¡®Tormentazo¡¯, un relato de Juan Tall¨®n
Tarde lluviosa. Sala de espera. Oferta de trabajo. Entrevista personal. Los minutos transcurren lentos para conseguir el deseado empleo de creativo publicitario. ?l, corbata, y ella, tacones. La semilla de un ¡®thriller¡¯
Me asom¨¦ a la puerta de la agencia con el paraguas goteando. Mir¨¦ a la derecha, a la izquierda, buscando un parag¨¹ero donde dejarlo. La recepcionista neg¨® con la cabeza, saliendo de detr¨¢s de su mesa.
¡ªLo retiramos hace dos meses, perdona. Est¨¢ claro que subestimamos el verano. Parece mentira que a¨²n se nos olvide d¨®nde estamos. D¨¦jamelo, yo lo guardo. Vienes por la entrevista, ?verdad? Puedes pasar a esa sala de ah¨ª.
Hab¨ªa cinco personas: cuatro hombres y una mujer. Se volvieron a mirarme y algunos movieron los labios en silencio, haciendo como que dec¨ªan buenos d¨ªas.
¡ªHola ¡ªdijo la mujer, y me sonri¨® expresamente.
Me llam¨® la atenci¨®n su acento, que tintine¨® como no lo hac¨ªa en aquella regi¨®n.
¡ªHola ¡ªrespond¨ª, sin sonrisas.
Deduje que todos all¨ª aspiraban al mismo puesto que yo, as¨ª que los observ¨¦ y aborrec¨ª. Flotaba un silencio nervioso y oscilante en la estancia, como esas bolsas de pl¨¢stico que el viento llevaba a la derecha, despu¨¦s a la izquierda, arriba, abajo, y al final se manten¨ªan en el mismo sitio, pero sin estarse quietas.
Me sent¨¦ al fondo y dej¨¦, como el resto, mi carpeta de dibujo A2 en el suelo, apoyada en las patas de la silla. Discretamente fui estudiando el percal. Saqu¨¦ una conclusi¨®n sin premisas: yo necesitaba y me merec¨ªa ese trabajo m¨¢s que todos ellos. Llevaba mucho tiempo so?ando, buscando un empleo as¨ª. Conseguirlo, y adem¨¢s empezar en pleno verano, cuando la gente, por lo general, lo que necesita es parar de trabajar, irse de vacaciones, olvidarse de todo, ser¨ªa doble buena noticia. Me vendr¨ªa bien centrarme, dejar de salir, alejarme de algunos h¨¢bitos, incluso de ciertas compa?¨ªas. En nueve d¨ªas cumplir¨ªa 28: momento perfecto para sentar cabeza. Dar¨ªa casi cualquier cosa para hacerme con el puesto. No dar¨ªa, por ejemplo, un brazo, ni el dedo gordo. En cambio, cre¨ªa que s¨ª me dejar¨ªa romper el c¨²bito, porque eso tendr¨ªa arreglo, y, entretanto el hueso soldaba, yo ya estar¨ªa en n¨®mina y haciendo lo que me gustaba, que era la publicidad.
Claro: los dem¨¢s albergaban las mismas expectativas y ganas. Aunque no ve¨ªa a ninguno pidiendo que le rompiesen un brazo, una mu?eca o la cadera, mismamente. Pero qui¨¦n sab¨ªa qu¨¦ pasaba por aquellas otras cabezas.
Hac¨ªa tres a?os y medio que buscaba empleo dentro del sector, desesperado, as¨ª que intent¨¦ concentrarme para dar lo mejor de m¨ª en la entrevista y evadirme de cualquier pensamiento hostil. En cuesti¨®n de minutos nos ir¨ªan llamando para presentar el desarrollo de una campa?a para un fabricante de neum¨¢ticos enfocada a medios gr¨¢ficos. Cerr¨¦ los ojos durante unos segundos, respir¨¦ profundamente y pude o¨ªr una tos, un suspiro, unos tacones que atravesaban el pasillo, la entrada de un mensaje en un tel¨¦fono, el roce de una pierna que se desmontaba de la otra. Al abrir los ojos, mi mirada se desvi¨® al suelo, y de soslay¨® estudi¨¦ los zapatos de los candidatos. Las gotas de lluvia se hab¨ªan ido secando y dejado su marca en la piel. Ninguno, salvo los de la mujer, pod¨ªa decirse que reluciesen. Habr¨ªa sido tambi¨¦n mi caso si no les hubiese pasado un kleenex en el ascensor. Dos de los hombres ten¨ªan incluso barro en las suelas, por lo que me apost¨¦ algo a que tambi¨¦n hab¨ªan aparcado el coche en el descampado enfrente del edificio donde la agencia ten¨ªa su sede. Tendr¨ªan que darme pena, pero me alegr¨® su poca consideraci¨®n por un dar una buena imagen.
