La ¨²ltima gran mecenas
La baronesa Beatrice Monti della Corte von Rezzori dirige, a sus 96 a?os, una peculiar residencia de escritores en un peque?o pueblo de la Toscana. El ¨²nico criterio de selecci¨®n es su propio instinto.
Seguir el ritmo de la conversaci¨®n a Beatrice Monti della Corte von Rezzori, 96 a?os, dos veces baronesa, requiere cierto entrenamiento. Su charla, pulida a lo largo de nueve d¨¦cadas de salonismo internacional, va saltando de idioma, de continente, de los perros a los humanos ¨CMonti raramente se mueve sin un perro encima, generalmente Rosina, la ¨²ltima de una larga estirpe de carlinos¨C, de nombre famoso en nombre famoso y a veces, ay, se topa con un blanco inesperado. Ma santo cielo, come si chiamava?. Eso la exaspera. No est¨¢ acostumbrada a encontrar oposici¨®n, ni siquiera entre sus propias neuronas.
¡°Es una enfermedad¡me desmoraliza¡±, dice de sus fugas moment¨¢neas de memoria. Que tampoco son tantas, y no le impiden seguir siendo una fabulosa contadora de historias. Hable de lo que hable, Monti maneja siempre fuentes de primera calidad.
La baronesa dirige (y encarna) desde hace m¨¢s de 20 a?os la fundaci¨®n Santa Maddalena, la residencia de escritores m¨¢s c¨¦lebre y a la vez m¨¢s peculiar de todas las que existen. Est¨¢ en Donnini, en un pueblo diminuto de la Toscana, en la antigua torre que reform¨® con su marido, el escritor Gregor von Rezzori. Y entre su poblaci¨®n flotante se cuenta alg¨²n actor famoso (generalmente, Isabella Rossellini y Ralph Fiennes, dos buenos amigos de la baronesa) y escritores que a veces ganan Pulitzers y Bookers y Anagramas y Goncourts y suenan para el Nobel. Pero la clave est¨¢ en la mezcla. ¡°No quiero solo celebridades. Las superestrellas literarias vienen igualmente porque son mis amigos, pero me gusta traer a escritores j¨®venes, mezclar a los nuevos con los viejos¡±. Ahora anda ¡°enamorada¡± de Pol Guasch, el escritor catal¨¢n de 24 a?os que gan¨® el premio Anagrama por Napalm en el coraz¨®n y que ha estado all¨ª ya tres veces. ¡°Es tan guapo¡±, suspira.
Para medir la influencia de esta mujer menuda con un car¨¢cter f¨¦rreo ¨Cal escritor Francisco Goldman le recuerda a su adorada abuela guatemalteca: ¡°fuerte, carism¨¢tica y mandona¡± ¨C en la literatura contempor¨¢nea solo hay que ir a cotillear la secci¨®n de agradecimientos de los libros m¨¢s sonados en los ¨²ltimos 20 a?os. All¨ª casi siempre aparece ¡°Beatrice¡± sin m¨¢s. Sally Rooney, que se refugi¨® en Santa Maddaena para escribir su ¨²ltimo libro, ?D¨®nde est¨¢s mundo bello?, se acuerda tambi¨¦n de Rasika, la cocinera, que nutre de risotto y sopa toscana a los autores, y de parte del equipo de la fundaci¨®n, que en realidad es muy escueto. Se cree que cierta arist¨®crata mecenas que aparece en el libro Prestigio, de Rachel Cusk (Libros del Asteroide) est¨¢ basada en ella. En realidad, Cusk nunca ha estado en Santa Maddalena, pero s¨ª Michael Cunningham, Colm T¨®ib¨ªn, Annie Ernaux, Emmanuel Carr¨¨re, Maylis de Kerangal, Maggie O¡¯Farrell, Juan Gabriel V¨¢squez, Gary Stheyngart, y Zadie Smith, una habitual y amiga de la casa. ¡°La vi un d¨ªa en televisi¨®n ¨Cexplica Monti¨C cuando acababa de publicar su primera novela y parec¨ªa una rata acorralada, con esos ojos enormes y tanta gente a su alrededor. Le escrib¨ª a mano y le dije: querida, tu ¨¦xito es fant¨¢stico pero te ir¨ªa bien tener alg¨²n sito en el que refugiarte, esconderte y coger aire. Si te interesa un lugar tranquilo en el campo, donde no hay mucho, pero s¨ª un bonito paisaje y una casa llena de libros, puedes venir. Lleg¨® un mes despu¨¦s y se qued¨® m¨¢s de 60 d¨ªas. Nos volvimos buenas amigas¡±.
