?rase una vez But¨¢n
La tranquila vida de Timbu, la capital. Una naturaleza desbordante rumbo al Paso de Dochula. Y la imprescindible, y algo exigente, caminata hasta el Nido del Tigre. Viaje por el peque?o reino del Himalaya que mide su riqueza por la felicidad de sus habitantes
El avi¨®n sobrevuela el Himalaya y hace un ¨²ltimo requiebro a la cordillera antes de descender sobre un valle para aterrizar en el peque?o aeropuerto de Paro, la ¨²nica ciudad de But¨¢n que cuenta con conexiones a¨¦reas internacionales. El primer contacto con este peque?o reino cuya riqueza no se mide por los datos macroecon¨®micos del producto interior bruto, sino por la felicidad de sus algo menos de 800.000 habitantes, no defrauda.
La mayor¨ªa de los empleados del aer¨®dromo visten el traje t¨ªpico (los hombres, el bat¨ªn hasta las rodillas llamado go, y las mujeres, la kira, con su multicolor falda entallada con chaqueta corta), sobre el que se han puesto el chaleco reflectante reglamentario. La terminal, levantada al estilo tradicio?nal de But¨¢n, es una acogedora construcci¨®n a la que se dirigen con paso r¨¢pido los viajeros para adentrarse en este pa¨ªs de cuento y con una extensi¨®n menor a la de Extremadura. Son prisas l¨®gicas si tenemos en cuenta que llegar hasta aqu¨ª no es f¨¢cil ni tampoco barato: los vuelos son escasos y las auto?ridades exigen a cada viajero el pago de una cuota diaria de hasta 250 d¨®lares (227 euros) en temporada alta, adem¨¢s de atenerse a un programa cerrado. But¨¢n, elegido por la editorial Lonely Planet como el pa¨ªs que hay que descubrir en 2020, no es lugar para mochileros ni para la improvisaci¨®n.
Tampoco lo es para las prisas. Las mil y una curvas de la carretera que discurre entre Paro y Timbu, la capital, alargan un trayecto de 30 kil¨®metros a casi una hora de coche. No importa, porque el paisaje compensa con creces la lentitud del traslado. El estrecho valle se acurruca flanqueado por empinadas monta?as que se elevan cubiertas de ¨¢rboles. Banderas de oraci¨®n budista lanzan sus multicolores plegarias desde cualquier rinc¨®n. Y espor¨¢dicas construcciones, siempre erigidas al modo tradicional, exhiben con orgullo en sus fachadas dibujos que representan tigres, dragones y s¨ªmbolos religiosos. As¨ª hasta llegar a la capital, una coqueta ciudad que se extiende a ambos lados del r¨ªo Chu en el escaso espacio que le permiten el embravecido caudal y las cumbres que la custodian.
Para un europeo, Timbu no pasa de ser una ciudad de provincias peque?a con poco m¨¢s de 100.000 habitantes. No hay grandes avenidas ni altos edificios. Su calle principal, Norzim Lam, es un buen ejemplo de ello. Los comercios a un lado y otro no deslumbran con luces ni escaparates rebosantes, y el sem¨¢foro que regula el tr¨¢fico en su principal cruce es un polic¨ªa que muestra su destreza en dar paso o frenar autom¨®viles con movimientos dignos de Michael Jackson. Tampoco se encuentran locales de cadenas multinacionales de comida r¨¢pida. Aqu¨ª el plato m¨¢s t¨ªpico es el mo mo ¡ªempanadillas asi¨¢ticas cocidas rellenas de carne o verdura¡ª, y si se echa de menos una hamburguesa, nada como la de carne de yak. Para beber una cerveza vale cualquiera de las marcas locales, muchas de las cuales presumen en sus etiquetas de ser artesanales o estar hechas de arroz rojo.
En un pa¨ªs en el que no hubo tele hasta 1999, el tiro con arco es la gran afici¨®n
Timbu es de esos lugares que se pasean sin rumbo. Su gran monumento es el dzong Tashichoe, antiguo monasterio budista fortificado que ahora sirve como centro pol¨ªtico de este pa¨ªs asi¨¢tico que tuvo su primera Constituci¨®n en julio de 2008. La mole blanca rematada por tejados de color rojo y dorado destaca sobre una ciudad en la que la sencillez manda, como en el resto del pa¨ªs. En But¨¢n, y sobre todo en la capital, nada es pretencioso. Su mejor ejemplo es la Torre del Reloj, en la plaza m¨¢s c¨¦ntrica de la ciudad. Si se hace caso a los mapas, que la marcan como punto de referencia, uno espera encontrar una solemne construcci¨®n. Nada m¨¢s lejos de la realidad. Un esbelto pilar de apenas 15 metros de alto, con dragones labrados en sus cuatro caras, sustenta un reloj que se limita a marcar la hora sin aspavientos innecesarios. Lo mismo ocurre con el Memorial Chorten (una estupa budista) o sus dos grandes museos: el dedicado a los textiles artesanales y el que refleja el modo de vida de los butaneses. Basta menos de una hora en cada uno para visitarlos al detalle. Solo los 100 metros de altura de la estatua del buda Dordenma, levantada a comienzos de este siglo a golpe de los d¨®lares de un magnate de Singapur en una de las monta?as que rodean Timbu, parece empe?ada en llamar la atenci¨®n con sus dimensiones y su color dorado. Aunque, m¨¢s que el tama?o, son los miles de peque?os budas de su interior lo que realmente deslumbra.
