Los irreductibles de la Nacional 6
La vida en las localidades que jalonan la N-VI cambi¨® radicalmente con la apertura de la A-6, la autov¨ªa paralela. Cerraron restaurantes, gasolineras, hostales¡ El tiempo se detuvo. Pero no todo es nostalgia. A lo largo de este cord¨®n de asfalto de 609 kil¨®metros que une A Coru?a con Madrid brotan propuestas en torno a la literatura, el cine y la m¨²sica, que la convierten en una suerte de Ruta 66 espa?ola
La carretera est¨¢ viva esta ma?ana, pero, a veces, la vida no es m¨¢s que un rumor de un pasado que se resiste a desaparecer. La Torre de H¨¦rcules sabe bien de rumores que se perdieron con el viento en este extremo norte de A Coru?a. Elevado sobre un cerro de 50 metros, este faro, erigido en el siglo I y que presume de ser el de origen romano m¨¢s antiguo del mundo, observa con su mirada circular dos horizontes en la lejan¨ªa: el del Atl¨¢ntico y el de la antigua Nacional 6, popularmente conocida como N-VI o carretera de La Coru?a: una v¨ªa de 609 kil¨®metros que, como un largu¨ªsimo cord¨®n de asfalto y recuerdos, todav¨ªa une Madrid con la ciudad gallega, pese a sucumbir desde hace m¨¢s de tres d¨¦cadas al nacimiento y desarrollo de la A-6 (una de las seis grandes autov¨ªas radiales de Espa?a) que dej¨® a esta carretera y muchos de sus pueblos fuera de su tr¨¢nsito esencial. ¡°La vida era otra¡±, asegura se?alando a la N-VI Jos¨¦ Locay, un campesino jubilado de 86 a?os que reside en Pedrafita do Cebreiro, una de las m¨¢s de 50 localidades por las que pasa esta carretera que atraviesa ocho provincias desde Galicia hasta Madrid, o viceversa. ¡°Pero aqu¨ª estamos todav¨ªa cada ma?ana¡±, apuntilla se?alando ahora a una de las mesas del bar La Ruta. Este anciano es una de las decenas de miles de personas cuyas existencias se vieron afectadas para siempre por el declive de una carretera que, en otro tiempo, fue de las m¨¢s transitadas de la Pen¨ªnsula.
La vida era otra, pero este viaje es en presente. La ruta para este reportaje comienza en A Coru?a con el objetivo de recorrer la N-VI en su totalidad, sin saltar nunca a la carretera principal, a no ser que sea obligatorio en los cerca de 150 kil¨®metros en los que ambas v¨ªas se fusionan. La carretera principal es la A-6, por la que circulan muchos m¨¢s coches y camiones y, con todo, se va m¨¢s r¨¢pido. Porque la A-6 es una senda m¨¢s flamante que evita pasar por muchos pueblos que, como empujados por la escoba fren¨¦tica del siglo XXI, han quedado barridos hasta permanecer apartados, intentando sobrevivir m¨¢s all¨¢ de los andenes, en los mismos m¨¢rgenes de la Espa?a vac¨ªa. Algunos parecen pueblos fantasma y otros, en cambio, conservan su identidad y luchan por ella, marcados por su naturaleza, su patrimonio o su ingenio porque hay interesantes alternativas culturales no muy conocidas. Este viaje recorre todos esos kil¨®metros para adentrarse en lo profundo de esta singular resistencia.
