Una, dos y tres, al escondite ingl¨¦s
S¨ª, la muerte es nuestra gemela entre las sombras, y por eso nos impactan tanto las cat¨¢strofes que se originan en lo cotidiano
El otro d¨ªa vol¨¦ a Bilbao para participar en el precioso festival Gutzun Zuria. Est¨¢bamos llegando al destino cuando el comandante nos avis¨® por megafon¨ªa de que las condiciones meteorol¨®gicas eran malas, con lluvia y mucho viento. Pocos minutos despu¨¦s, las azafatas repasaron la cabina con casi se dir¨ªa que un excesivo af¨¢n, para verificar que todos estuvi¨¦ramos bien atados. A continuaci¨®n una nueva voz dijo: ¡°Les recomendamos que lean las instrucciones de emergencia situadas en el bolsillo del asiento delantero. Les recordamos que si es necesario evacuar el avi¨®n deben dejar en cabina todas sus pertenencias¡±. Dos consecuencias malas de pasarse la vida volando de ac¨¢ para all¨¢, como yo hago, son que, primero, vas tentando a la suerte estad¨ªsticamente, o sea, que cuantos m¨¢s viajes hagas, m¨¢s posibilidades de esnafrarte, y, segundo, que conoces bien las rutinas a¨¦reas y, aunque ese mensaje u otro parecido te lo suelen soltar en una grabaci¨®n convencional, al escucharlo de viva voz mientras el aparato comenzaba a menearse de lo lindo era imposible no percibir, o quiz¨¢ imaginar, cierta tensi¨®n a?adida.
As¨ª que me dije: c¨¢spita, lo mismo la palmamos. As¨ª de tontamente. Camino de un festival y en la mitad del d¨ªa. No era tampoco la primera vez que pensaba algo parecido; la muerte es la compa?era discreta de la vida, alguien que te sigue calladamente a las espaldas pero que cada vez se acerca m¨¢s, como en ese juego del escondite ingl¨¦s, que cuando vuelves la cabeza ves a la muerte ah¨ª, muy quieta, muy inocente, pero un minuto despu¨¦s, al mirar de nuevo, ha avanzado dos metros, y en una de esas, mientras est¨¢s distra¨ªdo contando, la maldita muerte habr¨¢ llegado junto a ti sobre sus silenciosos pies de fieltro y te estar¨¢ agarrando del cogote. S¨ª, la muerte es nuestra gemela entre las sombras, y por eso nos impactan tanto las cat¨¢strofes que se originan en lo cotidiano, como el horror del incendio de Valencia. Porque nos recuerdan que, en la falsa seguridad de nuestras existencias, siempre puede irrumpir la noche m¨¢s feroz.
Total, que coloqu¨¦ todos los bultos debajo del asiento delantero, porque estaba en el pasillo y no quer¨ªa que dificultaran la huida de los compa?eros de fila. Y, mientras el avi¨®n se zarandeaba, me puse a mirar alrededor. La gente callaba, muchos se agarraban al respaldo y supongo que cada cual jugar¨ªa al escondite ingl¨¦s a su manera. A mi lado, al otro lado del pasillo, una muchacha de unos 18 a?os segu¨ªa impert¨¦rrita viendo una pel¨ªcula en el m¨®vil. Feliz edad ¨¦sa, en la que la muerte siempre es la de los otros, en la que es imposible pensar que pueda tocarte. Tan inmortal como una superhero¨ªna de Marvel, era la chica. Entonces me dije: estupendo, si no nos matamos, puedo escribir mi pr¨®ximo art¨ªculo de EL PA?S sobre todo esto. Que es el texto que ahora estoy tecleando. Y esa idea me puso bastante contenta. Si nos estrell¨¢bamos, se acabaron los problemas, y si no, pues mira qu¨¦ bien, ya ten¨ªa tema para la pr¨®xima semana. As¨ª que empec¨¦ a escribir mentalmente estas p¨¢ginas, que es algo que hacemos los escritores muy a menudo, escribir dentro de la cabeza, y me lo pas¨¦ tan ricamente hasta que aterrizamos con admirable pericia por parte del piloto.
Creo que este tipo de cabeza llena de ecos no la tenemos solo los que nos dedicamos a cosas creativas, y desde luego no es algo que te haga necesariamente un buen artista. Adem¨¢s, tener una mente as¨ª tambi¨¦n se paga; en ansiedades, en angustias, en ataques de p¨¢nico como yo he tenido. Pero, por otro lado, ?acompa?a tanto! En Gutzun Zuria compart¨ª acto con la brillante novelista y periodista Gemma Ruiz. No s¨¦ c¨®mo sali¨® el tema de las mentes desbridadas, y yo le dije que a m¨ª se me ocurr¨ªan todo el rato im¨¢genes absurdas; que, por ejemplo, si estoy esperando un ascensor, justo antes de que se abran las puertas veo un muerto enroscado en el suelo sobre un charco de sangre. Parte de la audiencia exclam¨® con sorpresa y hasta a Gemma pareci¨® chocarle un poco. Pero, cuando m¨¢s tarde lo coment¨¦ con mi amiga y genial novelista Claudia Pi?eiro, ella coment¨® con total naturalidad y certidumbre: ¡°?Pero claro! ?C¨®mo no vas a imaginar que hay un cad¨¢ver en el ascensor justo antes de que se abran las puertas?¡±. Los enanos tenemos un sexto sentido que nos permite reconocernos a simple vista, como dec¨ªa Monterroso. Qu¨¦ suerte poder seguir jugando a estos juegos tan grandes mientras la hermana muerte se acerca saltito a saltito a nuestro cogote.
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