Florence Nightingale, cuidados desde el Nilo
Rebelde, viajera y considerada la primera enfermera profesional, esta aventurera desafi¨® los convencionalismos victorianos del siglo XIX

Su nombre es sin¨®nimo de atenci¨®n y cuidados: Florence Nightingale (Florencia, 1820-Londres, 1910) fue la primera enfermera profesional de la historia. Se la considera fundadora de esta disciplina que se centra en curar y en cuidar, pero sobre las bases de una organizaci¨®n hospitalaria en la que fue pionera, creando las primeras escuelas de enfermer¨ªa en las que se estudiaba con el material did¨¢ctico que ella misma elaboraba. Esta enfermera brit¨¢nica vivi¨® aquellos tiempos de oscuro puritanismo librando batallas de mujer en varios frentes al mismo tiempo.

La primera batalla fue la que le gan¨® a su madre para que le permitiera estudiar matem¨¢ticas, que luego aplic¨® a las estad¨ªsticas hospitalarias, por entonces inexistentes. La siguiente fue conseguir que su familia respetara su no rotundo al matrimonio, que era el destino natural (y ¨²nico) de cualquier muchacha burguesa de familia protestante en el siglo XIX: soltera y rebelde, viaj¨® y se form¨® como pudo en la pr¨¢ctica de los hospicios y los internados. Y la batalla definitiva la libr¨® como enfermera en los hospitales de campa?a de la guerra de Crimea (entre 1853 y 1856), en donde ejerci¨® de l¨ªder de una delegaci¨®n de mujeres (entre las que hab¨ªa monjas cat¨®licas con experiencia y trabajadoras sin experiencia) reclutadas por el Gobierno brit¨¢nico para asistir a los heridos en aquella sangr¨ªa sobre lo que hoy es suelo turco.
Los viajes marcaron la existencia de Florence desde su nacimiento; de hecho, su nombre se debe a que, en el momento en que vino al mundo, sus padres se encontraban en una de aquellas largas estancias en Italia de las que se prodigaban las acomodadas parejas brit¨¢nicas. A Florencia ir¨ªa muchas otras veces en su vida de joven casadera que debe aprender m¨²sica, idiomas y adquirir mundanidad para convertirse en esa buena esposa que exhibir en sociedad. Tambi¨¦n visitar¨ªa Francia, Grecia o Suiza, pero su viaje axial fue el que emprendi¨® a Egipto con casi 30 a?os, y con el fin de alejarse de su pretendiente. La joven librepensadora ¡ªlleg¨® a decir que el pr¨®ximo Cristo deb¨ªa ser mujer¡ª era profundamente cristiana y necesitaba reflexionar sobre la misi¨®n que, sent¨ªa, ten¨ªa encomendada, aunque a¨²n no hab¨ªa conseguido darle la forma definitiva de una profesi¨®n.

