y pica carb¨®n con un martillo
En el Pozo Sot¨®n, ubicado en el concejo asturiano de El Entrego, a la orilla del r¨ªo Nal¨®n, la que algunos llaman, con su doble castillete, la catedral de la miner¨ªa, se realizaron tareas extractivas desde 1922 hasta 2014. Fuera, un homenaje recuerda a los cientos de mineros que perdieron la vida bajo tierra, en lucha contra la roca, los derrumbes y las explosiones de gris¨². Las minas asturianas est¨¢n de capa ca¨ªda, ya casi no queda ninguna, y eso que fue el motor econ¨®mico de la regi¨®n; todo sal¨ªa de la mina: la industria, el ferrocarril, la siderurgia, los puertos y astilleros, el movimiento obrero y, ya solo, las prejubilaciones. Ahora de la mina no sale casi nada: el r¨ªo Nal¨®n ya no baja negro, sino transparente. El Pozo Sot¨®n se abri¨® en junio de 2015 a los visitantes, pero no como una mina musealizada. Es una mina real, tanto que antes de entrar a uno le pertrechan totalmente como un minero: las botas, el mono, el casco con una luz frontal, los calcetines, hasta la ropa interior porque el polvo de carb¨®n se suele colar hasta las ingles.
Da respeto bajar a la mina, a una mina que es m¨¢s profunda (556 metros) que altos son muchos de los rascacielos m¨¢s famosos del mundo; casi 200 metros m¨¢s, hacia abajo, que el Empire State Building de Nueva York, por ejemplo. De hecho, el subsuelo asturiano podr¨ªa ser un Manhattan inverso, lleno de rascacielos huecos horadados en el suelo y conectados entre s¨ª. Puede uno entrar por una mina y salir por otra, como si fuera una red de metro. As¨ª, el Pozo Sot¨®n est¨¢ conectado con el legendario Pozo Mar¨ªa Luisa, protagonista del famoso himno minero Santa B¨¢rbara bendita. Hasta 6.000 kil¨®metros de galer¨ªas en busca del preciado mineral, casi el doble de la distancia que hay entre Madrid y Mosc¨². Todo eso en un peque?o espacio de las cuencas mineras, la del Caudal y la del Nal¨®n, en los valles agrestes, debajo del verde oscuro y frondoso y de un cielo asturiano casi siempre gris. Este d¨ªa cae un ligero orbayu, esa fina y lenta lluvia que todo lo impregna pero que no acaba de mojar.
Un 'souvenir' de 300 millones de a?os
Lo primero que se oye al bajar en la jaula, el ascensor de la mina ¡ªes curioso y hermoso c¨®mo en la industria nada est¨¢ pensado para ser bonito, sino ¨²til¡ª, es el fuerte sonido met¨¢lico de la puerta que se cierra. Viajamos hacia las profundidades muy apretados, como lo hac¨ªan los propios mineros (sobre todo cuando acababa la jornada y quer¨ªan irse a casa o al chigre a beber una sidra), y a buena velocidad, pasando plantas y plantas de la mina hasta llegar a la octava. Al salir de la jaula, el lugar no es tan impactante, m¨¢s bien parece un t¨²nel del metro pero peor iluminado. La cosa cambia cuando nos metemos por la chimenea antes referida, o se bajan unas escarpadas escaleras hasta lo m¨¢s profundo, o cuando metidos en un agujero m¨ªnimo nos dan un martillo neum¨¢tico de ocho kilos para picar carb¨®n con nuestras propias manos. Por cierto que esta es la primera mina del mundo accesible mediante la aplicaci¨®n Google Street View; hasta aqu¨ª abajo llegan los tent¨¢culos de la gran empresa tecnol¨®gica. Eso s¨ª, no hay cobertura ni wifi, y se agradece. Uno pica carb¨®n y arranca una piedra que estaba esper¨¢ndonos all¨ª desde la edad geol¨®gica del Carbon¨ªfero, es decir, hace unos 300 millones de a?os. Luego te llevas esa cosa a casa y no sabes d¨®nde ponerla: es un pedazo del pasado lejano de la Tierra.
