Cuento de noviembre 1 (El profesor P¨ªrfano)
En cuanto un hombre o una mujer se suben a una tarima, los estudiantes dejan de advertir sus defectos f¨ªsicos y sufren un falso enamoramiento |?Columna de Javier Mar¨ªas
En su adolescencia, el profesor P¨ªrfano de Lerma tuvo poca suerte con las chicas. Hasta el punto de que una de ellas, cuando ¨¦l la invit¨® a ir al cine, le contest¨® con la crueldad frecuente en las edades muy juveniles: ¡°Mira, P¨ªrfano, t¨², me das arcadas¡±, y a continuaci¨®n se introdujo el ¨ªndice en la boca en adem¨¢n de provocarse el v¨®mito que ya la rondaba. No era propiamente horroroso, P¨ªrfano de Lerma; pero no gustaba. Ten¨ªa una nariz corta en una cara muy larga, unos dientes saledizos que le llegaban hasta la otra acera y unas gafas de pasta negra de las que infund¨ªan miedo, seguramente por eso las lucen hoy tantas mujeres que presumen de bravas.
No cambi¨® su suerte en la Universidad, pese a dejarse crecer unas melenas lacias que se echaba hacia atr¨¢s para que no le taparan las orejas: su madre lo hab¨ªa convencido de la belleza de sus orejas ¡ªquiz¨¢ no ten¨ªa m¨¢s a lo que agarrarse¡ª, ¨¦l lo hab¨ªa cre¨ªdo a pie juntillas y estaba muy orgulloso de estos ap¨¦ndices. Fue un excelente estudiante, sacaba matr¨ªculas de honor y no era nada tonto, incluso pose¨ªa elocuencia. Algunas compa?eras se quedaban hipnotizadas mientras ¨¦l interven¨ªa, pero el ensalmo duraba poco y en seguida volv¨ªan a verlo atus¨¢ndose las guedejas, con su nariz chata y sus dientes como proyectiles. A ¨¦l no le faltaba osad¨ªa para hacer propuestas a las m¨¢s agraciadas, y como la crueldad amaina con los a?os, se encontraba con respuestas como esta: ¡°No s¨¦ yo, mejor que salgas t¨² solo, con tu dentadura ya vas acompa?ado¡±. La piedad llega con mucho retraso, o se aprende lentamente.
P¨ªrfano de Lerma no tuvo m¨¢s remedio que concentrarse en los estudios, y, como memorizaba de f¨¢bula, se le daban bien las lenguas y en verdad era brillante, no le cost¨® ganar unas oposiciones a profesor numerario. La asignatura que ense?¨® inicialmente carec¨ªa de aura: Teor¨ªa de la Traducci¨®n, en la Facultad de Letras de la Complutense. Sus alumnos eran ya licenciados en Filolog¨ªas: espa?ola, inglesa, alemana, francesa, italiana, bastantes eran mayores que ¨¦l. Al menos mostraban inter¨¦s, a veces eran cien en el aula. Y fue entonces cuando P¨ªrfano descubri¨® con agrado lo que un novelista espa?ol ha llamado ¡°el efecto tarima¡±. En cuanto un hombre o una mujer se suben a una, y tienen la voz cantante durante prolongado rato ¡ªlas clases duraban casi una hora¡ª, los estudiantes del sexo contrario (o del mismo) dejan de advertir sus defectos f¨ªsicos y sufren un falso enamoramiento vehemente hacia esa persona que habla y se eleva sobre las dem¨¢s cabezas. Huelga decir que tambi¨¦n los directores de orquesta y los solistas se aprovechan de ese efecto, aunque de ellos no broten vocablos sino melod¨ªas.
El profesor P¨ªrfano de Lerma insist¨ªa en que se lo llamara as¨ª, ya que su apellido era compuesto y su primera parte se prestaba a bromas: desde la infancia se lo hab¨ªan convertido en ¡°P¨ªfano¡±, en ¡°T¨ªmpano¡± y hasta en ¡°Pifia¡±, a mala idea. De pronto se encontr¨® con que algunas alumnas procuraban dirigirse a ¨¦l por el apellido completo, remoloneaban con preguntas absurdas al final de la clase, le pon¨ªan ojitos y vest¨ªan ropa ce?ida y ligera en pleno invierno. Un d¨ªa, absorto en desplegar su labia, descubri¨®, al tomar asiento un instante, que dos de ellas, Olga Juez y Conch¨ªn Bailly-Bailli¨¨re ¡ªchicas finas¡ª, se hab¨ªan presentado en clase con faldas escuetas y sin bragas. Y no s¨®lo eso, sino que a lo largo de toda la lecci¨®n abr¨ªan y cerraban las piernas sincronizadamente: las cerraban alrededor de un minuto, las abr¨ªan de par en par quince segundos. P¨ªrfano perdi¨® el hilo y vacil¨® m¨¢s de la cuenta, pero lo dio por bien empleado, y al final fue ¨¦l quien se aproxim¨® a ellas con pretextos idiotas. Se entretuvieron lo bastante para que se largaran no s¨®lo los dem¨¢s alumnos, sino la propia Conch¨ªn: quiz¨¢ hab¨ªan acordado turnarse, y que la primera pasara informaci¨®n experimentada a la segunda.
As¨ª comenz¨® un periodo exitoso en el campo sexual para P¨ªrfano. ?l no lo atribuy¨® en absoluto al ¡°efecto tarima¡±, sino que crey¨® haber culminado con los a?os (ten¨ªa treinta y pocos por entonces) la maduraci¨®n de su atractivo. Eso s¨ª, prescindi¨® de la temible montura de pasta negra y la sustituy¨® por una clara; visit¨® a un costoso odont¨®logo y ¨¦ste logr¨® reducirle un poco los incisivos y los caninos de largo alcance; se recort¨® levemente la melena para que le diera menos pereza lavarse el pelo y lucirlo m¨¢s limpio, manteniendo las bellas orejas bien a la vista. A su corta nariz nada, ay, pod¨ªa a?adirle volumen. Pero tanto daba: por su cama acabaron pasando Olga y Conch¨ªn y la mitad de las alumnas atractivas, en Teor¨ªa de la Traducci¨®n unas cinco. Para ¨¦l era un n¨²mero monumental y se envalenton¨®: empez¨® a tirarles los tejos a j¨®venes de otras asignaturas, cursos y departamentos cuando se las cruzaba por los pasillos, persuadido de ser un seductor irresistible. Eso les ocurre a muchos hombres: si les viene una buena racha en este terreno ¡ªlo mismo que les pasa a los jugadores viciosos¡ª, creen que nunca se les terminar¨¢, y que por fuerza caer¨¢ rendida a sus pies cualquier f¨¦mina, aunque sea una diosa desconocida.
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