La palabra m¨®vil
Ya no sabemos c¨®mo era preguntar c¨®mo se llega a tal lugar, ligar en un azar, no registrar cada momento, pensar un rato
En la palabra m¨®vil, m¨®vil fue, tanto tiempo, un adjetivo. Al principio la palabra no iba lejos: viv¨ªa en la boca que acababa de decirla y la distancia la hac¨ªa imprecisa, la cambiaba. La palabra se volvi¨® realmente m¨®vil hace 5.000 a?os, cuando a alguien se le ocurri¨® que unas marcas en la arcilla pod¨ªan imitar sus sonidos, repetirla. Fue una tecnolog¨ªa de punta, y cambi¨® todo. La escritura permiti¨® fijar esas palabras en el barro y llevarlas de aqu¨ª para all¨¢; desde entonces nunca pararon de moverse. Cartas, libros, telegramas, diarios, correos o mensajes son maneras de la palabra m¨®vil.
Hasta que, en la palabra m¨®vil, m¨®vil dej¨® de ser un adjetivo; hace unos a?os se volvi¨® sustantivo ¡ªsobre todo en Espa?a. A diferencia de otros castellanos ¡ªque dicen celular, celu, tel¨¦fono¡ª, el de aqu¨ª dice m¨®vil para nombrar un artefacto que antes era m¨¢s grande y ahora chico, uno que antes estaba en la mesa y ahora en el bolsillo, que antes permit¨ªa hablar y ahora permite, sobre todo, ver el mundo ¡ªo esa parte del mundo que nos dicen que debemos ver: dibujarnos un mundo. La palabra lleva milenios siendo m¨®vil, pero ahora el m¨®vil se ha vuelto el signo de los tiempos: casi todo est¨¢ en ¨¦l, ¨¦l est¨¢ en casi todo.
El m¨®vil es la m¨¢quina que define estas d¨¦cadas. Hace 30 a?os, los primeros eran como ladrillos y no hac¨ªan nada que no hicieran los fijos, salvo andar; hace 20 los m¨¢s nuevos se achicaron y empezaron a conectarse a la interred y, as¨ª, la catarata. Ahora unos 5.000 millones de personas tienen un m¨®vil; 1.000 millones no son inteligentes, 4.000 millones s¨ª ¡ªlos m¨®viles, digo, por supuesto. Una de cada dos personas en el mundo tiene uno o m¨¢s; una de cada dos, ninguno: despu¨¦s hablamos de desigualdades.
En los pa¨ªses ricos es ineludible. El m¨®vil es, ahora, la cosa con la que cada quien pasa m¨¢s tiempo. Horas y horas cada d¨ªa, y esa sensaci¨®n de que sin tu m¨®vil no eres nadie: no verlo unos minutos es zozobra. Las personas no hacen nada sin ese trozo de metal y vidrio, lo buscan, lo atienden sin parar, en el curro, en la casa, en el ba?o, en la cama; cualquier transporte es otra excusa para enfrascarse en ¨¦l. Hace unos a?os cada cual chequeaba, al salir, que llevaba dinero, documentos, las llaves, un pa?uelo. El dinero y los documentos ya est¨¢n en el m¨®vil, las llaves van llegando, el pa?uelo se complica un poco; lo indispensable es esa m¨¢quina. No se me ocurre otro objeto en la historia con el que hayamos tenido relaci¨®n tan ¨ªntima.
El m¨®vil ha cambiado realmente la forma en que vivimos, las formas en que convivimos, las vigilancias que sufrimos: los m¨®viles saben m¨¢s de nosotros que nosotros, y se lo entregan a sus amos. Es de esas rarezas que se convierten en normalidad, novedades que olvidamos que son nuevas: ya no sabemos c¨®mo era preguntar c¨®mo se llega a tal lugar, enterarse de las noticias a la noche, ligar en un azar, no registrar cada momento, jugar a no jugar, pensar un rato, pensar incluso antes de hablar, perderse un par de horas.
Ya no sabemos: hemos sido invadidos, lo gozamos. El tel¨¦fono, como su nombre lo indica, era un aparato que llevaba lejos los sonidos. El m¨®vil, como su nombre, es un aparato que se lleva lejos para no estar nunca lejos: un objeto que se ha transformado en tu lugar. No est¨¢s en tal esquina, en tal tren, en tal habitaci¨®n: est¨¢s en tu m¨®vil, movi¨¦ndote. As¨ª, la palabra m¨®vil vuelve a ser un adjetivo: nos vuelve m¨®viles a todos, sujetos m¨®viles, objetos m¨®viles, nos redime de la obligaci¨®n de estar en alg¨²n sitio para hacer tantas cosas que antes nos obligaban a estar en alguno, nos impide no estar en ninguno: pelea contra el espacio, contra los cuerpos, contra la geograf¨ªa. Todav¨ªa no sabemos si eso es bueno o malo o lo contrario; estamos aprendiendo, s¨ª, que todo es m¨®vil.
Que todo siempre cambia y poco cambia.
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