V¨ªctor Moscoso: ¡°No hay que comprar el rollo ese de paz y amor¡±
Nacido en Galicia e hijo de exiliados, fue un grande del dise?o gr¨¢fico dentro de la psicodelia en Estados Unidos. Una retrospectiva de la Fundaci¨®n Luis Seoane, ahora en el Musac de Le¨®n, recorre su obra. Le visitamos en su casa en San Francisco
V¨ªctor Moscoso (Vilaboa, 1936) cree que los estudios de los artistas son una extensi¨®n de su mente. Dice esto mientras quita el candado de la vieja puerta de una caba?a de madera que marca la entrada al suyo, anteriormente un espacio de parking. Dentro hay libreros con cientos de cajas amontonadas hasta el techo, a unos cuatro metros de altura. Acumula m¨¢scaras africanas, cometas japonesas, carteles de guitarras, mu?ecas antiguas, banderas de Estados Unidos, entre otros muchos objetos. El sitio lo preside una enorme pintura de una mujer sonriente cabalgando un dinosaurio a rayas, como si fuera un tigre. Es la portada de Run for the Roses, uno de los discos en solitario de Jerry Garcia, l¨ªder de la legendaria banda Grateful Dead.
Hay en este lugar, la zona de trabajo de Moscoso, tesoros del ya lejano Verano del Amor de 1967, joyas de dise?o de la psicodelia, parte de la historia de la m¨²sica y fragmentos de una biblia del c¨®mic subterr¨¢neo que ser¨ªan impublicables en los tiempos actuales. Es el universo de tinta creado en su d¨ªa por este hombre, uno de los referentes del dise?o gr¨¢fico de San Francisco. Todo permanece guardado bajo una fina capa de polvo. Igual que la memoria de Moscoso, quien a sus 85 a?os recuerda sus primeros d¨ªas en su Galicia natal.
¡ªEst¨¢bamos mi abuelo Manolo y yo en el campo. Me dec¨ªa: ¡°Ven para casa, Vitorio, que vai chover¡±.
La frase, que V¨ªctor Moscoso escuch¨® antes de los tres a?os, es la ¨²nica en gallego que queda en su cabeza, que en esta ma?ana de principios de noviembre est¨¢ tocada por una boina. A la altura de la frente, sobre la ceja izquierda, lleva puesto un pin de la cruz roja de Santiago. Recuerda a su madre lavando la ropa en un arroyo. Tambi¨¦n un flash donde abraza a uno de sus t¨ªos mientras va sobre el lomo de un caballo que recuerda gigantesco. Y una jaula de palomas.
Pero no todo son recuerdos buc¨®licos. Tambi¨¦n cuenta c¨®mo un franquista lleg¨® una tarde al bar donde estaba su padre. Sac¨® una pistola del cinto y le dijo: ¡°Te estamos vigilando, Jos¨¦¡±. Esto no lo recuerda, por supuesto, pero es la semilla que dio pie al exilio familiar. Semanas despu¨¦s de la amenaza, su padre, quien hab¨ªa nacido en Nueva Jersey y a quien llamaban Cano, diminutivo de americano, emprendi¨® el regreso al nuevo continente. En marzo de 1940 V¨ªctor y su madre se embarcaban rumbo a Nueva York.
Otra memoria: el olor del comedor del Saturnia, el barco con el que comenzaba la aventura americana. ¡°Era la combinaci¨®n de la gente que bajaba, la comida que serv¨ªan y un jab¨®n que usaban¡±, describe Moscoso. ¡°De vez en cuando hay algo que ¡ª?ZUM!¡ª me lo detona¡±.
