El d¨ªa de los papeles
Los aut¨®nomos acabamos siendo adictos a los papeles. Y aprendemos a organizarlos para no volvernos locos
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Amanece como el peor d¨ªa del a?o, pero antes de que se ponga el sol se ha convertido ya en el mejor de todos.
Siempre, hasta en alguna remota ¨¦poca en la que deber¨ªa haber constado como empleada por cuenta ajena, he sido trabajadora aut¨®noma. No s¨¦ lo que es tener una n¨®mina, ni la certeza de que un sueldo va a entrar en mi cuenta del banco a fin de mes. Por eso he sido igual de ahorradora cuando lo necesitaba y cuando no me habr¨ªa hecho falta, pero existe algo que marca a¨²n m¨¢s la diferencia. Los aut¨®nomos acabamos siendo adictos a los papeles. Y aprendemos a organizarlos, mientras organizamos nuestra propia vida, para no volvernos locos.
En el principio fue el caos. Facturas de compras, justificantes de viajes en taxi, recibos de aproximadamente todo, bocadillos o botellas de agua pagados a toda prisa en aeropuertos o estaciones, cepillos de dientes comprados en farmacias de pa¨ªses extranjeros, gastos extras en hoteles donde la habitaci¨®n ya estaba cubierta, libros, y libros, y m¨¢s libros, y cartuchos de tinta para la impresora, y cuadernos, y plumas¡ Todo eso iba a parar a un compartimento de mi monedero y, cuando se llenaba, a una carpeta que guardaba en diciembre, para empezar a sudar a mediados de mayo s¨®lo de pensar en abrirla. As¨ª lleg¨® a mi vida el d¨ªa anual de los papeles, que comenzaba volcando la carpeta del a?o anterior en la mesa de la cocina para prolongarse durante largas horas, mientras me romp¨ªa la cabeza reconstruyendo cada viaje, cada feria, cada presentaci¨®n, en el intento, a menudo infructuoso, de recordar por qu¨¦ hab¨ªa guardado cada uno de esos papelitos entre los gastos deducibles del IRPF.
Con el paso de los a?os fui haci¨¦ndolo mejor. Aprend¨ª a perder tiempo antes, para ganarlo despu¨¦s. El primer paso consisti¨® en vaciar el compartimento de mi monedero en el instante en el que llegaba a casa, para escribir con l¨¢piz, al dorso de cada recibo, d¨®nde hab¨ªa estado y qu¨¦ hab¨ªa hecho aquel d¨ªa. M¨¢s adelante empec¨¦ a grapar entre s¨ª los justificantes de gastos que correspond¨ªan al mismo evento o al mismo viaje. Por fin se me ocurri¨® comprarme una carpeta con compartimentos, marcar las pesta?itas con las etiquetas de los meses del a?o, alimentar sus huecos sobre la marcha y guardarla siempre en el mismo sitio. Estos peque?os avances mejoraron mi calidad de vida mientras el papel conserv¨® su importancia. Luego lleg¨® la digitalizaci¨®n, que iba a hacernos mucho m¨¢s felices, los documentos f¨ªsicos empezaron a escasearse y todo volvi¨® a cambiar. A peor. Porque el d¨ªa de los papeles se convirti¨® en la semana, o semanas, de los papeles.
Sigo estrenando cada mes de enero una carpeta con compartimentos que, ¨²ltimamente, gracias a la pandemia, est¨¢ m¨¢s fam¨¦lica que flaca, pero recibo menos correo cada d¨ªa. Lo que aparentemente parece una liberaci¨®n se convierte a lo largo del mes de junio en un laberinto. ?Por qu¨¦ los mismos proveedores mandan algunos recibos en papel y otros no? ?Por qu¨¦ ocurre lo mismo con el correo electr¨®nico, donde no hay manera de recibir 12 seguidos? ?Por qu¨¦ en la p¨¢gina web de mi banco no existe la opci¨®n de ordenar la informaci¨®n sobre los pagos a los emisores por a?o natural, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre? ?Por qu¨¦ es tan condenadamente dif¨ªcil lograr esa informaci¨®n con la pesta?ita de personalizaci¨®n?
Ya s¨¦ que no existen respuestas para estas preguntas. Cada vez que mi asesora fiscal me llama para decirme que todav¨ªa le falta un recibo, me asegura que a todos sus clientes les pasa lo mismo, pero eso no me consuela. Vuelvo a la web de mi banco, me peleo con los calendarios, encuentro lo que necesito, se lo env¨ªo y nunca es lo ¨²ltimo. Siempre falta un recibo, un justificante, un papelito virtual m¨¢s, una nueva p¨¦rdida de tiempo que va sumando un considerable despilfarro de horas laborables para ponerme cada d¨ªa un poco peor de los nervios.
Pagar impuestos es una obligaci¨®n, y la condici¨®n de las obligaciones es ser inevitables, excluyendo el gusto o el disgusto de afrontarlas. Eso lo tengo asumido, pero el d¨ªa de los papeles, esa tortura anual, sigue atormentando todas mis primaveras.
Hoy, sin ir m¨¢s lejos, me ha impedido escribir un art¨ªculo mejor que este.
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