La palabra pochoclo
Al tragarlo volvemos a ser aquellos seres que, primero en grutas, luego en chozas, com¨ªan casi sin sabores
?A qu¨¦ les suena la palabra pochoclo? A ustedes, gran mayor¨ªa de espa?oles y ?americanos que no la oyeron nunca, ?qu¨¦ les hace pensar? La palabra pochoclo solo se usa en el extremo sur de Am¨¦rica; la cosa que designa, en cambio, se usa en todas partes, m¨¢s y m¨¢s. Ya sabemos que tenemos una lengua com¨²n que nos separa. Pero en muy pocos casos nos separa tanto como en el del famoso pochoclo. O poror¨® o pipoca o poporocho o crispetas o krispetak o cotufas o cabritas o pajaretas o rosetas o canguil o tostones o popcorn ¡ª por citar solo algunos de sus nombres. Palomitas, sin ir m¨¢s lejos, aqu¨ª en la estepa castellana ¡ªcomo si comer palomas chiquititas fuera golosina.
Si hay algo que el pochoclo puede reivindicar es que no debe haber muchas cosas ¡ªtan insignificantes¡ª que tengan tantos nombres. Y es una buena muestra de c¨®mo suponemos la historia, de nuestra pereza para tratar de conocerla un poco m¨¢s. El pochoclo parece muy reciente, junk food yanqui siglo XX en todo su esplendor, pero resulta que es una de las comidas m¨¢s antiguas. El ma¨ªz con que se hace naci¨® en Mesoam¨¦rica y se supone que una de las primeras formas de comerlo fue as¨ª, blanquito y estallado. Dicen que empezaron hace m¨¢s de 5.000 a?os y la preparaci¨®n, en todo caso, no era complicada: se pon¨ªan los granos de ese ma¨ªz especial, el pisingallo o revent¨®n, en un recipiente quiz¨¢ de barro sobre el fuego, y se esperaba que los peque?os estallidos le dieran su forma y su sabor. Entonces no los hac¨ªan para mirar la tele: era la forma m¨¢s f¨¢cil e inmediata de cocinarlos, de poder comerlos. As¨ª que el pochoclo se fue extendiendo por todo el continente: desde los iroqueses hasta los araucanos le hac¨ªan los honores.
Y cuando llegaron los espa?oles lo vieron, lo probaron, no supieron bien qu¨¦ hacer con ¨¦l, lo fueron olvidando. Se precisaba un norteamericano para pensarlo como una producci¨®n rentable: en 1885, un tal Charles Cretors, de Chicago, invent¨® una m¨¢quina para fabricarlo. Y se vend¨ªa sin furor hasta que aquellas palomitas encontraron, de pronto, d¨®nde posarse: las butacas de los cinemat¨®grafos, que atra¨ªan cada vez m¨¢s m¨¢s boquiabiertos. El pochoclo se volvi¨® un gran ejemplo de esas coincidencias que a veces se dan entre dos cosas o actividades que no ten¨ªan por qu¨¦ reunirse: mirar pel¨ªculas, masticar pavadas.
Desde entonces, el pochoclo/palomita/poror¨®/popcorn se identifica con el espect¨¢culo m¨¢s o menos barato. ¡°Prepar¨¢ el pochoclo¡±, dicen por ejemplo en argentino b¨¢sico cuando ven que se aproxima cualquiera de los innumerables disparates y desgracias que la vida cotidiana provee a mis compatriotas. Es la forma de decir que vamos a sentarnos frente al televisor o a cualquier otro medio o incluso en el balc¨®n de la rep¨²blica para sufrir o disfrutar una vez m¨¢s de ese show fascinante y rid¨ªculo: la pol¨ªtica en acto ¡ªo sea en espect¨¢culo, y ese placer de odiar, de pretender que otros tienen la culpa.
El pochoclo/palomita/poror¨®/popcorn nunca es una comida, siempre un manoteo. As¨ª, casi sin quererlo, se transform¨® en el portaestandarte de una manera de comer: sin hacerle caso. Nosotros, los pr¨®speros globales, dedicamos enorme atenci¨®n a las ingestas; el pochoclo ser¨ªa la forma de negarla. Es todo lo contrario, esa comida que se agarra sin mirar, por un puro reflejo de la mano, y se lleva a la boca sin pensar, por un puro reflejo del reflejo, y se mastica o masca mientras hacemos otra cosa. Su sabor es conocido y repetido: nada en ¨¦l nos llama la atenci¨®n. El pochoclo/palomita/poror¨®/popcorn suena moderno, tan contempor¨¢neo, y es todo lo contrario: un remanente de cuando la comida era pura costumbre, no hab¨ªa recetarios, no sal¨ªa por la tele, no creaba h¨¦roes improbables. Al tragarlo volvemos a ser aquellos seres que, primero en grutas, luego en chozas, com¨ªan casi sin sabores, siempre el mismo sabor, porque algo hab¨ªa que comer, solo para sacarse el hambre o la ansiedad.
Hace a?os y a?os que no como pochoclo: no me gusta ¡ªni ¨¦l ni, sobre todo, el espect¨¢culo del mundo. Pero me gusta mucho que me sirva como argumento para decir que tal vez ¡ªsolo tal vez¡ª estemos exagerando un poco con este asunto de la gastronom¨ªa.
¡ª?Camarero, marche una espuma de pochoclo!
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