Aquellas aventuras orientales estaban de moda entre la aristocracia europea debido a los descubrimientos arqueol¨®gicos y los escritos que legaron los cronistas de la expedici¨®n napole¨®nica (compilados en la Descripci¨®n de Egipto, 1809-1829). Por entonces nac¨ªan el turismo y los periplos de experiencia cultural, aunque restringidos a un porcentaje muy exiguo de la poblaci¨®n, entre quienes se encontraba el matrimonio Bracebridge, que invit¨® a Florence Nightingale a pasar el invierno de 1849 y la primavera de 1850 navegando por el Nilo y visitando templos de dioses milenarios. Curiosa, antes de zarpar de Folkestone con destino al puerto de Alejandr¨ªa dedic¨® tardes enteras a la lectura en la biblioteca del consulado egipcio de Londres.
Para resguardarse de las convenciones sociales, qu¨¦ mejor opci¨®n que remontar ese gran r¨ªo, en un viaje de mil kil¨®metros en dahabi¨¦ (embarcaci¨®n a vela que permit¨ªa ir al ritmo del viento). Bautiz¨® al barco con el nombre de Parthenope en honor a su hermana, que fue la destinataria principal de unas cartas deliciosas (Cartas desde Egipto; Plaza y Jan¨¦s, 2002): ¡°Os escribo a toda prisa por culpa de un vapor (?!) que zarpa para El Cairo. Nunca ir¨ªa en vapor por el Nilo (¡). Ahora, si me pregunt¨¢is si me gusta la vida en el dahabi¨¦, debo decir que no soy p¨¢jaro de dahabi¨¦, que no sirvo para residente fija de un div¨¢n. Desear¨ªa estar paseando sola por el desierto, husmeando en las aldeas, correteando de aqu¨ª para all¨ª y haciendo amistades o¨´ bon me semble [donde me parezca]. A?oro los paseos en asno y me alegro cuando el viento no es favorable y puedo desembarcar. Me llaman ¡®el asno salvaje del desierto que olfatea el viento¡¯ por lo mucho que me gusta escapar de aqu¨ª¡±. Sus cartas trazan un recorrido por los momentos claves de su biograf¨ªa, a la vez que son un minucioso registro antropol¨®gico y de g¨¦nero. Por ejemplo, en enero de 1850, en la isla de File, tras escuchar charlas tolerantes con las conductas violentas de algunos hombres que inclu¨ªan cuestiones como el precio que estos hab¨ªan pagado por sus esposas, Nightingale concluy¨®: ¡°Que un hombre se mantenga fiel a una mujer durante toda la vida y no la mande de vuelta con sus padres para casarse con otra es m¨¢s ins¨®lito entre los pobres que entre los ricos, porque estos ¨²ltimos mantienen a todas sus esposas por una cuesti¨®n de etiqueta; los pobres las devuelven¡±.
Su mayor reto fue ser superintendenta del hospital de Escutari (Estambul) en la guerra de Crimea
En su diario ¨ªntimo, en cambio, anotaba toda la inquietud personal y espiritual que viv¨ªa en momentos en que decid¨ªa abrirse camino como mujer independiente: ¡°Dios me llam¨® por la ma?ana y me pregunt¨® si ser¨ªa capaz de hacer el bien solo por ?l, sin tener en cuenta mi reputaci¨®n¡±. No hay que olvidar que en su ¨¦poca ninguna mujer de la burgues¨ªa trabajaba fuera de su casa y, si acaso, la ¨²nica profesi¨®n aceptable para una se?orita era la de ser maestra, y solo hasta la boda. A partir de entonces, su condici¨®n de esposa la exim¨ªa de cualquier tarea que no fuera alguna eventual actividad filantr¨®pica. Pero ella no iba a ceder al chantaje y, al volver de aquel viaje, se form¨® como enfermera en una instituci¨®n sanitaria alemana en Kaiserswerth, a las afueras de D¨¹sseldorf.

¡°As¨ª sufren aquellos que abren caminos; as¨ª caen aquellos que se lanzan al vac¨ªo; pero tienden un puente para que lo crucen otros¡±, escribi¨® a?os despu¨¦s, ya como superintendenta del hospital de Escutari (Estambul), durante la guerra de Crimea. En esa contienda ¡ªla primera narrada desde el campo de batalla por un corresponsal¡ª se reconoci¨® la necesaria labor de las enfermeras por la dedicaci¨®n y el valor de una visionaria como Nightingale, cuyo trabajo empez¨® a convencer a los m¨¦dicos de, por ejemplo, lavarse las manos entre una cirug¨ªa y otra. Y de aquella guerra se llev¨® tambi¨¦n el apodo de la Dama de la L¨¢mpara, por su costumbre de realizar rondas nocturnas consolando a los enfermos. Algo que primero se mencionar¨ªa en un art¨ªculo de The Times de 1855 y apelativo que luego aparecer¨ªa en el poema Santa Filomena, de Henry Wadsworth Longfellow.
Volvi¨® a su casa londinense cuando el ¨²ltimo herido estuvo a salvo y se confin¨® a escribir y a ense?ar. Ahora, cada 12 de mayo, coincidiendo con su nacimiento, se celebra el D¨ªa Internacional de la Enfermer¨ªa.
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