Moscoso creci¨® y pas¨® su adolescencia en un barrio de Brooklyn lleno de irlandeses, puertorrique?os, cubanos y algunos espa?oles. Su padre pintaba casas con brocha gorda. Su madre era costurera. Recuerda cuando sal¨ªa de casa e iba manteniendo en equilibrio una m¨¢quina de coser sobre la cabeza. ¡°Iba a casa de las se?oras ricas, quienes sacaban las revistas de moda de la ¨¦poca, las abr¨ªan y le se?alaban un vestido: ¡®?Quiero este!¡¯, le dec¨ªan¡±. Esos d¨ªas le dejaron la impronta de un marcado acento neoyorquino que no se ha quitado con medio siglo en San Francisco. Tambi¨¦n le qued¨® el cuerpo delgado y enjuto del chaval que corr¨ªa la milla en 4 minutos y 20 segundos. Sol¨ªa hacer la carrera hasta el sitio donde se constru¨ªa el puente de Brooklyn, que era levantado por muchos de los irlandeses de su calle.
Lleg¨® a la Costa Oeste en octubre de 1959 imantado por la magia beatnik que desprend¨ªa En el camino, de Jack Kerouac. Tambi¨¦n por un peque?o movimiento art¨ªstico de la zona de la bah¨ªa que hacia pintura figurativa con un toque de expresionismo abstracto. Al joven Moscoso le parec¨ªa una promesa lo suficientemente atractiva como para abandonar su trabajo de dise?ador en una tienda departamental.
El artista se apoya en una larga tabla que sirve de mesa de trabajo. All¨ª pasaba largas horas, sobre todo a altas horas de la noche. La ¨²nica compa?¨ªa se la hac¨ªa una radio de bater¨ªas. Cuando quer¨ªa una canci¨®n llamaba a la estaci¨®n para que los pinchadiscos la pusieran. Rememora aquellos d¨ªas hasta que la idea se desvanece. La mirada se queda fija sobre algo debajo de unas cartulinas. ¡°?Mierda! ?Es un porro! Lo hab¨ªa olvidado completamente. ?Te interesa?¡±, r¨ªe mientras ofrece el cigarrillo.
¡°La gente piensa que dibujaba puesto de ¨¢cido¡±, cuenta, negando la leyenda sobre su manera de crear. ¡°Hice uno solo y nada m¨¢s. Cuando comenz¨® el viaje empec¨¦ a ver las mol¨¦culas del papel. Parec¨ªa irrelevante lo que estaba haciendo. La pluma comenzaba a atravesar el papel. Era rid¨ªculo. No ten¨ªa sentido¡±.
Reci¨¦n llegado a Oakland, el Ej¨¦rcito intent¨® enrolarlo para Vietnam, pero Moscoso no super¨® las pruebas. ¡°La Armada intenta quebrarte para que despu¨¦s ellos te armen como quieran¡±, dice. La experiencia m¨¢s importante de reconstrucci¨®n, sin embargo, llegaba con el LSD. ¡°Cada vez que me lo tomaba ten¨ªa esta imagen de m¨ª mismo en un bloque de escaleras donde se me desprend¨ªan mis brazos, las piernas, mi cabeza. Deb¨ªa armarme nuevamente. Cuando volv¨ªa a unirme cambiaba la forma como estaba armado. No era el de antes¡±, revela. No era durante sino despu¨¦s del viaje cuando comenzaba a dibujar. ¡°Deb¨ªa compensar mis debilidades¡±, explica.
Uno de sus primeros carteles, de 1966, tiene una enorme g¨¢rgola. Arriba, en grandes letras redondas, est¨¢n los nombres de los grupos; entre ellos, Big Brother & The Holding Company, la banda de Janis Joplin. Por abajo, el lugar del concierto, el sal¨®n Avalon, y la fecha. Todo demasiado convencional. Moscoso lo odia hasta la fecha. ¡°Fue mi mayor fracaso. No me gust¨®, a nadie. Me sent¨ª herido, pero no me rend¨ª. Me abri¨® puertas cerr¨¢ndome otras¡±, analiza.