Definir Santa Maddalena de manera tan coquetamente humilde tiene truco, claro. La residencia es en realidad una casa colonica, una t¨ªpica construcci¨®n de campo toscana, y una torre adjunta, con unos ocho dormitorios en total, otros tantos estudios, un jard¨ªn amplio y una piscina con su pabell¨®n. Un lugar ca¨®ticamente e innegablemente bello, decorado por la baronesa con antig¨¹edades recogidas en sus viajes y obras de arte de su etapa como galerista ¨CMir¨®s,T¨¤pies y un Pistoletto con dos mujeres desnudas bailando que da al sal¨®n un aire concupiscente muy particular, una promesa de que all¨ª pasan cosas,¨C pero no el palazzo con filas de criados en librea que se esperan algunos, sobre todo los estadounidenses.
En el resto de fundaciones y residencias para escritores suele existir una web con una pesta?a de ¡°applications¡± en las que se puede solicitar la asistencia; se exigen documentos sellados, se pasa por el filtro de un comit¨¦¡en Santa Maddalena, en lugar de todo esto, est¨¢ la baronesa. Ella expende sus invitaciones a los escritores para estancias de tres o seis semanas en funci¨®n de su propia intuici¨®n y de lo que le recomiendan amigos de los que se f¨ªa, generalmente escritores y editores. Una vez llega la carta de Beatrice, como le sucedi¨® a la joven Zadie Smith, lo normal es decir que s¨ª.
¡°Aqu¨ª ya ven¨ªan muchos escritores cuando viv¨ªa Grisha. Como yo fui galerista, ya sab¨ªa que ¨¦ste no es un buen lugar para pintores, que necesitan estudios m¨¢s grandes, pero para escritores s¨ª¡±. Cualquiera que pasa m¨¢s de dos horas en la casa empieza a llamar ¡°Grisha¡± a Gregor von Rezzori, el marido de la baronesa, un escritor ap¨¢trida, nacido en la regi¨®n de Bukovina cuando aquello pertenec¨ªa al Imperio Austroh¨²ngaro, el ¡°hombre mejor vestido del mundo¡±, seg¨²n su viuda, capaz de escribir en siete idiomas y seducir en algunos m¨¢s. ¡°?l era tan encantador¡±, le recuerda. ¡°Cuando sal¨ªa de su estudio ¨Cun imponente despacho perchado sobre los ¨¢rboles que aun utilizan muchos escritores residentes¨C era como el Rey Sol¡±.
Antes de fallecer, en 1998, Von Rezzori, que alcanz¨® notoriedad con su libro Memorias de un antisemita (Anagrama, 1988) le hizo prometer a su mujer que no ser¨ªa una viuda l¨²gubre, y ella lleva m¨¢s de dos d¨¦cadas cumpli¨¦ndolo a rajatabla. Decidi¨® convertir la casa de la Toscana (cuando la compraron, dice, la regi¨®n estaba de saldo. Ahora uno de sus vecinos es Sting), en la ambos hab¨ªan alojado a tantos amigos, en una residencia para autores. ¡°La primera en venir fue Anita Desai, y Bernardo Bertolucci, que siempre ten¨ªa curiosidad por los escritores. Despu¨¦s de eso Colm T¨®ib¨ªn. Ten¨ªamos dos turnos, el de oto?o y el de primavera, porque yo me iba a Nueva York en invierno. Ahora es un poco m¨¢s irregular¡±. Aun mantiene el piso de Park Avenue, pero est¨¢ ¡°desesperada¡± por venderlo.
