Perrer¨ªas p¨®stumas
Han logrado convertir la posteridad de las obras en lo peor que a sus autores les pueda suceder. Aunque ellos no se vayan a enterar
Los escritores que cre¨ªan en la posteridad ¡ªnunca mi caso, en seguida me di cuenta de que todo caduca con cada vez mayor celeridad¡ª ve¨ªan como una bendici¨®n que sus obras se siguieran leyendo al cabo de decenas o centenares de a?os, como las de Cervantes, Montaigne, Shakespeare. Proust se recluy¨® sus ¨²ltimos 8 o 9 a?os de vida, sacrific¨¢ndolo todo por terminar En busca del tiempo perdido, lo cual logr¨®, y as¨ª nos entreg¨® un regalo may¨²sculo a la humanidad lectora. Por fuerza debi¨® fiarlo todo a esa posteridad, que ahora, como he dicho otras veces, es un concepto del pasado, como m¨ªnimo de hace un siglo (Proust muri¨® en 1922).
No es que la posteridad ya no exista. Hay libros de hoy que tal vez sigan vivos dentro de 300 a?os. Lo que carece de sentido es preocuparse por ella, ninguno la vamos a conocer ni sabremos cu¨¢l ser¨¢ la selecci¨®n del tiempo futuro. Pero, tal como est¨¢n las cosas, quiz¨¢ haya llegado el momento en que la perduraci¨®n de las obras sea m¨¢s bien una maldici¨®n, algo en absoluto deseable, a diferencia de lo que sol¨ªa ocurrir. Como ustedes sabr¨¢n, los textos pasan a ser del dominio p¨²blico pasados 70 u 80 a?os de la muerte de su autor. Eso significaba que a partir de ese momento cualquiera pod¨ªa imprimirlos sin pagar a ning¨²n heredero. M¨¢s de una vez he se?alado la injusticia de la medida, pero no voy a hablar de eso. Hoy en d¨ªa, el paso de una obra al dominio p¨²blico m¨¢s bien supone que cualquier mediocre puede alterarla, tergiversarla, utilizar sus personajes con impunidad, ensuciarla, enfangarla, cambiarle el sentido, la letra y la historia, destruirla. Ignoro por qu¨¦ est¨¢ permitido. Si de m¨ª dependiera ¡ªy de mi amigo Juan D¨ªaz, editor al que debo la idea¡ª, obligar¨ªa a pagar el doble que por un autor vivo a quienes se aprovecharan del ¡°dominio p¨²blico¡± de esa manera desaprensiva, que, no nos enga?emos, a menudo es una triqui?uela de los ¡°adaptadores¡± y ¡°versionadores¡± para cobrar lo que ya no cobran los muertos ni sus herederos.
Leo en este diario amplia cobertura ¡ªno s¨¦ qui¨¦nes llevan la secci¨®n de Cultura, pero se las apa?an para dedicar espacio a casi todas las necedades, en vez de hacerles caso omiso¡ª sobre un montaje de Otelo que se ver¨¢ en Madrid durante tres semanas (creo que ya no, por fortuna), con versi¨®n de Fernando Epelde y direcci¨®n de Marta Pazos. El titular de la noticia ya era falso y estaba en mal espa?ol: ¡°Shakespeare cambia de g¨¦nero para explicar el mundo actual¡±. El pobre William, v¨ªctima de mil felon¨ªas en su largu¨ªsima posteridad, no tiene arte ni parte en el disparate. Es m¨¢s, Epelde, consider¨¢ndose a su altura, le ha enmendado la plana y le ha metido unas morcillas para que Desd¨¦mona hable m¨¢s y asegure que ni ella ni Ofelia ni Julieta han muerto (?tampoco Hamlet ni Romeo ni Macbeth, o ellos s¨ª merec¨ªan morir, por varones?). Dice la directora que se trata de ¡°proponer al p¨²blico un debate sobre la construcci¨®n del g¨¦nero, la percepci¨®n de uno/a mismo/a y la estructura del sistema patriarcal¡±. Seg¨²n ella, todo lo siguiente estaba ya en Shakespeare: MeToo, BlackLivesMatter, NiUnaMenos, Postverdad, con sus respectivos hashtags. Sab¨ªamos que era un adelantado, pero ?tanto? Pazos y Epelde han decidido que el texto entero se oiga en boca de Desd¨¦mona: pronuncia las palabras de los personajes mientras ¨¦stos se limitan a hacer m¨ªmica labial. Porque, hay que ver, Shakespeare ¡°la ningunea, incluso la mata con una acotaci¨®n¡±. La verdad, no s¨¦ por qu¨¦ se dedica al teatro una persona que ignora lo que es una elipsis, o un personaje no protagonista (de acuerdo con esto, todos los secundarios de la historia habr¨ªan sido ¡°ninguneados¡±), o un ser ficticio, o lo que es la libertad de un autor para inventar y escribir lo que le parezca y no al dictado de una se?ora de Pontevedra de cuatro siglos m¨¢s tarde. Esta arrogante se?ora es libre de teclear su Desd¨¦mona y ponerle su nombre. No lo es, en mi opini¨®n, de revolcar Otelo en su mugre y aun as¨ª pretender que sigue siendo de Shakespeare. Otras menudencias a las que ya estamos habituados son que Yago lo interprete una actriz y a su esposa, Emilia, un pat¨¢n con bigote. La directora Pazos se explica (no bien, la verdad): ¡°Esto me lleva a poner encima de la mesa¡± (?qu¨¦ mesa?) ¡°el tema de la identidad. ?Qu¨¦ es una mujer? Para m¨ª, est¨¢ claro que esa condici¨®n no depende en absoluto de los genitales¡±. (?En absoluto, nada, de verdad?) ¡°Quiero darle a Desd¨¦mona todo el protagonismo. Desmantelar lo que se dice de ella haciendo que sea ella misma quien lo diga¡±. (?Todo el protagonismo? Raro entonces que Pazos titule su representaci¨®n Othello, a la inglesa encima. Ah, bueno, que es el t¨ªtulo del idiota de Shakespeare y no hay que desperdiciar su tir¨®n.)
En fin, ya ven, aunque quiz¨¢ a muchos les guste. Desde mi punto de vista, han logrado convertir la posteridad y la supervivencia de las obras de arte en lo peor que a sus autores les pueda suceder. Aunque ellos no se vayan a enterar. Pero se est¨¢ m¨¢s a salvo sepultado por el olvido: a ning¨²n escritor que yazga en ¨¦l se lo someter¨¢ a semejantes vejaciones y perrer¨ªas p¨®stumas, ante las que adem¨¢s se encuentran totalmente indefensos.
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