Es lunes y, al salir de A Coru?a, la N-VI se estira como una alfombra desgastada al sol del verano mientras atr¨¢s queda un Atl¨¢ntico calmado y reluciente. El coche viaja ligero. La N-VI naci¨® en 1939, pero su pasado se hunde hasta llegar a 1761, cuando el rey Carlos III reclam¨® mediante una ley hacer carreteras rectas y utilizables en la construcci¨®n de la Espa?a moderna. Este camino fue una de sus grandes apuestas y el mismo que ahora, como antes, pasa por Betanzos. Por tanto, el mismo que tom¨® Juan Garc¨ªa Naveira, quien hizo una fortuna en Argentina y, al regresar a Betanzos, invirti¨® parte de su dinero en construir en 1893 el parque del Pasatiempo, una enorme obra dedicada a los haberes enciclop¨¦dicos y pionera de los parques tem¨¢ticos espa?oles, con fuentes, estanques, mosaicos, laberintos vegetales y esculturas de animales y de reproducciones de las pir¨¢mides egipcias o la muralla china. Hoy, este parque est¨¢ cerrado por rehabilitaci¨®n, y lleva as¨ª mucho tiempo. ¡°?Ves a alguien ah¨ª?¡±, pregunta Jos¨¦ Manuel Rey. ¡°Es lunes y no hay ni un solo obrero¡±, a?ade este hombre de 78 a?os, que cuenta c¨®mo de ni?o jugaba con sus amigos a esconderse en las cuevas y los pasadizos del parque. ¡°Ahora est¨¢ abandonado¡±, se lamenta. ¡°Como todo, porque Betanzos antes tambi¨¦n ten¨ªa dos cines, donde yo ve¨ªa muchas pel¨ªculas de vaqueros, y ahora no hay ni uno. Ni conciertos. Solo este parque que est¨¢n rehabilitando, pero va lento. Como todo por aqu¨ª¡±, apunta indicando el horizonte.
El parque del Pasatiempo ilustra buena parte de la situaci¨®n actual de muchos de los pueblos que descansan en la N-VI. Cuando el coche sigue el horizonte de esta carretera secundaria y deja atr¨¢s Betanzos, llega hasta Montesalgueiro. El paisaje es propio de una cat¨¢strofe nuclear: gasolineras sumidas en hierbajos salvajes y precintadas con vallas oxidadas, hostales cerrados, bares ennegrecidos¡ Es como si el pueblo entero hubiese huido ante el fin del mundo y todo se hubiese detenido en este tr¨¢gico d¨ªa. En un restaurante sin letrero, pero con un Audi A6, abandonado con un ced¨¦ Fiesta 2 en el asiento del copiloto, se ven los platos, las jarras y las figuritas de porcelana expuestas en una vitrina llena de polvo para viajantes que nunca m¨¢s aparecieron por aqu¨ª. Dentro hay cafeteras y servilleteros en las barras, mesas con manteles, botellas de vino y un expositor de cedes con uno destacado de Isabel Pantoja. ¡°Este pueblo era un enlace y pasaba todo por aqu¨ª. Hab¨ªa uno, dos, tres, cuatro¡ hasta seis bares¡±, enumera con los dedos Ana Freires, due?a del bar Galicia, el ¨²nico que queda abierto en Montesalgueiro. ¡°Hab¨ªa una sala de fiestas llamada Atlantic, que reun¨ªa hasta 3.000 personas, y sorteaba un Fiat Uno o Seat Panda todas las semanas. Tocaban Francisco o Locom¨ªa. Pon¨ªan autobuses para que la gente viniese desde Lugo, A Coru?a y Ferrol¡±. Y, como si pudiese revivir aquellos d¨ªas de los noventa, mueve la cabeza para el lado de la carretera donde antes se encontraba Atlantic: ¡°Yo trabajaba en mi bar hasta las 3:00 de la ma?ana. Me iba a bailar hasta las 6:00 y, luego, regresaba a dar desayunos al bar hasta que me entraba la tontera sobre las 10:00 y me iba a la cama¡±.
