?Y si intent¨¢ramos decir todo lo que pensamos?
Somos rehenes del lenguaje y su estructura pone l¨ªmites a nuestra voluntad de expresarnos, pero, a la vez, solo a trav¨¦s de las palabras podemos hablar y liberarnos
Decir lo que verdaderamente pensamos puede ser arriesgado, las palabras lo cambian todo y todo cambia a las palabras. Nombrar algo o a alguien es dar posibilidad a su existencia, es tambi¨¦n fijarlo, determinarlo o limitarlo: grabarlo en piedra. Un n¨²mero cada vez mayor de personas se ven en aprietos con familiares, amigos o en el trabajo por decir lo que piensan ¡ªespecialmente respecto a su orientaci¨®n pol¨ªtica¡ª. Muchos periodistas, escritores y activistas son asesinados por hablar, o porque se sospecha que lo har¨¢n. Nuestras propias palabras han perdido su libertad, y ahora se rigen m¨¢s por lo que dictan los del poder que por cualquier diccionario de las academias de las lenguas. Un ejemplo, entre cien, la autobiograf¨ªa de Elias Canetti, autor y fil¨®sofo premio Nobel, titulada La lengua absuelta, comienza con un desconcertante pasaje que describe lo que est¨¢ en juego, desde la perspectiva de un ni?o: ¡°Mi recuerdo m¨¢s remoto est¨¢ ba?ado de rojo. Salgo por una puerta en brazos de una muchacha, ante m¨ª el suelo es rojo y a la izquierda desciende una escalera igualmente roja. Frente a nosotros, a la misma altura, se abre una puerta y aparece un hombre sonriente que viene amigablemente hacia m¨ª. Se me aproxima mucho, se detiene, y me dice: ¡®?Ense?a la lengua!¡¯. Yo saco la lengua, ¨¦l palpa en su bolsillo, extrae una navaja, la abre y acercando la cuchilla junto a mi lengua dice: ¡®Ahora le cortaremos la lengua¡¯. No me atrevo a retirar la lengua, ¨¦l se acerca cada vez m¨¢s hasta rozarla con la hoja. En el ¨²ltimo momento retira la navaja y dice: ¡®Hoy todav¨ªa no, ma?ana¡¯. Cierra la navaja y la guarda en su bolsillo¡±. El que profiere la amenaza, constantemente diferida y reactivada, y que conduce al silencio, es el novio de la ni?era. Surti¨® efecto: el peque?o Elias guard¨® silencio a?os, pero, en su momento, la advertencia tuvo las mismas consecuencias que si se la hubieran cortado.
La hero¨ªna griega que viene a la mente como precursora m¨ªtica de Canetti es Filomela, cuya lengua le fue mutilada por decir la verdad (femenina) al poder (masculino), seg¨²n lo cuenta Ovidio. Despu¨¦s de que su cu?ado la viol¨®, y luego le cort¨® la lengua para que no lo dijera, aun as¨ª, logr¨® delatarlo ¡ªy derrocarlo como rey de Tracia¡ª tejiendo en un tapiz el relato de su vejaci¨®n. Arriesgarse y decir algo peligroso es un indicio de parres¨ªa, etimol¨®gicamente ¡°decir todo¡±. Quien la promulga dice lo que tiene en mente, no esconde nada ¡ªabre su coraz¨®n y su mente a trav¨¦s de su discurso¡ª. Est¨¢ vinculada a la valent¨ªa ante el peligro: te arriesgas, incluso a morir, para decir la verdad. En sus reflexiones sobre la noci¨®n griega de parres¨ªa, el fil¨®sofo Michel Foucault afirma: ¡°Romper el silencio al hablar es un acto pol¨ªtico particularmente urgente frente a lo que es inconcebible e inadmisible en el nivel simb¨®lico¡±.
La problem¨¢tica del lenguaje se manifiesta en todas partes, pero es de particular relevancia en el psicoan¨¢lisis, donde el lenguaje, como sede de los instintos, encuentra el encuadre para la representaci¨®n de su dramatismo. Cuando uno entra en an¨¢lisis, el ¨²nico compromiso es hablar: la experiencia se desarrolla a trav¨¦s de la palabra ¡ªque requiere la escucha flotante y atenta del psicoanalista¡ª. La palabra es un acto que constituye al sujeto. Seg¨²n el psicoanalista Paul Verhaeghe, el lenguaje no es tanto un medio de comunicaci¨®n, sino un recurso para consolidar la identidad: ¡°Eres madre de, hija de, padre de, hijo de¡¡±, y la negaci¨®n del lenguaje es perniciosa porque causa el colapso de la exterioridad y de la alteridad. El efecto de la palabra subyugada es devastador: las palabras suprimidas, los gritos silenciados se anudan en el cuerpo y pueden hacer de ¨¦l un terrible nudo.
?Pero qu¨¦ pasa con lo innombrable? Entre lo que se puede decir y lo que no se puede decir, hay una frontera real e infranqueable. El sujeto hablante, que se cree fuente y origen de su propio decir y hacer, es el ejecutor de una orden que se le escapa. Las palabras que utilizamos no captan con exactitud lo que queremos decir o, por el contrario, expresan m¨¢s de lo que esperamos. A veces sentimos que nos faltan las palabras para decir algo; otras, nos pilla por sorpresa el hecho de haber dicho algo que no quer¨ªamos decir. La psicoanalista Julia Kristeva lo expresa as¨ª: ¡°Pens¨¦ que mi lengua era m¨ªa, pero resulta ser ajena, distinta de m¨ª en m¨ª. ?Soy su autor o su producto?¡±.
Decirlo todo es imposible. Cuando uno se da de topes contra los l¨ªmites del lenguaje, y las palabras nos fallan, ¡°es a trav¨¦s de esta misma imposibilidad que la verdad se aferra a lo real¡±, dice el psicoanalista Jacques Lacan. Lo imposible de decir es precisamente lo que nos hace seguir hablando, con la esperanza de finalmente expresar lo que no podemos llegar a decir. Somos rehenes del lenguaje, pero nuestras palabras se liberan en la interlocuci¨®n. El enfoque esbozado por Freud para sus pacientes, lo sabemos, fue el de ¡°no renunciar a las palabras porque se acaba renunciando a las cosas¡±.
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