La palabra arma
Las armas vuelven, de pronto, a matar de verdad. Y debemos discutir qu¨¦ hacer con ellas. Y cunde el estupor, la confusi¨®n | Columna de Mart¨ªn Caparr¨®s
?Armas, qui¨¦n dijo armas? La palabra arma suena a cacaculop¨ªs, a esas cosas que no decimos en voz alta ¡ª?la verg¨¹enza. La palabra arma nos suena cada vez m¨¢s rara, m¨¢s lejana: como si hablara de otras cosas, de otras gentes. Las armas ya no est¨¢n en nuestras vidas. Las dejamos atr¨¢s, y es todo un privilegio.
Y sin embargo la palabra arma fue potente. En el nunca bien ponderado Diccionario, por ejemplo, tiene 12 definiciones ¡ªy docenas de frases y locuciones que la incluyen. La que importa suele ser la primera: ¡°Instrumento, medio o m¨¢quina destinados a atacar o a defenderse¡±. Es lo que, por suerte, ya casi no hacemos: no atacamos, no nos defendemos.
Es otra novedad. Por milenios, cada cual debi¨® atacar y defenderse por s¨ª mismo: todos, entonces, los que pod¨ªan llevaban un arma para hacerlo; todos, entonces, los que pod¨ªan las usaban. Un caballero espa?ol ¡ªSiglo de Oro, digamos, por ejemplo¡ª no sal¨ªa a la calle sin su espada; un malandr¨ªn espa?ol, sin su navaja. Pero ese uso privado de las armas fue desapareciendo ante el desarrollo de los Estados: las armas se volvieron cosa p¨²blica. Ya entrado el siglo XIX muchos Estados se tomaron cada vez m¨¢s en serio aquello del ¡°monopolio de la violencia¡± y, a cambio de garantizar ¡ªo decir que garantizaban¡ª la seguridad de sus s¨²bditos, los desarmaron.
As¨ª que desde entonces solo debieron portar armas las ¡°fuerzas del orden¡± y los trabajadores del desorden. Las primeras las exhib¨ªan, los segundos ten¨ªan que ocultarlas: las armas ya no fueron algo que se mostrara para mostrar qui¨¦n era cada quien. Salvo, por supuesto, en algunas sociedades especialmente desconfiadas de sus Estados, cuyos hombres a¨²n las portan con orgullo fiero: buena parte de Estados Unidos, por ejemplo, o Afganist¨¢n o Yemen u otros lugares semejantes. Pero en general no las usamos, no tenemos.
(Y as¨ª mutan tambi¨¦n sus palabras: alarma, en nuestros d¨ªas pac¨ªficos, ya no es el grito que convocaba a las personas a correr a sus armas para defenderse; es el aviso de que alguien puede estar invadiendo nuestros lugares m¨¢s privados, un pedido de auxilio. Y el armario, faltaba m¨¢s, ahora no sirve para guardar espadas, y el armador suele encontrarse en las canchas de f¨²tbol o de v¨®ley.)
Las armas nos han quedado lejos. Ahora un arma es un objeto ajeno, metal oscuro, fr¨ªo, amenazante. Hay millones de personas que nunca han tenido en sus manos una pistola, un rifle: nos dar¨ªa miedo, asquito. Y sin embargo las vemos todo el tiempo: las armas dejaron de ser instrumentos cotidianos para volverse un espec?t¨¢culo constante. En tantas series, pel¨ªculas, jueguitos, las armas tienen un papel perfectamente desproporcionado ¡ªcomo un caso particular del espacio perfectamente desproporcionado que ocupa la violencia en las ficciones que solemos consumir. Vivimos en un mundo casi calmo pero vemos uno brusco y turbulento.
Hasta que, de pronto, la ficci¨®n se vuelve realidad ¡ªo esa cosa tan parecida a la realidad que nos inunda las pantallas bajo el nombre de noticia. Las armas vuelven, de pronto, a matar de verdad. Y debemos discutir qu¨¦ hacer con ellas: si es l¨ªcito envi¨¢rselas a estos o a los otros, si conviene ayudar a prolongar la guerra o es mejor que termine antes aunque ganen los malos. Y vemos c¨®mo personas que no sol¨ªan usarlas las toman y enarbolan: aux armes, citoyens, cantaban hace tanto los franceses. Y cunde el estupor, la confusi¨®n.
La guerra es ¡ªgracias, Pedro Grullo¡ª ese momento en que las armas recuperan su lugar perdido: ese en que las palabras solo sirven si retoman aquel idioma antiguo. Hubo un verso famoso que hac¨ªa de la poes¨ªa ¡°un arma cargada de futuro¡±; vivimos tiempos en que las armas est¨¢n desprestigiadas como medio de construir futuros, en que creemos que los futuros que llegan con las armas son temibles, indeseables: suponemos que cualquier proceso que incluya armas es una derrota. Lo cual es, por un lado, completamente cierto y, por otro, deja el camino abierto a los peores: a los que s¨ª las usan.
Ah¨ª est¨¢, agazapada, la duda de estos tiempos.
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