Despu¨¦s nos volvemos a apretujar en un peque?o y bamboleante tren minero que discurre bajo tierra. Quiere uno imaginar c¨®mo ser¨ªan estas minas cuando estaban llenas de trabajadores, de ruidos de barreneros, picadores, vigilantes, electricistas, carretilleros. No queda nada de eso, solo el silencio que envuelve a los visitantes. La mina fuera de servicio es como un centro comercial vac¨ªo en un apocalipsis zombi. Da pena porque, aunque sabemos que hay que descarbonizar la econom¨ªa, ahora se compra el carb¨®n (a buen precio) a otros pa¨ªses y, sobre todo, porque la miner¨ªa no solo fue una actividad econ¨®mica, sino una forma de moldear el car¨¢cter de estas cuencas asturianas, sufridas, hist¨®ricas, combativas en guerras, guerrillas y revoluciones pret¨¦ritas.
El Ecomuseo Minero Valle de Samu?o y el Museo de la Siderurgia muestran la cultura minera
Al salir desde la planta d¨¦cima, feliz por haber superado el viaje al centro de la Tierra, con la cara tiznada de carb¨®n y la satisfacci¨®n de haber sobrevivido, uno se quita el uniforme de trabajo, se da una ducha y el agua sale negra.
El Pozo Sot¨®n recibi¨® en 2018 algo m¨¢s de 11.400 visitantes, pero no es la ¨²nica atracci¨®n de este tipo en Asturias, como se pudo ver en la reciente Feria de Turismo Minero e Industrial (Fetumi), que se celebr¨® en los propios aleda?os de la mina, bajo una fuerte lluvia atravesada por el sonido at¨¢vico de las gaitas. Por ejemplo, a solo unos seis kil¨®metros de distancia se encuentra el Ecomuseo Minero Valle de Samu?o, cerca de Langreo.
Es otra instalaci¨®n asturiana dedicada a la divulgaci¨®n de la vida y la cultura mineras: en ¨¦l se atraviesan los bosques y los t¨²neles a bordo de un peque?o tren amarillo, que acaba dejando en la primera planta de lo que era la mina del pueblo de La Nueva, el Pozo San Luis, donde nos recibe un imponente edificio modernista que albergaba la gran maquinaria industrial que permit¨ªa el funcionamiento del yacimiento, iniciado por la empresa Carbones La Nueva y que estuvo activo entre 1928 y 1969. Otras opciones son el Museo de la Miner¨ªa y la Industria de Asturias (MUMI), en el cercano municipio de El Entrego, donde se puede conocer mucho sobre la revoluci¨®n industrial y las m¨¢s antiguas pr¨¢cticas mineras; sobre la historia, fabricaci¨®n y el uso de los explosivos (en la Casa del Explosivo), o sobre la Brigada de Salvamento Minero, dedicada a salvar a los trabajadores de los frecuentes accidentes, y reciente y tristemente c¨¦lebre por participar en el rescate del desaparecido ni?o Julen, ca¨ªdo en un pozo en Total¨¢n (M¨¢laga). Tambi¨¦n de la reproducci¨®n museogr¨¢fica de una mina, llamada la ¡°mina imagen¡±.
El Museo de la Siderurgia (MUSI) se encuentra en lo que antes era la factor¨ªa de la longeva empresa Duro Felguera, en Langreo. En torno a una gruesa torre de refrigeraci¨®n de 45 metros de altura, decorada ahora con divertidos colores, se explica el mundo de esta industria del metal dependiente de la miner¨ªa, donde los trabajadores manipulaban materiales incandescentes a altas temperaturas para crear el andamio de acero que conforma nuestra vida cotidiana.
