Te leo como un libro
Misteriosas escrituras desvelan nuestra historia: los surcos de las arrugas, las cicatrices, el subrayado de las ojeras¡
He aprendido a leer por segunda vez. A trav¨¦s de los ojos de mi hijo, he revivido aquel asombro ante el misterio intacto de las letras, el esfuerzo del desciframiento, la tarea lenta y balbuciente de orde?arles su sentido a las palabras. Mis labios han vuelto a silabear mientras su lengua iba desenmara?ando los sonidos ocultos en los signos. No es tarea f¨¢cil arrebatar las p¨¢ginas al silencio. De ni?a no fui consciente, pero ahora me ha fascinado la operaci¨®n tan extra?a, sinest¨¦sica y mestiza que implica ense?ar a los ojos a escuchar.
Un texto es la partitura del lenguaje; las palabras, aire escrito. Ahora mismo, con tu mirada, t¨² extraes m¨²sica callada de estos p¨¢rrafos. El alfabeto es un hermoso invento para conservar la huella del pensamiento, tambi¨¦n para comunicarnos a distancia. Pero no es la ¨²nica forma de hacer viajar los mensajes. Nuestros antepasados encontraron otros modos de atravesar el horizonte con sus frases. As¨ª idearon el lenguaje de humo o el idioma r¨ªtmico de los tambores. En La Orest¨ªada, Esquilo describe c¨®mo Agamen¨®n env¨ªa noticias desde Troya a Grecia a trav¨¦s de una hilera de hogueras que los vig¨ªas van encendiendo sucesivamente desde sus puestos de guardia, de torre en torre y de monta?a en monta?a, como un tel¨¦grafo de fuego. Los incas transmit¨ªan relatos y ¨®rdenes mediante nudos en sus quipus, habl¨¢ndose con el grosor de los flecos, los colores y las ataduras. Desde siempre nos apasionan las tramas, la urdimbre y el desenlace de los relatos.
Recientemente el escritor Juan Camilo Rinc¨®n me descubri¨® un asombroso m¨¦todo de comunicaci¨®n creado por las esclavas colombianas. Tras una rebeli¨®n y largas luchas, el gobernador de Cartagena de Indias reconoci¨® la libertad de San Basilio de Palenque. Surgieron rutas secretas para huir a esa ciudad, donde, tras una peligrosa aventura, esperaba el fin de la servidumbre. Aquellas mujeres negras inventaron un c¨®digo para memorizar el itinerario: trenzaban el cabello en forma de mapa. En ese entramado de peinados que delineaba los pasos y las v¨ªas, sus cabezas portaban, sin que nadie lo sospechase, el sue?o de una fuga, la cartograf¨ªa de una nueva vida.
A lo largo de milenios hemos sido capaces de escribir con humo, cuerdas, pelo; incluso ¡ªsorprendentemente¡ª con los ojos. Utilizando secuencias de puntos y rayas, Samuel Morse cre¨® hace casi dos siglos un sistema el¨¦ctrico para desafiar largas distancias. Como sus se?ales son tan sencillas ¡ªcortas y largas¡ª, el c¨®digo morse se puede utilizar tambi¨¦n con sonidos, luces o gestos intermitentes. En 1966 un piloto norteamericano prisionero de guerra en Vietnam fue obligado a grabar una entrevista televisada. Mientras recitaba frente a la c¨¢mara el discurso dictado por sus captores, parpade¨® en morse la palabra ¡°tortura¡±. En una inesperada pirueta comunicativa, su rostro fue capaz de lanzar dos mensajes al mismo tiempo y as¨ª consigui¨® narrar todas las caras de su historia.
Somos seres entrelazados, fabricamos tapices de palabras, nos anudan los hilos del lenguaje. Desde que nacemos enviamos se?ales con las manos, el arco de las cejas, los titubeos. Por eso, cuando alguien se muestra transparente, cuando su mirada y su gesto reflejan con claridad lo que siente, decimos que es un libro abierto. Misteriosas escrituras desvelan nuestra historia: los surcos de las arrugas y las incisiones del tiempo, como los anillos de los ¨¢rboles; las cicatrices; la caligraf¨ªa de la maternidad; las ilustraciones de los tatuajes; el subrayado de las ojeras; los borrones de las moraduras. En la pel¨ªcula The Pillow Book, de Peter Greenaway, una joven escritora recibe una carta de un editor reproch¨¢ndole que sus versos no valen ni el papel en el que est¨¢n escritos. A partir de entonces, ella redacta sus poemas con exquisita habilidad en la piel de sus amantes, creando libros carnales que le granjean un enorme ¨¦xito. Miro a mi hijo enfrascado en su lectura y trato de leer sus manos aferradas al libro, sus ojos caminando por las l¨ªneas, sus labios dibujando s¨ªlabas en el aire. Nuestros cuerpos son p¨¢gina, atlas y partitura: narran lo que no est¨¢ escrito.
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