¡ª?Alguien quiere un chicle? ¡ªpregunt¨® la mujer, ofreciendo. Todos declinaron. A m¨ª me daba igual el chicle, pero lo acept¨¦ por mirarla m¨¢s de cerca. Nos levantamos a la vez y nos juntamos a mitad de la sala de espera.
¡ªDe clorofila; mis favoritos. Gracias.
Volv¨ª a mi asiento caminando hacia atr¨¢s, muy despacio, casi en una parodia de la lentitud, de modo que la vi retornar al suyo. En los cuatro pasos que le tom¨® el regreso casi me hipnotiz¨®. No hab¨ªa visto caminar as¨ª a nadie. Pon¨ªa la vida a danzar a su paso. Me dio miedo. Y despu¨¦s estaban su melena negra, el outfit, la seguridad que transmit¨ªa, y esa sonrisa y ese acento con los que parec¨ªa dejarnos atr¨¢s a los que, si no ¨¦ramos del norte, habl¨¢bamos ya como ellos. Por un momento tuve la sensaci¨®n de que se dio cuenta de que pensaba en ella, y desvi¨¦ la atenci¨®n hacia la pared que ten¨ªa detr¨¢s, donde colgaban las im¨¢genes de dos de las campa?as publicitarias m¨¢s exitosas de la agencia. Se trataba, de hecho, de sus buques insignia, con los que hab¨ªa alcanzado gran resonancia.
Volv¨ª a cerrar los ojos y a respirar para concentrarme. No quer¨ªa estar nervioso, pero me hab¨ªa puesto. Sab¨ªa por ?ngela, la secretaria del director creativo, con quien hab¨ªa salido en el pasado, que hab¨ªa causado muy buena impresi¨®n en mi entrevista, hac¨ªa tres semanas. Eso me daba mucha confianza. No quer¨ªa, sobre todo, crearme expectativas. Prefer¨ªa no pensar m¨¢s all¨¢ de la siguiente hora. Minuto a minuto. Ese era mi horizonte. Me qued¨¦ abismado, y cuando volv¨ª en m¨ª ten¨ªa los ojos clavados en las piernas cruzadas de la mujer. Esas piernas, con esos tacones, eran un im¨¢n. Inclin¨¦ la cabeza y me mir¨¦ la corbata. La aline¨¦.
A las siete en punto comenzamos a desfilar con un intervalo de 15 minutos por la sala de juntas. Entonces, el ambiente en la sala se volvi¨® dens¨ªsimo. Casi hab¨ªa que despiezarlo y pocharlo, como un sofrito, para respirarlo. La vida transcurri¨® con una cruel puntualidad, y en un momento dado nos quedamos solos la mujer y yo.
¡ªDar¨ªa cualquier cosa por fumarme un cigarro ahora mismo ¡ªdijo con una sonrisa dulce y no poco sexy. Justo ah¨ª adivin¨¦ que el puesto ser¨ªa para ella, no s¨¦ por qu¨¦.
¡ªYo no soy fumador ¡ªle di la r¨¦plica¡ª, pero creo que ahora mismo ser¨ªa capaz de contraer el vicio.
Fui el siguiente en pasar.
¡ªMucha suerte ¡ªme dese¨®.
Todo pas¨® r¨¢pido, casi en una parodia de la velocidad. Cuando acab¨¦ mi exposici¨®n, el director creativo, la subdirectora y la responsable de recursos humanos me dieron las gracias.
¡ªNos pondremos en contacto contigo con lo que sea ¡ªme dijo el director, y solo entonces ca¨ª del fantasmal trance al que hab¨ªa ingresado al empezar a hablar. Guard¨¦ mi plotter en la carpeta y sal¨ª de la sala de juntas.