Atlantic ha desaparecido, pero Montelsalgueiro sigue donde siempre, como tantos pueblos de la N-VI. Discotecas y salas de fiestas han ido cerrando, pero nada ha acabado con las verbenas. Imposible en Galicia. Cuando el coche circula camino de Sarria, la radio sintoniza autom¨¢ticamente Verbena FM y Rub¨¦n P¨¦rez, el locutor de esta tarde de lunes, no para de dirigirse a la ¡°audiencia verbenera¡±. Es decir, a todos los gallegos que buscan ¡°fuegote¡±, ¡°ir a top¨ªsimo¡± o que quieren ¡°romper la bocina¡±. Las orquestas gallegas saben de los pueblos de la N-VI porque todav¨ªa los visitan en fiestas. Ofrecen una alternativa cultural a la quietud absoluta. Y, de las decenas que existen, no hay orquesta gallega m¨¢s importante que Panorama, fundada en 1988 y que suele hacer cerca de 200 conciertos al a?o. ¡°Como dice mi padre: ¡®Son los Rolling Stones de las orquestas¡±, afirma Catalina Aguilar. A sus 21 a?os, est¨¢ en primera fila esperando la salida de Panorama en Sarria, una de las localidades que quedan a un lado de la N-VI, no muy lejos de Lugo. ¡°Son incre¨ªbles, muy potentes¡±, a?ade Carlos Carmena, de 18 a?os. La verbena es el momento en el que estas poblaciones cobran nueva vida. Cuando llega a las plazas, los parques o los campos de f¨²tbol, todo cambia.¡°Es como si traj¨¦semos energ¨ªa nueva a los sitios¡±, asegura Lito Garrido, l¨ªder y cantante principal de Panorama. ¡°El p¨²blico se entrega y es maravilloso¡±, apunta F¨¢tima Pego, una de las voces femeninas destacadas de este combo de 21 integrantes entre cantantes, bailarines, instrumentistas y acr¨®batas, cuyas actuaciones son espect¨¢culos de pirotecnia y pantallas gigantes. Ninguna orquesta es tan grande y aplastante, pero todas, incluso las m¨¢s peque?as, hacen de la verbena una religi¨®n en Galicia. Por necesidad o por costumbre, nadie se la quiere perder, pero, una vez se va la orquesta, regresa el silencio.
Un silencio que reina desde hace mucho tiempo en O Corgo. ¡°Ten¨ªas que andar dos kil¨®metros para poder cruzar la carretera de la cantidad de coches que pasaban. De hecho, hab¨ªa que hacer cola¡±, comenta Carmen Fern¨¢ndez, de 61 a?os, quien observa a su marido, Bautista Fern¨¢ndez, trabajando todav¨ªa el campo a sus 66 a?os. ¡°Hab¨ªa una pila de gente. Ahora vivimos m¨¢s tranquilos, pero hay menos dinero¡±, apunta Bautista. Los dos son vecinos de este pueblecito que hoy parece uno de esos del salvaje Oeste donde, despu¨¦s de la fiebre del oro, solo quedaban unos pocos, los que quiz¨¢ no ten¨ªan ad¨®nde ir. ¡°Mira, all¨ª hab¨ªa un supermercado, all¨ª una caja de ahorros, all¨ª una oficina de tel¨¦fonos, all¨ª una farmacia, all¨ª una peluquer¨ªa y, m¨¢s all¨¢, dos ultramarinos¡±, explica Justo Ferreiro, de 57 a?os, due?o de la ¨²nica tienda de comestibles del lugar. Justo se?ala con el dedo a distintos puntos que ahora solo pueden imaginarse entre matorrales y edificaciones destrozadas y a?ade: ¡°Y de todo este lado hab¨ªa m¨¢s de 20 casas que se han tirado ya. Dentro de dos a?os, esto queda desierto¡±. Lo mismo piensan en Parrillada Mor¨¢n, donde en vez de una pianola, como en las cantinas del Oeste, hay, al lado de un calendario santoral, una televisi¨®n encendida con el canal gallego. ¡°Esto ha cambiado totalmente. Los pueblos peque?os mueren todos¡±, sentencia Ram¨®n Mor¨¢n, de 76 a?os, due?o de esta cantina.