La otra gran diferencia con el resto de colonias literarias est¨¢ en la peculiar financiaci¨®n de Santa Maddalena, que no tiene un patronato p¨²blico-privado que la sostenga ni fuente alguna de ingresos. ¡°Cuando se me acaba el dinero, vendo algunos de mis cuadros, que aun tengo¡±, explica Monti, sucintamente, para resumir c¨®mo logra invitar a tanta gente a su casa. Esas pinturas provienen de la tercera o la cuarta de sus muchas vidas, cuando regent¨® en Mil¨¢n la Galleria dell¡¯Ariete, el primer centro de arte italiano que expuso a Francis Bacon, a Robert Rauschenberg, a Piero Manzoni, Lucio Fontana y a un jovenc¨ªsimo Antoni T¨¤pies. Monti entr¨® a trabajar en la galer¨ªa con 23 o 24 a?os, porque Curzio Malaparte, amigo de la familia, le dijo: ¡°Ya has hecho bastante eso de ser una chiquilla ?Por qu¨¦ no haces algo serio con tu vida?¡±. En apenas un a?o, se convirti¨® en la due?a, en parte porque vendi¨® unos pendientes de su madre. Le cambi¨® el nombre, el fondo y la intenci¨®n. ¡°A m¨ª no me interesaba tanto lo que pasaba en Europa. Ten¨ªa la mirada puesta en Estados Unidos. Los artistas ven¨ªan a mi galer¨ªa, sal¨ªamos. Era muy hospitalaria. Acabas estableciendo una especie de mafia benevolente, ya sabes, un mont¨®n de amigos que creen en lo mismo¡±.
La etapa se termin¨® de manera casi tan fulminante como hab¨ªa empezado. Conoci¨® a Grisha ¨Cla historia de c¨®mo ¨¦l se meti¨® en el lago de Garda, en medio de un convite que daban los Feltrinelli, doblando el borde de sus pantalones impecables, para rescatar la pelota del perrito de Beatrice, palidece si no la cuenta ella, lo mismo que su boda unos a?os despu¨¦s, una fiesta a la que acudieron Rauschenberg, Dal¨ª y Jasper Johns¨C. Compraron la casa de la Toscana y a ¨¦l empez¨® a gustarle demasiado. Ya nunca quer¨ªa volver a Mil¨¢n con ella entre semana. ¡°Yo pod¨ªa ver mi futuro con claridad y pens¨¦: ¡®esto es aburrido. Ya no hay aventura. Y encima quiz¨¢ pierdo mi matrimonio¡¯. En dos meses cerr¨¦ la galer¨ªa. Mi amigo Leo Castelli [el famoso galerista neoyorquino] me dijo: ¡®Eres la persona m¨¢s est¨²pida que conozco. Vas y cierras la galer¨ªa seis meses antes de que nos convirtamos en millonarios¡±.
El dinero es un tema francamente poco estimulante para ella.
-Quiz¨¢ podr¨ªamos alojar a turistas por aqu¨ª cerca y dejarles que vinieran a comer con los escritores y escucharan algunas conferencias. Hay gente que pagar¨ªa mucho dinero por una cosa as¨ª - piensa en voz alta, como soluci¨®n a la falta de liquidez de Santa Maddalena.
-No parece que le encante la idea.
-No, romper¨ªa el misterio¡
¡°De alguna manera, en Santa Maddalena las horas cuentan el doble. El rato que va a las 12.00 a las 13.00 te cunde como si tuviera 120 minutos¡± intenta resumir Kaya Gen?, un escritor y periodista turco que estaba a finales de abril en Santa Maddalena. Es su sexta estancia en cinco a?os, en parte porque est¨¢ escribiendo un libro sobre la familia otomana de Beatrice Monti, la rama armenia que tuvo que abandonar el palacio familiar a orillas del B¨®sforo. ¡°Estar aqu¨ª te hace sentir como Flaubert en los salones del Par¨ªs del XIX. Tambi¨¦n te hace ser consciente de su lugar en el mapa literario, que es como una constelaci¨®n. Hay estrellas grandes, peque?as e invisibles. Eso te da perspectiva. No es una cuesti¨®n de envidia. Te das cuenta de que otra existencia es posible¡±, dice. All¨ª no se va a hacer algo tan vulgar como el networking, pero quien pasa por Santa Maddalena s¨ª puede acabar benefici¨¢ndose de esa otra ¡°mafia benevolente¡±.
