La palabra inflaci¨®n
De pronto, no sabemos. Tenemos miedo del futuro. Vivimos una de esas ¨¦pocas en que el futuro no es promesa sino amenaza |?Columna de Mart¨ªn Caparr¨®s
Es duro: nos inflamos o inflacionamos o inflamamos o vaya a saber qu¨¦; no sabemos pero sabemos que es un problema, estamos preocupados. La inflaci¨®n es una met¨¢fora muy b¨¢sica: un globo que se infla, se infla, se infla m¨¢s ¡ªhasta que al fin revienta. La inflaci¨®n, aquella r¨¦mora de tiempos pasados o pa¨ªses sobrepasados, ha vuelto a entrometerse en nuestras vidas de europeos solventes, pac¨ªficos, m¨®dicamente satisfechos, para decir que no: que quiz¨¢ no somos eso que cre¨ªmos.
La palabra inflaci¨®n no solo es preocupante; es, tambi¨¦n, fe¨²cha. Y enga?osa: su origen no es el que parece. La palabra inflaci¨®n viene de inflar, por supuesto, pero no los precios, como podr¨ªamos creer, sino la moneda. La palabra inflation empez¨® a usarse en econom¨ªa hacia 1830, Estados Unidos: en esos d¨ªas cantidades de bancos emit¨ªan billetes, supuestamente respaldados por sus reservas de oro o plata. Era el mercado en todo su esplendor. Pero result¨® que muchos de esos bancos no ten¨ªan los tesoros que dec¨ªan tener, o sea que sus billetes no val¨ªan lo que dec¨ªan valer. Esos billetes estaban inflados ¡ªpor la mentira de sus emisores¡ª y fueron depreci¨¢ndose. Esa fue la primera inflaci¨®n.
Despu¨¦s los Estados controlaron la emisi¨®n de sus monedas y pudieron manejar sus inflaciones: cuando necesitaban emit¨ªan billetes, que a veces ten¨ªan respaldo y otras no. Cuando no lo ten¨ªan esos billetes val¨ªan cada vez menos, o sea: se precisaban m¨¢s para comprar las mismas cosas, los precios aumentaban. Eso es, ahora, la inflaci¨®n: que la moneda valga menos o las mercader¨ªas valgan m¨¢s. Que las cosas, al fin y al cabo, dejen de estar claras.
Soy casi argentino: cuando leo que Europa se preocupa por una inflaci¨®n prevista del 6% o 7% anual me da el arranque de orgullo m¨¢s est¨²pido, el de la v¨ªctima engre¨ªda: estos no saben lo que es una inflaci¨®n en serio. Vengo de un pa¨ªs que ha sabido producir hiperinflaciones, saltos brutales del dinero al vac¨ªo, y que en los ¨²ltimos 10 a?os mantiene un promedio del 30% o 40% anual y prev¨¦, para este, acercarse al 60%. Ese saber tan prescindible me ense?¨® que lo peor de la inflaci¨®n es la incertidumbre.
(Recuerdo aquellos d¨ªas de 1990 o 2001, cuando las ¡°h¨ªper¡± hac¨ªan que las cosas tuvieran un precio de ma?ana y otro de tarde: cuando el dinero era una convenci¨®n sin convenciones, cuando hab¨ªa que gastarlo ya porque despu¨¦s qui¨¦n sabe, cuando nadie sab¨ªa por cu¨¢nto trabajaba, cuando todo se deslizaba como agua entre los dedos.)
Y ahora, de pronto, no sabemos. Tenemos miedo del futuro. Vivimos una de esas ¨¦pocas en que el futuro no es promesa sino amenaza: la amenaza ambiental, la amenaza demogr¨¢fica, la amenaza pol¨ªtica, ahora la amenaza militar. No sabemos qu¨¦ queremos, solo sabemos lo que no; no esperamos cambios positivos, esperamos poder controlar o aminorar los negativos.
Para eso nos refugiamos en las certezas que podemos: religiones, leyes, banderas, c¨¢lculos econ¨®micos. Saber que gano tanto, que necesito tanto, que voy a poder pagar la luz y el gas y la comida de los ni?os y quiz¨¢, si acaso, una tele m¨¢s grande o ropa nueva. Poder hacer las cuentas y prever: es poco pero tranquiliza. Para muchos, el negocio es claro: no espero grandes cosas a cambio de no temer grandes problemas. La inflaci¨®n viene a romper ese pacto ¡ªy m¨¢s, aliada con la guerra. La inflaci¨®n es una forma banal, inmediata, de esa amenaza del futuro: otro modo de convencernos de que esto est¨¢ por reventar. La inflaci¨®n te obliga a vivir en el presente, que es el momento m¨¢s dif¨ªcil.
El presente se mueve, se te escapa: m¨¢s cuanto menos tienes. La inflaci¨®n, es obvio, castiga m¨¢s a los que tienen menos. Si est¨¢s m¨¢s o menos sobrado, que te aumenten la luz un 30% o las patatas un 10% es un engorro, que a lo sumo te indigna; si no sabes si llegas o no llegas te destruye el humor, la previsi¨®n, la vida.
La inflaci¨®n, al fin y al cabo, es otro nombre de la desigualdad: a usted y a m¨ª nos incomoda, a aquel o aquella los revienta. La inflaci¨®n, como todo, es injusta. La justicia, quiz¨¢, consistir¨ªa en que todos tuvi¨¦ramos los mismos problemas. Es un programa m¨ªnimo ¡ªque, todav¨ªa, nunca conseguimos.
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