En la frontera entre Galicia y Le¨®n, a la altura de El Bierzo, el bar La Ruta lleva m¨¢s de medio siglo abierto en Pedrafita junto a una residencia de la tercera edad que, hace apenas dos a?os, era la antigua escuela de ni?os. ¡°Antes hab¨ªa rollo¡±, dice Arsenio Carballo, de 64 a?os. ¡°En los pueblos hab¨ªa bares que estaban abiertos de noche y nos junt¨¢bamos a tomar unos vinos. Ahora ya no hay y lo que hay cierra antes de las nueve¡±, a?ade. ¡°Y hab¨ªa ferias donde nos junt¨¢bamos todos e ¨ªbamos por estar unos con otros. Ahora, no hay uni¨®n¡±, indica Manuel Fern¨¢ndez, de 78 a?os. Pedrafita es el ¨²ltimo pueblo gallego antes de cruzar a Castilla y Le¨®n, el sitio, por tanto, donde los viajeros sol¨ªan parar a comprar empanadas gallegas cuando se les hab¨ªa olvidado, antes de abandonar Galicia definitivamente. Siguen disponibles junto a los hojaldres y las perlas de Santiago de Compostela (almendras ba?adas en chocolate), pero las ventas son menos. ¡°No hay queja, pero vivir¨ªamos como Dios si Dios se pasara por aqu¨ª¡±, asegura Jos¨¦ Locay, de 86 a?os.
Las nubes bajas atraviesan las monta?as de verde rabioso de El Bierzo, aunque el sol ilumina hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de un paisaje resplandeciente. Dos realidades conviviendo en una silueta feroz, como la N-VI convive con la A-6 en trazos paralelos al dejar atr¨¢s la sierra de Os Ancares, un patrimonio floral y faun¨ªstico donde proliferan las pallozas de la cultura castre?a, construidas antes de la llegada de los romanos a la Pen¨ªnsula. En la A-6, se ven el asfalto impoluto, la recta inalterable y las estaciones de servicio. En la N-VI, los baches, las curvas y los lugares con vida. Lugares que se resisten a caer en el olvido a trav¨¦s de propuestas culturales que reaniman a las comunidades sin renunciar a la esencia de su tierra, como en Villafranca del Bierzo, una localidad de 3.500 habitantes y paso importante del Camino de Santiago. All¨ª se celebra cada primavera el Cinefranca, un festival que mezcla las proyecciones de pel¨ªculas y las tertulias cin¨¦filas con la degustaci¨®n del vino del Bierzo. Se lleva a cabo en el teatro Gil y Carrasco, un edificio rom¨¢ntico construido en 1843. ¡°Este festival nace del recuerdo que una pandilla de amigos ten¨ªamos de cuando ¨¦ramos ni?os y ve¨ªamos pel¨ªculas mudas en este teatro¡±, cuenta Luc¨ªa Arroyo, de 44 a?os y cofundadora de Cinefranca. ¡°El pueblo hiberna. Y quer¨ªamos hacer algo fuera de la temporada de verano para animarlo¡±, a?ade Arroyo. El equipo de Cinefranca est¨¢ detr¨¢s tambi¨¦n de Evento Sarmiento, donde unen la cultura del vino y la m¨²sica en directo, y se suma a las celebraciones de poes¨ªa y m¨²sica cl¨¢sica del pueblo. ¡°Las idiosincrasias de Villafranca son muy fuertes. Se mezcla lo tradicional y folcl¨®rico con la cultura actual. Villafranca, como otros pueblos de la zona, han encontrado un nicho y, poco a poco, intentan atraer a gente de fuera con un discurso cultural m¨¢s s¨®lido¡±, se?ala Arroyo.
No muy lejos, en Cacabelos, se encuentra Moncloa de San L¨¢zaro, un edificio tradicional berciano que fue un antiguo hospital de peregrinos en el siglo XVII. Regentado por Ada Prada, de 50 a?os, este impresionante espacio, que lleva abierto 40 a?os, trabaja como hotel, restaurante y tienda de productos bercianos, pero tambi¨¦n destaca por su oferta de conciertos los fines de semana en su caf¨¦ sal¨®n, un confortable espacio presidido por un piano y en donde la lumbre arde bajo la chimenea al son de jazz, folk, fados o m¨²sica tradicional gallega. ¡°Soy muy de ra¨ªz. Nunca pens¨¦ que estar¨ªa en otro sitio¡±, asegura Prada. ¡°Resulta muy dif¨ªcil mantenerlo en pie. Estamos en un pueblo peque?o ¡ªCacabelos tiene 4.800 habitantes¡ª, en una zona nada rica, y tenemos que hacer muchas cosas para que entre dinero y sobrevivir porque de lunes a viernes apenas viene gente¡±. Prada se mantiene firme siendo ¡°muy positiva¡± e ¡°insistente¡±.