El ¨¢cido lis¨¦rgico le ayud¨® a ir a contrapelo de lo que aprendi¨® en siete a?os de estudios en las prestigiosas escuelas de Nueva York, Cooper Union, y de Yale, donde fue alumno del maestro de la Bauhaus Josef Albers. ¡°Fue f¨¢cil una vez que descubr¨ª que ten¨ªa que romper todas las reglas¡±, afirma Moscoso. As¨ª fue tachando de la lista las cosas que supuestamente deb¨ªa hacer: por ejemplo, tipograf¨ªa legible y no usar colores vibrantes.
De Josef Albers, a quien considera una enorme influencia, aprendi¨® todo sobre la experimentaci¨®n con el color que, despu¨¦s del ensayo en blanco y negro de la g¨¢rgola, se convirti¨® en uno de los pilares de su obra. ¡°No sab¨ªa nada sobre el color. Pens¨¦ que era solo pintura, pero para ¨¦l era algo completamente diferente, algo por s¨ª mismo. El color es como la niebla. Es como pintar con niebla¡±.
La f¨®rmula le permiti¨® una fren¨¦tica ¨¦poca de creaci¨®n en la que hizo m¨¢s de 60 carteles en unos ocho meses entre 1967 y 1968 para m¨²sicos como Jimi Hendrix, The Doors, Steve Miller, The Sparrow (Steppenwolf), Canned Heat y Country Joe & The Fish, entre otros. Le tom¨® solo dos horas hacer una de sus obras m¨¢s conocidas, el p¨®ster de The Chamber Brothers, que muestra un blowup de una mujer con unos grandes anteojos oscuros en tonos naranja sobre fucsia. En los lentes est¨¢n escritos con grandes letras azules el nombre del grupo y la informaci¨®n del concierto.
Un d¨ªa uno de sus colegas y colaboradores, Rick Griffin, se apareci¨® en su casa para mostrarle una obra en proceso. Llevaba la tabla donde estaba dibujando.
¡°A este p¨®ster le voy a poner letra psicod¨¦lica que no diga nada¡±, le dijo Griffin. ¡°Siempre hac¨ªamos que fuera dif¨ªcil de leer, pero esta vez iba a ser imposible¡±, explica Moscoso. ?l le sugiri¨® a su amigo a?adir una imagen del artista. ¡°Tom¨¦ un pedazo de vidrio y lo puse sobre su rostro, y comenc¨¦ a dibujar con un l¨¢piz de cera¡±. La cara se funde en una mariposa sobre un cielo estrellado. La informaci¨®n legible estaba encerrada en un peque?o globo en la esquina inferior derecha. Era para el mism¨ªsimo Chuck Berry. ¡°Mierda, t¨ªo, era para uno de los reyes del rock, pero eso te demuestra d¨®nde est¨¢bamos. No nos importaba que fuera para ¨¦l¡±, cuenta Moscoso, que tiene en su estudio una fotograf¨ªa de Griffin. Su colega muri¨® en un accidente de motocicleta en 1991.
Una de las obras m¨¢s conocidas de V¨ªctor Moscoso la hizo en 1973 para Herbie Hancock. El jazzista le hab¨ªa contado que estaba haciendo un proyecto donde mezclaba m¨²sica africana con electr¨®nica. Moscoso tall¨® una gran m¨¢scara en madera de balsa y apareci¨® con ella y un fot¨®grafo una ma?ana en la que la banda ensayaba. ¡°?Qu¨¦ carajo es eso? ?Nos har¨¢s vud¨²?¡±, le preguntaron cuando entr¨® a la sala. As¨ª naci¨® el rostro de Head Hunters, uno de los ¨¢lbumes de jazz que m¨¢s ha vendido.
