Adobe, minaretes y algoritmos en la Ruta de la Seda
La que es una de las tres grandes ciudades en Uzbekist¨¢n de la m¨ªtica Ruta de la Seda, aunque menos conocida que sus hermanas, deslumbra por su casco hist¨®rico reconstruido, en el que naci¨® el matem¨¢tico Al Juarismi
Khiva, una de las tres grandes ciudades de la hist¨®rica Ruta de la Seda enclavadas en Uzbekist¨¢n, vive a la sombra de sus monumentales hermanas mayores, Bukhara y Samarcanda. Sin embargo, su Itchan-Kala (Ciudad interior) es la ciudad vieja que mejor conserva la fisonom¨ªa que debieron tener estos enclaves cuando las caravanas hac¨ªan un alto cargadas de fragrantes especias, maderas nobles y lujosas telas. Pasear por ella es, de hecho, un viaje al pasado entre mezquitas, caravasares y murallas del color del adobe con el que se construyeron. Lo que no es tan conocido es que tambi¨¦n es la cuna de una de las disciplinas clave de la ciencia: el ¨¢lgebra. En Khiva ¡ªse pronuncia Jiva¡ª naci¨® a finales del siglo VIII el matem¨¢tico, ge¨®grafo y astr¨®nomo persa Abu Abdallah Muhammad Ibn Musa, conocido como Al Juarismi, cuya obra puso los pilares de esta rama de las matem¨¢ticas. Su sobrenombre, adaptado al lat¨ªn como Algoritmi por un Occidente que puso en valor sus conocimientos, sirvi¨® para bautizar los algoritmos, omnipresentes, en el informatizado mundo actual.
A pesar de su relevancia, poco recuerda hoy al matem¨¢tico en la ciudad que le vio nacer. La estatua que le homenajeaba a los pies de las murallas ya no est¨¢. Fue trasladada a una universidad de esta rep¨²blica surgida tras el colapso pol¨ªtico en 1991 de la antigua URSS. No importa. El protagonismo en Khiva lo acaparan los 51 monumentos (algunos del siglo XII, aunque la mayor¨ªa levantados entre 1780 y 1850) que se arremolinan en las 26 hect¨¢reas del Itchan-Kala hasta convertir su casco viejo literalmente en una ciudad-museo que, desde 1990, es patrimonio mundial de la Unesco. La reconstrucci¨®n de sus monumentos ¡ªiniciada en tiempos sovi¨¦ticos y continuada tras la independencia de Uzbekist¨¢n¡ª no deja indiferente a nadie. Para muchos, fue excesiva. El escritor brit¨¢nico Colin Thubron reflejaba este desencanto en el libro El coraz¨®n perdido de Asia (1994): ¡°Sent¨ª que en el interior de sus murallas nunca hab¨ªa pasado nada y nunca pasar¨ªa nada. El lugar parec¨ªa creado de la nada, sin pasado¡±. Otros, sin embargo, la aplauden porque permite sumergirse en lo que fue la Ruta de la Seda como ning¨²n otro lugar.
A casi 1.000 kil¨®metros por carretera de Tashkent, la capital uzbeka, Khiva se acomoda con sus cerca de 90.000 habitantes en el valle del r¨ªo Amu Darya (el Oxus de la Antig¨¹edad), entre los desiertos de Kyzylkum y Karakum. Situada en lo que fue un camino secundario de la Ruta de la Seda, la ciudad prosper¨® con el comercio de esclavos entre los siglos XVII y XIX. Su espectacular muralla de adobe de 10 metros de altura es el primer vestigio al que se enfrenta el viajero de aquella bonanza. Se suele franquear por Ota Darvoza (puerta del padre), situada al oeste y con dos torres gemelas. Sin ser la m¨¢s espectacular de las que dan acceso al recinto, es la m¨¢s cercana a Kalta Minor (minarete corto), que, pese a estar inacabado ¡ªo precisamente por ello¡ª se ha convertido en el icono del lugar. Ordenado construir a mediados del siglo XIX por el soberano local o kan Muhammad Amin con la aspiraci¨®n de que fuera el m¨¢s alto del mundo ¡ªdeb¨ªa superar los 80 metros¡ª, su muerte frustr¨® el proyecto y se levantaron menos de 30 metros; los que se ven hoy. Su achaparrada figura cubierta de azulejos vidriados arrebata buena parte del protagonismo al resto de los monumentos y relega a un papel secundario a la escuela teol¨®gica musulmana o madrasa que lleva el nombre de aquel kan y que se levanta junto a ella convertida ahora en hotel.