Algo similar les pasa a Fran Prada, de 44 a?os, y Andrea L¨®pez, de 41, los due?os de El sitio de mi recreo, un bar amplio y acogedor dedicado a Antonio Vega y la memorabilia del pop de los ochenta que se ubica en Priaranza del Bierzo, un pueblo de menos de 750 habitantes. ¡°Nos inspiramos en el Penta¡±, confiesa Fran Prada. ¡°Esto iba a ser una casa y decidimos hacerlo bar porque era la mejor forma de dar m¨²sica en directo. Es lo que quer¨ªamos¡±, a?ade. ¡°Los primeros a?os fueron muy duros porque estaba zona estaba muerta¡±, indica Andrea. Abierto en 2012, el primer a?o ¡°no entraba ni Dios¡± y ahora se han lanzado a crecer con un espacio exclusivo para actuaciones y fiestas musicales. Su clientela es, sobre todo, de Ponferrada. Las canciones de Loquillo, Quique Gonz¨¢lez, Rosendo o Burning se dejan o¨ªr mientras los lugare?os no fallan. ¡°Es un sitio para escuchar rock¡¯n¡¯roll y todos somos de casa. Aqu¨ª cuidamos de lo nuestro¡±, afirma Jos¨¦ Moldes Blanco, un cliente que apura su chupito de licor de hierbas. ¡°Pero no es nada f¨¢cil. Es un riesgo hacer cosas as¨ª en esta zona¡±, sentencia Andrea.
Estos retazos culturales sobresalen en un camino donde abundan la soledad y los contrastes. Cuando el coche pasa por Astorga, el paisaje cambia dr¨¢sticamente. Una dureza plana se impone, la arena se come al verde y el horizonte es como plomo en los bolsillos. M¨¢s a¨²n que en Galicia, la carretera atraviesa los pueblos como un cuchillo traspasa un cuerpo oxidado y lo corta en dos. En uno de ellos, en Toral de Fondo, con menos de 100 habitantes, se halla el hostal-restaurante Galicia, donde nada m¨¢s entrar se ve un reloj con forma de vinilo y un disco enmarcado de The Replacements. Su due?o es Paco Pascual, un mel¨®mano de 55 a?os que lleva trabajando en el negocio de su padre fallecido hace 47. ¡°Nos aprovech¨¢bamos mucho de la N-VI. Desde Benavente hab¨ªa caravana y no dej¨¢bamos de dar desayunos, comidas y cenas hasta pasada la medianoche¡±, cuenta. El hostal Galicia, cuyo men¨² es variado, econ¨®mico y de una calidad excelente, sigue con la misma filosof¨ªa, pero a un ritmo menor. Lo que m¨¢s ha cambiado son sus estanter¨ªas repletas de vinilos. Coleccionista de los que ya no quedan, Paco Pascual pon¨ªa m¨²sica cuando su padre le mandaba limpiar mesas. Ahora, posee una discoteca de m¨¢s de 4.000 vinilos que suenan en la cafeter¨ªa del hostal. ¡°Empec¨¦ compr¨¢ndome uno de Deep Purple cuando era chaval y ya no par¨¦¡±, confiesa. Algunos clientes le piden poner determinados discos y otros, simplemente, se sorprenden al encontrarse un bar de carretera con vinilos girando sin parar.