Durante esos d¨ªas, Gen? compart¨ªa residencia con una escritora estadounidense, Katy Simpson Smith, que emerg¨ªa cada poco de su estudio (le toc¨® el mejor, el de Grisha) con los ojos enfebrecidos. Santa Maddalena estaba ya col¨¢ndose en su novela. ¡°Ayer escrib¨ª una escena en la que mis personajes com¨ªan y lo que hab¨ªa sobre la mesa es lo que hemos estado comiendo aqu¨ª, con Rasika¡±.
Los almuerzos y las cenas, as¨ª como el caf¨¦, que cuando hace buen tiempo se sirve en el jard¨ªn, son rituales importantes en Santa Maddalena. No est¨¢ escrito que se exija etiqueta, pero s¨ª cierto decoro: los hombres, mejor con americana. Y, sobre todo, manejar bien el juego de la conversaci¨®n.
¡°Los escritores son gente curiosa, quieren saber. Aunque quiz¨¢ podr¨ªan tener mejores modales en la mesa¡±, bromea la mecenas. Una de sus reglas conocidas es no permitir la estancia a parejas, ni siquiera a parejas de escritores. Distrae y mata la conversaci¨®n. ¡°Si traes a un matrimonio, uno empieza a contar una historia y el otro le dice: ¡®no, cari?o, no fue as¨ª¡¯. Y ya est¨¢, ya ha acabado la historia¡±.
¡°Beatrice es una gran seductora, y cuando ella falte, eso ser¨¢ dif¨ªcil de reconstruir porque con ella se va un siglo¡±, cree el escritor Javier Montes, que adem¨¢s de residente fue tambi¨¦n director literario de la Fundaci¨®n durante un a?o. ?l se encarg¨®, entre otras cosas, de llevar m¨¢s autores espa?oles e hispanos ¨Cen los ¨²ltimos a?os han pasado por all¨ª Alan Pauls, Mercedes Cebri¨¢n, Jordi Punt¨ª, Marcos Giralt Torrente y Gabriela Ybarra entre otros¨C. ¡°Me apena que, sin ella, el proyecto languidezca¡±, reflexiona Cebri¨¢n, que suele ir a Santa Maddalena todos los veranos y dice sentirse como ¡°la sobrina pobre¡± de la baronesa. Casi todos los que la conocen contestan variaciones (muy bien formuladas, por algo son escritores) de lo mismo: Santa Maddalena es Beatrice y Beatrice es Santa Maddalena. Cuesta imaginarlo de cualquier otra manera.
Ese tema, el de la sucesi¨®n, preocupa a Monti, que en los ¨²ltimos a?os ha ido preparando a varios posibles herederos, entre ellos el escritor estadounidense Andrew Sean Greer y un antiguo asistente, el colombiano Nicol¨¢s G. Botero, que han terminado por irse de Santa Maddalena. ¡°Estoy decepcionada ¨Cse lamenta¨C porque no tengo tiempo para empezar a ense?ar a otro, a estas alturas de mi vida. Mi plan es que esto contin¨²e. Para mantener el mismo esp¨ªritu es importante tomarse en serio el trabajo pero a la vez conservar cierta ligereza, cierta levedad. Este es mi gran problema, mi obsesi¨®n¡±.
Dicho esto, con una nube pasajera de genuina melancol¨ªa, Monti recupera la energ¨ªa, se pone de pie utilizando el bast¨®n que fue de su padre y llama a rebato a la perra Rosina. Hay demasiadas cosas que hacer esa tarde, demasiadas cosas que leer.
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