En el pasillo me cruc¨¦ con ?ngela. Nos gui?amos un ojo en silencio. Recog¨ª mi paraguas y al salir a la calle luc¨ªa el sol. El est¨²pido clima de aquella ciudad sab¨ªa c¨®mo hacerte sentir tonto. Una hora despu¨¦s ?ngela me envi¨® un mensaje. ¡°Hab¨¦is pasado a la ¨²ltima prueba t¨² y la chica. Te van a llamar enseguida¡±. Un cuarto de hora despu¨¦s lo hizo la directora de recursos humanos.
¡ªNos gustar¨ªa verte ma?ana. Ven a las once con una campa?a de publicidad para un equipo de f¨²tbol que acaba de perder la categor¨ªa y quiere impulsar una campa?a de captaci¨®n de socios.
Necesitas un gin tonic de Bombay Sapphire, me dije cuando colgamos. No pretend¨ªa celebrar nada, s¨®lo se trataba de suspirar aliviado, pero con una copa. Estaba un poco m¨¢s cerca. Me resultaba dif¨ªcil, de hecho, no fantasear con que me hac¨ªa con el trabajo. Solo yo sab¨ªa lo que hab¨ªan sido los ¨²ltimos tiempos. Pero no deseaba recordar miserias. Como un acto reflejo de la desesperaci¨®n, volv¨ª a pensar que sacrificar¨ªa mi c¨²bito. A esta altura de la monta?a entregar¨ªa a los dioses una rotura de tibia. Con perseverancia y paciencia, era una lesi¨®n de la que se emerg¨ªa sin secuelas.
Cuando abandon¨¦ el bar, el cielo estaba repentinamente negro. Habr¨ªa de nuevo tormenta de verano. Me lleg¨® el olor a mar. Me sent¨ªa m¨¢s ligero y relajado, pues ya ten¨ªa en la cabeza un par de ideas entre las que escoger para la campa?a del equipo de f¨²tbol. Me dirig¨ª al descampado donde hab¨ªa aparcado el coche. Conduje durante media hora sin prop¨®sito alguno, por el mero hecho de sentirme mecido en el habit¨¢culo, hasta que consegu¨ª desorientarme. En un momento dado, me encontr¨¦ en una v¨ªa solitaria, a medio urbanizar, por la que no recordaba haber pasado jam¨¢s. Ralentic¨¦ la marcha, tratando de advertir la placa con el nombre de la calle. Llov¨ªa y de vez en cuando un rayo lejano resquebrajaba el cielo. De pronto, repar¨¦ en que delante de m¨ª caminaba la chica. Estuve seguro de que era ella. Eran sus piernas, eran sus movimientos. Valor¨¦ detenerme a su par y saludar. Pero despu¨¦s pens¨¦ que a lo mejor se cre¨ªa que la estaba siguiendo. Me aproxim¨¦ despacio. Cuando estaba a 10 metros, sin embargo, aceler¨¦ bruscamente y la embest¨ª con la parte derecha de la defensa. Fue un acto reflejo, no pensado, como cuando el m¨¦dico te golpea con el martillo en la rodilla y tu pierna se estira. El cuerpo sali¨® catapultado como un bal¨®n e impact¨® contra un contenedor. Hab¨ªa vuelto a ingresar en el nebuloso limbo de las cosas que no se sabe si pasan. Cuando regres¨¦ de ese lugar mir¨¦ por el retrovisor y me alej¨¦. El cuerpo inm¨®vil de la chica se difumin¨® en la lluvia.
Al d¨ªa siguiente el verano recuper¨® su lugar y yo llegu¨¦ a la agencia sin paraguas, con las manos libres. Estaba tranquilo. Me ve¨ªa como una figura emergente de aquella empresa, llamada a grandes cosas. Me pregunt¨¦ con qu¨¦ sueldo arrancar¨ªa. Bah, el que fuese. Casi deber¨ªa estar dispuesto a trabajar gratis, despu¨¦s de las putas que las hab¨ªa pasado.
Me condujeron a la misma sala de espera de ayer. No hab¨ªa nadie. Deb¨ªa intentar no parecer tan relajado. Aun as¨ª, se me dibuj¨® una sonrisa. ?sta se me borr¨® de un plumazo cuando se abri¨® la puerta y apareci¨® la chica, dijo buenos d¨ªas desde unos tacones de v¨¦rtigo, reluciente, esplendorosa, con una falda que sub¨ªa la apuesta del d¨ªa anterior.
Juan Tall¨®n
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