Uno de esos clientes fue Carlos Pereiro, Carlangas, m¨²sico gallego afincado en Madrid, quien desde que era ni?o ha recorrido la N-VI muchas veces. Al principio, con su abuelo y, ya despu¨¦s, con amigos o solo. Conoci¨® el Galicia en uno de estos viajes. ¡°Al entrar me encontr¨¦ dos de mis discos, uno de Black Lips y otro de Richard Hell. Y flip¨¦¡±, comenta. Desde entonces, el hostal se ha convertido en una especie de refugio y ha llegado a servir de inspiraci¨®n para su ¨²ltimo disco, Carlangas, publicado este mismo a?o. ¡°En este sitio es donde apago el m¨®vil. Aburrirse es muy jodido y es necesario para que el cerebro cambie y se ordene para la creatividad¡±, explica. En su disco, Carlangas hace un recorrido sonoro desde Galicia con ¡°su amor por las verbenas¡± hasta ¡°el rock de Madrid¡±, el mismo trayecto que se hace al ir por la N-VI. ¡°Esta carretera era la vida hacia un mundo que yo no conoc¨ªa. Es una carretera casi de liberaci¨®n. La autopista no es lo mismo. Ah¨ª no vas a encontrar testimonios de gente que resiste en la vida¡±, se?ala este m¨²sico al que le gusta pararse a hablar con los paisanos. ¡°La nostalgia emborracha¡±, sentencia.
Sin nostalgia, el presente de la N-VI es un camino repleto de bajas. El cementerio de hostales, hoteles, bares, restaurantes y clubes de alterne es inmenso. El hostal Galicia resiste mientras otros han ido cayendo. Cerca del mismo Toral de Fondo, cerr¨® Ruta Gallega, y el listado de edificios abandonados hasta llegar a Madrid parece propio de una posguerra: hotel Arenas y Venta del Carmen en Benavente, hostal El Llano en Labajos, hotel Veldech¨ªn y hotel Pilar en Villacast¨ªn, hostal Guadarrama¡ Previamente, en pleno Bierzo, llam¨® la atenci¨®n el hotel Fonfr¨ªa, un enorme complejo en el coraz¨®n de la monta?a. Las enredaderas se hab¨ªan ido comiendo su alto y vistoso letrero mientras en su interior hab¨ªa un caos congelado. Un cartel anunciaba helados de Frigo de otros tiempos, mientras en uno de los cubos de basura aparec¨ªa una lata de refresco con un anuncio del Mundial de f¨²tbol de Sud¨¢frica de 2010. El reloj se par¨® en este rinc¨®n.
El coche sigue su marcha y atraviesa pueblos en los que las iglesias son viejos centinelas de una existencia al sol. Es la Castilla profunda y se ven m¨¢s cig¨¹e?as en campanarios y antenas que personas en las calles. Algunos motoristas llaman a la N-VI ¡°la Ruta 66 espa?ola¡±, en referencia a la m¨ªtica carretera que atraviesa parte de Estados Unidos. Y as¨ª la llama tambi¨¦n la plataforma Ruta N-VI, un proyecto puesto en marcha por Xos¨¦ Ram¨®n N¨®voa con financiaci¨®n de la Xunta gallega y que busca dinamizar esta traves¨ªa como ¡°una road trip para viajar lento por una carretera hist¨®rica¡±. ¡°Lo que en Estados Unidos vemos chulo, aqu¨ª es fe¨ªsmo¡±, cuenta N¨®voa. Para ello, esta plataforma tur¨ªstica ha creado el pasaporte Oficial Ruta N-VI, que incluye puntos de inter¨¦s de la ruta y que se puede sellar hasta en 10 sitios oficiales. Uno de ellos est¨¢ en Santa Cristina de la Polvorosa, una localidad de Zamora de menos de 1.000 habitantes, donde vive Pedro Ferrero, un tatuador aut¨®ctono que est¨¢ al frente de Rural Tatoo. ¡°La calidad de vida en un pueblo es diferente y mejor, pero tambi¨¦n el trato y la cordialidad. No todo es cuesti¨®n de dinero¡±, explica este tatuador que, criado en una familia de ganaderos, dej¨® de trabajar en una guarder¨ªa en Asturias por abrir un negocio vocacional en su tierra. ¡°Mi mujer y yo lo arriesgamos todo por montar Rural Tatoo. Nos sali¨® bien porque en las zonas rurales tambi¨¦n se buscan alternativas profesionales¡±.