Moscoso pasa p¨¢gina velozmente cuando habla del ocaso del Verano del Amor, un momento que lleg¨® a su fin cuando el ¨¦xito de las bandas trajo consigo a los sellos discogr¨¢ficos, que comenzaron a imponer sus condiciones y a los artistas para el arte de los ¨¢lbumes. Cuenta que de muchos de los derechos de sus carteles lo despoj¨® un manager de la sala de conciertos Family Dog, quien puso las obras a su nombre. Varios a?os despu¨¦s, en los ochenta, Moscoso y otros cuatro referentes de la psicodelia ¡ªconocidos como The Big Five (Alton Kelley, Griffin, Wes Wilson, Stanley Mouse y ¨¦l)¡ª fueron a los tribunales para intentar recuperar los derechos. El juez le dio la raz¨®n al empresario. ¡°No compres el rollo ese de paz y amor. Nuestro dinero fue robado. A ese juez no le gustaban los artistas. Una cosa que nos dijo y nos destruy¨® es que no sabr¨ªamos qu¨¦ hacer con los derechos. Ten¨ªa el concepto de que ¨¦ramos unos freaks y no sab¨ªamos nada de los negocios¡±, recuerda.
Si el Verano del Amor tuvo un final amargo, 1968 fue prometedor en el ?Haight-Ashbury, el barrio en ebullici¨®n entonces en San Francisco. En febrero, Moscoso y su esposa, Gail, se encontraron en la calle al colega dibujante Robert Crumb, quien estaba repartiendo una revista de sus vi?etas, Zap Comix. Para el segundo n¨²mero, lanzado en julio, The Big Five ya estaba publicando en lo que se convirti¨® en una historieta de culto.
Moscoso llev¨® entonces al mundo del c¨®mic el desaf¨ªo a las reglas que lo hab¨ªa hecho famoso como dise?ador. ¡°En los c¨®mics elimin¨® el guion, los di¨¢logos y los personajes, lo que podr¨ªamos considerar los elementos esenciales. Y as¨ª abri¨® el campo narrativo de las historias gr¨¢ficas¡±, explica David Carballal, el curador de Moscoso Cosmos, la retrospectiva del gallego realizada por la Fundaci¨®n Luis Seoane de A Coru?a y que se puede ver en el Musac de Le¨®n hasta el 20 de febrero y del 4 de marzo al 12 de junio en el Centro Niemeyer de Avil¨¦s. ¡°Cualquiera que busque respuestas no convencionales a determinado problema, no solo en el ¨¢mbito de la creaci¨®n visual, puede encontrar en la obra de Moscoso un motivo de inspiraci¨®n¡±, se?ala el comisario.
Despu¨¦s del chasco de derechos con los carteles, Crumb y el resto de dibujantes hicieron de Zap un proyecto que protegiera el arte. ¡°Es lo m¨¢s democr¨¢tico que hemos hecho¡±, dice. Se pagaba a cada dibujante un 20% de royalties por cada p¨¢gina que dibujaba. Ingresabas m¨¢s si hac¨ªas la portada o los forros. El modelo funcion¨® y la revista, que solo costaba 50 centavos, se convirti¨® en un s¨ªmbolo de la contracultura. Tuvo varias ediciones, que no estaban sujetas a la periodicidad ni a la publicidad, solo al flujo creativo de sus artistas, que poblaban las p¨¢ginas de historietas que hoy encender¨ªan todas las alarmas por ser consideradas racistas, sexistas, radicales y pornogr¨¢ficas. ¡°Hicimos lo que quisimos. Fuimos rebeldes con una gran libertad. Hicimos algo muy bueno haciendo algo muy malo¡±, sentencia Moscoso, el ¨²nico vivo entre los originales junto a Crumb y Stanley Mouse.
El ¨²ltimo n¨²mero lleg¨® en 2014. En ¨¦l Moscoso hizo un gui?o a Espa?a, una tierra en la que no ha puesto pie en d¨¦cadas y adonde no ha podido ir a ver su exposici¨®n por la pandemia. La contraportada del Zap #14 es un tributo a Las meninas, de Vel¨¢zquez, donde el artista inserta a uno de sus personajes, un tintero llamado Blobman. Sobre los personajes hay una sola palabra: ¡°Adi¨®s¡±.
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