Un hombre tan grande
Cuentan que uno de los asaltantes le puso la escopeta en el pecho y el ?ngel Rojo se abri¨® la camisa: ¡°Venga, tira¡±
Aunque mi padre era de derechas (feo, cat¨®lico y sentimental como el Bradom¨ªn de Valle-Incl¨¢n), fue ¨¦l quien, sorprendentemente, me habl¨® por primera vez, y con enorme admiraci¨®n y gratitud, de un anarquista c¨¦lebre en la guerra, Melchor Rodr¨ªguez Garc¨ªa, apodado el ?ngel Rojo. Yo deb¨ªa de tener unos 15 a?os y su historia me dej¨® fascinada.
Melchor naci¨® en Sevilla en 1893; hu¨¦rfano de padre desde muy ni?o, tuvo que ponerse a trabajar a los 13 a?os. Acab¨® en Madrid siendo chapista; se afili¨® a la CNT y su militancia en el sindicato lo llev¨® a la c¨¢rcel muchas veces, en la monarqu¨ªa y en la rep¨²blica. A los pocos meses de estallar la guerra fue nombrado delegado especial de prisiones de Madrid. Desde el primer momento intent¨® acabar con las sacas de las c¨¢rceles (traslados ilegales de presos que eran fusilados en las afueras de la ciudad), pero le hicieron la vida tan imposible que dimiti¨® a los cuatro d¨ªas. El ¨®rdago le sali¨® bien: dos semanas m¨¢s tarde, y gracias a las presiones del cuerpo diplom¨¢tico, regres¨® con plenos poderes como delegado general de Prisiones. Consigui¨® detener los asesinatos, aunque con un coste personal alt¨ªsimo. Fueron especialmente feroces los enfrentamientos con la Junta de Defensa de Madrid, liderada por los comunistas Jos¨¦ Cazorla y Santiago Carrillo (quien, por cierto, difam¨® durante a?os a Melchor diciendo que era un fascista infiltrado).
De la soledad del ?ngel Rojo frente al horror dan idea las medidas que tom¨®. De entrada, prohibi¨® cualquier salida de presos entre las siete de la tarde y las siete de la ma?ana, acabando con las cobardes sacas nocturnas. Y luego se dedic¨® a escoltar personalmente cada traslado de prisioneros: no parece que tuviera mucha gente en la que confiar. Tras el bombardeo franquista de Alcal¨¢ de Henares en diciembre de 1936, centenares de milicianos armados intentaron tomar la prisi¨®n de Alcal¨¢ y linchar a los presos. Rodr¨ªguez Garc¨ªa los mantuvo a raya en la puerta durante varias horas. Cuentan que uno de los asaltantes le puso la escopeta en el pecho y ¨¦l se abri¨® la camisa: ¡°Venga, tira¡±. No s¨¦ c¨®mo consegu¨ªa estar en todos los sitios a todas horas. No deb¨ªa de dormir.
A los tres meses lo echaron del cargo, pero en esos breves y febriles d¨ªas consigui¨® salvar miles de vidas. Luego fue concejal en el Ayuntamiento, y el 28 de marzo de 1939, el d¨ªa de la rendici¨®n de Madrid, le nombraron alcalde, esto es, le endilgaron el marr¨®n de entregar la ciudad. Otra muestra de su esp¨ªritu de sacrificio y de su entereza. Los franquistas le hicieron dos consejos de guerra y pidieron su muerte. El general Mu?oz Grandes present¨® 2.000 firmas de presos salvados por ¨¦l, y por eso s¨®lo lo condenaron a 20 a?os de prisi¨®n, de los que cumpli¨® 5. Al salir le ofrecieron un puesto en los sindicatos verticales y diversos trabajos bien remunerados, pero rechaz¨® todo. Vivi¨® de forma muy modesta como vendedor de seguros, y sigui¨® militando clandestinamente en el anarquismo; lo detuvieron varias veces y en 1947 pas¨® otro a?o y medio en la c¨¢rcel. ¡°Por las ideas se puede morir, pero no matar¡±, dec¨ªa. Muri¨® en 1972, a los 78 a?os.
La cirujana Svetlana Broz public¨® un bello libro, Buena gente en tiempos del mal, sobre su experiencia en la guerra de Bosnia (1992-1995); y sobre c¨®mo hasta en el infierno hay personas capaces de dar su propia vida para defender de la injusticia a un enemigo. Igual que el ?ngel Rojo. He escrito otras veces de ¨¦l, pero creo que ahora entiendo mucho mejor la gratitud de mi padre: adem¨¢s de proteger a miles de individuos, Melchor preserv¨® la esperanza en la humanidad. En lo m¨¢s profundo y negro del abismo, estos seres nos obligan con su ejemplo a ser mejores. Es decir: no s¨®lo es importante porque salv¨® a los presos de la muerte, sino tambi¨¦n porque salv¨® a los linchadores de la abominaci¨®n del linchamiento. Y porque mantuvo sus valores hasta el final con modesta coherencia. He pensado que en estos tiempos turbulentos que vivimos, que por otra parte se quedan muy chiquitos comparados con nuestra guerra civil o la de Bosnia (qu¨¦ blandengues somos), vendr¨ªa bien recordar a alguien as¨ª. Tiene una calle en las afueras de Madrid, otra en Sevilla y un centro de inserci¨®n social lleva su nombre. Muy poco me parece para un hombre tan grande.
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