Tambi¨¦n les ha salido bien a los due?os de la librer¨ªa Primera P¨¢gina, conocida como ¡°la trinchera de Urue?a¡±. Cuando el horizonte de Tierra de Campos se desdobla como una cuadr¨ªcula, surge este pueblo, que pertenece a la provincia de Valladolid y se ha hecho conocido en los ¨²ltimos a?os por ser ¡°la villa de los libros¡±. Con sus murallas medievales y sus callejuelas desordenadas, esta localidad con menos de 200 habitantes tiene nueve librer¨ªas gracias a un proyecto tur¨ªstico de la Diputaci¨®n de Valladolid. Primera P¨¢gina, especializada en periodismo, fotograf¨ªa y viajes, es la m¨¢s activa con su oferta de talleres, exposiciones y presentaciones. ¡°Es complicado tener una librer¨ªa tan lejos de las grandes poblaciones, pero a la vez es muy bonito¡±, explica Tamara Crespo, una reportera que ahora defiende el oficio librero junto a su pareja, el fotoperiodista Fidel Raso. ¡°Una librer¨ªa es conocimiento. Es como un faro para los navegantes y da su luz para explicar y sintonizar con las ideas de la gente¡±, apunta Raso.
Faros que surgen en el tr¨¢nsito de esta Ruta 66 espa?ola. Libros, tatuajes, cine, m¨²sica¡ La resistencia cultural en la N-VI aparece como si sus protagonistas interpretaran el papel de ¡°David contra Goliat¡±, seg¨²n lo define la librera Tamara Crespo. Sin saber bien qu¨¦ ser¨ªa Goliat ni c¨®mo su aspecto, el gigante sin rostro se encargar¨ªa de avanzar abatiendo quiz¨¢ eso de lo que habla Carmen Maro, una octogenaria de Adanero, en la provincia de ?vila: ¡°Antes hab¨ªa m¨¢s humanidad. Ahora, el mundo vive como en un bloque de pisos en el que nadie se saluda¡±. Carmen pasea por las calles de su pueblo junto a su hija Elena y su nieta Alba, tres generaciones de Adanero que han visto c¨®mo la N-VI ya no es la carretera que fue y, sin embargo, ah¨ª sigue, desafiando a la memoria.
Uno de sus puntos m¨¢s simb¨®licos es el Alto del Le¨®n, en el puerto de Guadarrama, donde las vacas pastan mientras desde la carretera, a m¨¢s de 1.500 metros de altura, se divisa Madrid en el horizonte. Se ve como un mastodonte en calma tensa al tiempo que resuenan las palabras del anciano Ram¨®n Mor¨¢n en su cantina gallega del pueblo de O Corgo: ¡°Por la autopista siempre hay demasiada prisa. A m¨ª me parece m¨¢s peligrosa¡±. Pasado Guadarrama, la A-6 se traga la N-VI y se convierte en una inmensa autov¨ªa de cuatro carriles por sentido, m¨¢s dos v¨ªas de servicio custodiadas por centros comerciales. Paneles luminosos indican los minutos que faltan para llegar a lugares donde el tiempo se agota pronto. A la silueta de Madrid la cubre una boina de contaminaci¨®n. Los cinco rascacielos del parque empresarial junto al paseo de la Castellana sobresalen a kil¨®metros de distancia. Este ¨²ltimo tramo est¨¢ rodeado de hospitales privados, residencias de ancianos y cuarteles generales de empresas. Los anuncios en las fachadas se multiplican llegando a la gran ciudad. ¡°Alquila la oficina del futuro¡± o ¡°Lib¨¦rate de tus deudas¡±, se lee en los r¨®tulos a la altura de Aravaca. Con letras grandes, uno de esos carteles tapa cualquier atisbo de horizonte y resulta parad¨®jico mientras el viaje est¨¢ llegando a su fin: ¡°Compramos tu coche¡±.
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