Como en toda capital de cuento que se precie, aqu¨ª manda la tradici¨®n. La del s¨¢bado es ir al mercado cubierto, en el que se suceden humildes puestos de verduras, arroz, carne, pescado seco y guindillas, muchas guindillas. Eso s¨ª, sin alborotos ni llamadas al consumo. Tambi¨¦n ir al principal estadio deportivo, que en este caso no es el de f¨²tbol. En But¨¢n el deporte rey es el tiro con arco y sus habitantes convierten las competiciones oficiales o de amiguetes en todo un espect¨¢culo. Los arcos de madera han dejado paso en la mayor¨ªa de los casos a modernos modelos hechos de fibra, que permiten lanzar las flechas m¨¢s lejos y con m¨¢s precisi¨®n, pero la vestimenta sigue siendo el tradicional go, y las normas, las de siempre: se puede intentar distraer al rival cuando se dispone a disparar y cada acierto en la peque?a diana se festeja con grandes alharacas. En un pa¨ªs en el que la televisi¨®n estuvo prohibida hasta 1999 y a¨²n hoy tiene una oferta muy limitada, esta sencilla y medieval actividad sigue siendo la principal distracci¨®n.
Salir de Timbu es volver a enfrentarse a carreteras sinuosas que ascienden por empinadas laderas cubiertas de ¨¢rboles. Hacia el este, rumbo a Punakha, la que fuera capital hasta la mitad del siglo pasado, el camino se eleva a 3.100 metros de altitud. El Paso de Dochula, en el punto m¨¢s alto del trayecto, es a la vez lugar de peregrinaci¨®n y mirador hacia las cumbres del Himalaya¡ siempre y cuando las nubes no se empe?en en cubrir todo el lugar hasta darle un aspecto fantasmag¨®rico. All¨ª se levantan 108 estupas en recuerdo de las v¨ªctimas de una de las pocas guerras modernas en las que se vio involucrado el pa¨ªs. Fue en 2003, y el Ej¨¦rcito butan¨¦s, comandado por su rey seg¨²n recalcan los lugare?os, rechaz¨® el intento de rebeli¨®n de las regiones del sur. Cada uno de esos peque?os monumentos religiosos se erigi¨® en recuerdo de una de las v¨ªctimas mortales del conflicto, fuera de un bando o de otro, con la sencillez que exige el budismo, cuyo mantra Om mani padme hum repiten los peregrinos mientras los rodean siempre en el sentido de las agujas del reloj. A pocos metros, en lo alto de una loma, se levanta el Druk Wangyal Lhakhang, un templo construido en recuerdo de aquella guerra. En su interior, junto a la omnipresente y colorista escenograf¨ªa budista, existe una capilla a la que solo pueden acceder los hombres y en la que se veneran como objeto de paz parte de los ¨²tiles de guerra utilizados en aquel conflicto. Una excepci¨®n en un pa¨ªs que parece huir, precisamente, de los alardes.
Superado el Paso de Dochula, la carretera desciende rodeada de un paisaje en el que la naturaleza se muestra intacta. Solo las banderas de oraci¨®n que cuelgan los devotos budistas en los sitios m¨¢s insospechados rompen, con sus cinco colores, el omnipresente verde de los ¨¢rboles. A veces, unas sencillas construcciones techadas de madera cobijan a mujeres que venden a los pocos que pasan por all¨ª los pro?ductos del campo: peque?as manzanas, verduras, cereales¡ Unos 70 kil¨®metros despu¨¦s de salir de Timbu, al dar la vuelta a la en¨¦sima curva del camino, y sobre un valle repleto de campos de arroz, se divisa lo que parece una peque?a poblaci¨®n.