Por la misma calle, bordeada por los tenderetes que despliegan sus recuerdos para turistas, se llega a la mezquita Djuma (de los viernes), un edificio discreto, sin grandilocuentes portadas ni c¨²pulas, sin galer¨ªas ni patios, y con un sobrio minarete al que el tiempo ha inclinado. La sorpresa surge en su sala de oraciones, donde 212 columnas de madera con forma de tulipanes invertidos y ricamente labradas dibujan un inesperado bosque en una penumbra, solo rota por la luz que penetra de manera t¨ªmida por dos linternas octogonales abiertas en el techo. De vuelta al exterior, si se mira hacia el cielo, la vista se clavar¨¢ en el esbelto minarete de la madrasa Islam Khodja, una construcci¨®n relativamente reciente ¡ªde principios del siglo XX¡ª que, sin embargo, no desentona. Tras ascender por una estrecha escalera de caracol de 120 escalones, desde sus 45 metros de altura se tiene una de las mejores vistas.
Cerca se levanta el mausoleo de Pahlavan Mahmoud, poeta, fil¨®sofo y luchador que muri¨® en el siglo XIV y que es considerado el protector de la ciudad. El complejo, que incluye mezquita, madrasa y una soberbia c¨²pula verde, se erigi¨® varios siglos despu¨¦s de su fallecimiento y hoy es lugar de peregrinaje y paso obligado para parejas de novios, que acuden a pedir felicidad. No muy lejos ¡ªen Khiva todo est¨¢ cerca¡ª, las vendedoras de pa?uelos de algod¨®n se arremolinan a la entrada del Tash-Khauli o Palacio de Piedra, el principal recinto palaciego. Una de sus puertas da acceso a una intrincada construcci¨®n que lleva hasta la sala del trono. La otra, al harem que aqu¨ª contaba con 169 habitaciones con coloridos techos de madera. El patio hacia el que se abr¨ªan parte de las estancias, entre ellas las de las esposas favoritas del kan, cubre sus paredes con un cautivador juego de azulejos con forma de flores. La hist¨®rica ciudad cuenta con 24 madrasas, algunas con espectaculares portadas con arcos abovedados o iwan y que en su mayor¨ªa ahora cobijan peque?os museos o tiendas de recuerdos.
La de Muhammad Rakhim-Khan, de las m¨¢s grandes, tiene su entrada en la plaza donde se ajusticiaba a los condenados a muerte por cientos. Tambi¨¦n all¨ª emerge el Kunya-Ark, una fortaleza dentro de la ciudad amurallada que fue la residencia de los gobernantes de Khiva desde el siglo XVII. Su sencillo patio de armas da paso a dos peque?as mezquitas ricamente decoradas, una de verano y otra de invierno, para el kan y su corte. All¨ª est¨¢ tambi¨¦n el Ak-Sheikh Bobo, basti¨®n que se eleva por encima de las murallas y que ofrece la mejor vista de un Itchan-Kala te?ido de oro por los ¨²ltimos rayos de sol.
Cuando cae la noche, la mayor parte de los turistas abandona Khiva para volver a sus hoteles y los puestos de artesan¨ªa recogen poco a poco. La luz de los focos solo ilumina algunas mezquitas y madrasas, y la penumbra se apropia del resto del casco viejo. Es el momento de ir a una chaikhana (casa de t¨¦) para disfrutar de un cuenco de esta bebida y, con ¨¦l, del silencio en el que se sumerge la ciudad donde Al Juarismi cambi¨® para siempre las matem¨¢ticas hace casi 13 siglos.
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