Galer¨ªas sumergidas
Ya en la costa hay una mina muy particular: la mina de Arnao, situada en el concejo de Castrill¨®n, a las afueras de Avil¨¦s. Es, junto a las minas de Cornualles (Inglaterra), de las pocas en Europa cuyas galer¨ªas se hunden por debajo del fondo marino. Cerrada en 1915, est¨¢ considerada la explotaci¨®n carbon¨ªfera m¨¢s antigua que se conserva en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, y en su visita se conoce su valioso castillete de madera y se cuenta la historia de la propia mina, de la empresa, de su ingenier¨ªa, pero tambi¨¦n, y sobre todo, la microhistoria de todos los trabajadores que se dejaron all¨ª sus d¨ªas, es decir, su vida, en tiempos en los que trabajar en la miner¨ªa era una actividad de m¨¢ximo riesgo y mal remunerada. Buena parte de las galer¨ªas m¨¢s profundas permanecen ahora anegadas de agua, d¨¢ndole un aura de misterio submarino. Fuera, el mar Cant¨¢brico no para de morder las rocas una y otra vez, creando un paisaje brutal, a la manera rom¨¢ntica. Lo sublime kantiano.
Y en esta ruta no hay que olvidar el poblado minero de Bustiello, levantado en el concello de Mieres entre 1890 y 1925 por la Sociedad Hullera Espa?ola, un perfecto ejemplo de paternalismo industrial: en este pueblo adorable se materializan a la vista las diferencias sociales de la ¨¦poca del segundo marqu¨¦s de Comillas, magnate minero de finales del siglo XIX y principios del XX, donde cada clase social ocupaba su sitio en diferentes niveles de altura: arriba, la Iglesia (Dios); luego, los ingenieros, y abajo, los trabajadores ¡ª?los mejores picadores¡ª, a los que se quer¨ªa apartar de ¨ªnfulas revolucionarias. En el chigre de Bustiello no se pod¨ªa hablar de revoluci¨®n proletaria y solo se le¨ªa prensa cat¨®lica y no socialista. Un guardia civil controlaba el tr¨¢fico de personas en el puente del pueblo. Los que ah¨ª viv¨ªan, viv¨ªan bien, con escuela y hospital, en una forma de ingenier¨ªa y domesticaci¨®n social, o quiz¨¢ como avance del Estado de bienestar.
El patrimonio minero e industrial, en estos tiempos hiperelectr¨®nicos, de econom¨ªa terciaria y deslocalizaci¨®n nos habla no solo de otras maneras de explotar los recursos, de trabajar con las manos o de plantarle cara al reto que nos plantea la naturaleza con su indiferencia y su frecuente ferocidad; tambi¨¦n de otras formas de vivir y de trabajar, de otras formas de configurar la sociedad, del compa?erismo, del esfuerzo, de la lucha, de la solidaridad. De unas formas de vida que mueren bajo el peso de la apisonadora del tiempo y la insoportable levedad de las redes y los bits.
De museos mineros por Espa?a y Europa
No todos los centros de turismo minero e industrial se encuentran en Asturias. Algunas de estas otras opciones repartidas por la Pen¨ªnsula tambi¨¦n comparecieron en la Fetumi, como el Museo de la Ciencia y de la T¨¦cnica de Catalu?a, que mantiene una red de 27 centros muse¨ªsticos y patrimoniales que explican la industrializaci¨®n de este territorio. Tambi¨¦n se puede visitar el Museo de la Energ¨ªa de Ponferrada (Le¨®n); el Museo de la Siderurgia y la Miner¨ªa de Castilla y Le¨®n, en Sabero (Le¨®n); el Museo Minero de Escucha (Teruel); la Cueva El Soplao (Cantabria), y las minas de Arditurri y la Fundaci¨®n Museo de la Miner¨ªa, ambos en Gipuzkoa. Y en Huelva se encuentra el Parque Minero de Riotinto, donde adem¨¢s de conocer la historia de la explotaci¨®n se contemplan paisajes parecidos a los que podr¨ªamos encontrar en Marte, en los que habitan bacterias extrem¨®filas. Sin olvidar las minas de cinabrio de Almad¨¦n, en Ciudad Real, y la mina donde se encuentra la geoda gigante de Pulp¨ª (Almer¨ªa).
Y m¨¢s lejos est¨¢n la Ruta Industrial de Silesia, en Polonia, donde se visitan diferentes minas, f¨¢bricas y museos, y la cuenca alemana del Ruhr, una antigua zona industrial convertida actualmente en un icono europeo de este tipo de turismo, como referente cultural e industrial.
Sergio C. Fanjul es autor de La ciudad infinita (Reservoir Books).?
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