En realidad, es un grupo de casas levantado alrededor del Chimi Lhakhang, un monasterio construido en 1499 por el que pas¨® el lama Drukpa Kunley, un monje budista conocido como El Loco Divino por su afici¨®n al vino, a satisfacer sexualmente a las mujeres y a lucir en p¨²blico su miembro viril. Pese a estos alardes tan poco espirituales, los butaneses le profesan una gran devoci¨®n. El templo, por el que corretean ni?os-monjes vestidos con las t¨²nicas color azafr¨¢n, es peque?o y humilde. En una esquina, a un lado de las multicolores estatuas de Buda, hay un sencillo ¨¢lbum que contiene decenas de fotos de devotos del pa¨ªs y del extranjero que sonr¨ªen con beb¨¦s en sus brazos. Son la fotog¨¦nica demostraci¨®n de que el templo es destino obligado para aquellos a los que la fertilidad les es esquiva y ponen todas sus esperanzas en la singular intercesi¨®n del Loco Divino. Para recalcar esa fama, la poblaci¨®n ha convertido los falos hechos de madera en su principal souvenir. Los hay de todos los tama?os y colores. Incluso con alas o con un bal¨®n sobre el glande. Adem¨¢s, buena parte de las puertas de las viviendas ¡ªno solo aqu¨ª, sino tambi¨¦n en muchos otros lugares del pa¨ªs¡ª est¨¢n decoradas con penes virtuosamente dibujados en plena eyaculaci¨®n. ¡°Espantan a los malos esp¨ªritus y atraen la fertilidad¡±, asegura Dorji, un joven butan¨¦s que combina el traje tradicional con unas gafas de espejo a la ¨²ltima moda occidental.
Punakha no est¨¢ lejos. Sus casas se esparcen por el valle empe?¨¢ndose en ocultar que integran la segunda ciudad m¨¢s importante de But¨¢n. Sin embargo, su rotundo dzong recuerda que all¨ª estuvo una vez el poder religioso y pol¨ªtico. Enclavado en la intersecci¨®n de los r¨ªos Pho Chu y Mo Chu, los altos y gruesos muros blancos del monasterio fortaleza intimidan. Para llegar a ¨¦l hay que cruzar un puente techado y, m¨¢s ade?lante, ascender una empinada escalera que da paso a un sinf¨ªn de pinturas murales de mil y un colores que representan escenas budistas con sus cielos e infiernos. Los patios est¨¢n flanqueados por corredores sustentados por labrados pilares. Y los inmaculados y altos muros solo son rotos por elevadas ventanas y puertas majestuosas con marcos profusamente decorados. Al fondo se abre el templo, con sus esculturas doradas y las pinturas que, como en un c¨®mic, recrean la vida de Buda. Dentro, el silencio lo ocupa todo y solo el crujir de la madera por los pasos rompe m¨ªnimamente la sensaci¨®n de recogimiento.
Solo las banderas de oraci¨®n que cuelgan los devotos budistas en los sitios m¨¢s insospechados rompen, con sus cinco colores, el omnipresente verde de los ¨¢rboles
Hay que seguir el viaje, y para ello hay que volver hacia el oeste, superar de nuevo el Paso de Dochula y atravesar la tranquila Timbu sin sem¨¢foros ni prisas. El destino final es Paro, la ciudad que sirve de entrada al pa¨ªs. Su dzong, a diferencia de los de Punakha y Timbu, no est¨¢ enclavado en la orilla del r¨ªo, sino en la ladera de la monta?a. Adem¨¢s, por encima de ¨¦l conserva la robusta torre de vigilancia que antes permit¨ªa avisar a los monjes de los peligros que se acercaban y que hoy ofrece espectaculares vistas del valle, de mismo nombre, donde se asienta esta modosa ciudad. A las afueras de Paro est¨¢ el Kyichu Lhakhang, tal vez el templo m¨¢s antiguo, humilde y bello de But¨¢n. Rodeado de campos de arroz, este paraje religioso del siglo VII es visitado por cientos de devotos budistas que hacen girar sus molinillos una y otra vez mientras circundan el templo. Un poco m¨¢s arriba est¨¢ el Satsam Chorten, repleto de peque?as figuras de barro con forma de pastelillo que son ofrendas por los fallecidos. Las inhiestas banderas de oraci¨®n se encargan de llevar las plegarias de los fieles m¨¢s all¨¢ del horizonte.
