La palabra autoridad
En situaciones de crisis hay que poder confiar en lo que dice tal o cual sabio porque de ello dependen nuestras vidas. |?Columna de Mart¨ªn Caparr¨®s.
Si las palabras siempre confunden ¡ªsi su funci¨®n, al fin y al cabo, es confundir¡ª, pocas confunden m¨¢s que la palabra autoridad. Es habitual, en estos d¨ªas, entender autoridad como poder, eso que tienen los que pueden obligarte a hacer lo que ellos quieren. La autoridad ser¨ªa, en ¨²ltima instancia, lo que ejercen las autoridades o, incluso, los autoritarios: una manera de la opresi¨®n y la arbitrariedad, dir¨ªan algunos; una forma del orden, dir¨ªan otros. Y, sin embargo, durante tanto tiempo no fue nada de eso.
La palabra autoridad viene de un verbo latino, augere, que significaba aumentar, mejorar, hacer que algo progrese. Un auctor era quien lo hac¨ªa, y auctoritas la capacidad de hacerlo. De donde autor, por supuesto: el que hace que algo avance, el que lo aumenta ¡ªy a veces lo empeora. De donde autoridad.
Autoridad fue, durante siglos, ya en castellano, eso que ahora la Academia pone en tercer lugar: ¡°Prestigio y cr¨¦dito que se reconoce a una persona o instituci¨®n por su legitimidad o su calidad y competencia en alguna materia¡±. Por eso su primer diccionario ¡ª 1713¡ª se llam¨®, precisamente, Diccionario de Autoridades. Su prop¨®sito declarado era cuidar la pureza de una lengua que ¡ªcomo siempre¡ª se estaba corrompiendo. Conservadora por misi¨®n, ya entonces la Academia quer¨ªa limpiar, fijar, dar esplendor. Para eso necesitaba definir qu¨¦ estaba bien dicho y qu¨¦ mal; para eso recurr¨ªa a las autoridades, o sea: citaba frases de los grandes autores que mostraban c¨®mo hab¨ªa que usar cada palabra. Ellos eran las autoridades cuyo prestigio confirmaba la regla: para eso serv¨ªa, entonces, la autoridad.
En esa idea ya hab¨ªa un principio de poder: saber les daba el privilegio de definir qu¨¦ estaba bien y qu¨¦ mal, qu¨¦ hab¨ªa que hacer y qu¨¦ no. Pero esa idea de autoridad es un concepto id¨ªlico del poder: que se basa en saber, que lo ejercen los que saben. Cuando el poder, sabemos, suele basarse en s¨ª mismo o en alg¨²n origen insondable: un dios, las armas, la marcha de la historia, la voluntad popular, la salvaci¨®n de la patria, el peso de una sangre, la fortuna.
As¨ª que la palabra autoridad pas¨® a designar a aquel que ejerc¨ªa su poder, m¨¢s all¨¢ de razones o justificaciones. Y empez¨® a aparecer con m¨¢s frecuencia como abuso que como principio. Fue famosa aquella frase de los terroristas uniformados que ocuparon el Parlamento espa?ol a punta de pistola, cuando dijeron que estaban esperando a ¡°la autoridad competente, militar por supuesto¡±.
El principio de autoridad, la idea de que hay que respetar lo que alguien dice porque sabe m¨¢s, todav¨ªa funciona en ciertas circunstancias: en principio, uno no cuestiona el diagn¨®stico de un m¨¦dico ¡ªaunque un m¨¦dico puede ser tan inepto como este columnista¡ª; tampoco duda de la idoneidad del piloto en el vuelo ¡ª?aunque puede haberse perdido alguna clase. Pero, en general, creemos que no se le puede creer nada a nadie. Ciertamente no a los pol¨ªticos ¡ªque detentan la autoridad pero no tienen ninguna¡ª y, ahora, ni siquiera a los cient¨ªficos, que nos dicen que la vacuna o la distancia importan y tantos no les hacen caso.
No queda autoridad: nos han enga?ado demasiado. Desconfiamos, con raz¨®n desconfiamos y esa desconfianza nos deja desnudos, desamparados. Un mundo sin principio de autoridad es un espacio oscuro. En general, no creer puede ser saludable. En situaciones de crisis como esta, en cambio, hay que poder confiar en lo que dice tal o cual sabio porque nuestras conductas y nuestras vidas dependen de ello. Y ahora no lo conseguimos, y quedamos a merced de la tormenta y de los vivos que la aprovechan. Cuando no hay principio de autoridad, los que pueden ejercen la autoridad sin principios: porque yo lo valgo, porque puedo. Cuando no hay autoridad se imponen las autoridades: esas a las que no hay que respetar, solo obedecer. Y ejercen su autoridad sin autoridad, y la convierten en su contrario: el autoritarismo.
Sabemos c¨®mo es eso: en ese tema, por desgracia, somos autoridades competentes.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.