Sin embargo, el gran atractivo de Paro no es ni su majestuoso dzong ni el vetusto templo, sino el Taktshang Goemba, el famoso Nido del Tigre, un monasterio que desaf¨ªa al v¨¦rtigo enclavado a 3.200 metros de altitud en la vertical pared de la monta?a. Se cuenta que hasta all¨ª lleg¨® volando en un tigre Guru Rinpoche o Maestro Precioso, el monje que en el siglo VIII introdujo el budismo Nyingma que a¨²n profesan los habi?tantes de But¨¢n y que por ello han convertido este remoto lugar en sagrado. Llegar a este templo de finales del siglo XVII no es ahora tan f¨¢cil como, seg¨²n la tradici¨®n budista, le result¨® a Guru Rinpoche. Requiere emprender una caminata para salvar un desnivel de 700 metros desde el ¨²ltimo lugar al que se puede llegar en veh¨ªculo. Son al menos dos horas y media cuesta arriba por un camino de tierra en el que la altitud (se superan los 3.000 metros en muchos tramos) obliga a los pulmones no acostumbrados a realizar un esfuerzo mayor. Pero no importa, porque ya durante el ascenso el espect¨¢culo lo merece. Y no solo por las diferentes vistas del Nido del Tigre ¡ªmuy recomendable la que se contempla desde el peque?o restaurante que hay a mitad del ascenso¡ª, sino por la naturaleza que emerge sin m¨¢cula all¨¢ donde se mira. Adem¨¢s, las banderas de oraci¨®n se multiplican a cada paso, no faltan los peque?os chorten (estupas budistas) aqu¨ª y all¨¢, y una cascada que se descuelga desde el ¨²ltimo risco da la bienvenida justo antes de entrar en el ansiado templo.
El interior del monasterio es una sucesi¨®n de capillas multicolores donde enormes figuras de Buda y el Guru Rinpoche con su tigre miran desde arriba a los fieles que se arrodillan ante ellos para pedir su intervenci¨®n en los asuntos mundanos. El olor de las l¨¢mparas de mantequilla de yak, el animal que resume la dureza de vivir en el Himalaya, lo inunda todo mientras los monjes contin¨²an en sus quehaceres diarios ajenos al trasiego de viajeros sudorosos que han logrado llegar. Asomado a una de las terrazas que aboca la mirada sin remedio al precipicio donde se levanta este templo, es dif¨ªcil no convencerse de que Taktshang Goemba merece por s¨ª solo el viaje a But¨¢n. Quiz¨¢ el atractivo de este reino de cuento se encuentre, precisamente, en peque?os detalles como este.
Cuatro pistas m¨¢s
Una excursi¨®n
Bumthang Owl Trek
Un festival
Paro Tshechu
Un animal
Motithang Takin Preserve
Un parque nacional
Royal Manas
Esta ruta senderista de tres d¨ªas y dificultad baja al norte de But¨¢n, entre bosques de abedules y pinos del Himalaya, permite avistar el bello plumaje del tragop¨¢n y se asoma al sagrado y a¨²n virgen monte Gangkhar Puensum (7.570 metros).
Entre danzas de m¨¢scaras y m¨²sica tradicional, el tshechu (festival) budista de Paro, celebrado desde 1644, es el m¨¢s importante del pa¨ªs e invita a sumergirse durante cinco d¨ªas (en 2020, del 4 al 8 de abril) en la rica cultura de But¨¢n.
El takin es el animal nacional de But¨¢n, un extra?o mam¨ªfero oriundo de Asia Central cuya creaci¨®n atribuye una leyenda al lama Chimi Lhakhang, El Loco Divino. Se pueden avistar en libertad en la reserva de Motithang, cerca de Timbu.
Creada en 1966, pero abierta al p¨²blico recientemente, esta reserva de ecosistema tropical acoge 900 tipos de plantas y especies en peligro de extinci¨®n como el tigre de Bengala o el langur dorado, uno de los primates m¨¢s raros de Asia.
Requisitos para el viajero
El Gobierno intenta que el turismo tenga el menor impacto posible en el patrimonio cultural y natural de But¨¢n (tourism.gov.bt). Para ello, exige que cada viajero contrate a trav¨¦s de una agencia local un recorrido que, si bien se puede dise?ar a medida, debe ser cerrado. Adem¨¢s, deben abonar una tasa por noche: desde los 179 euros al d¨ªa en temporada baja (los meses m¨¢s fr¨ªos ¡ªdiciembre, enero y febrero¡ª y la ¨¦poca del monz¨®n ¡ªjunio, julio y agosto¡ª) hasta los 227 euros para el resto del a?o. Hay descuentos para grupos, estudiantes, ni?os y viajes de larga duraci¨®n. Esta tasa diaria incluye el alojamiento en hoteles de tres estrellas, tres comidas al d¨ªa (sin bebidas), un gu¨ªa de habla inglesa y el transporte en veh¨ªculo con conductor. En caso de realizar un trekking, engloba el material de acampada. Tambi¨¦n incluye las entradas a los lugares tur¨ªsticos y el visado. No lo est¨¢n ni los vuelos internacionales (entre 350 y 450 euros desde Katmand¨², la ciudad m¨¢s cercana con conexi¨®n a¨¦rea) ni los interiores, solo necesarios si se decide recorrer la zona m¨¢s oriental del pa¨ªs.
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