Alumbrar una constituci¨®n asediados por bombas y con un virus letal en los talones
La fiebre amarilla mat¨® en C¨¢diz a m¨¢s de 19.000 personas a principios del XIX, entre ellos, diputados que escribieron la primera carta magna espa?ola
En la ciudad, confinada y abarrotada, el mal se extiende como un reguero de p¨®lvora. El plan preventivo contra la epidemia pronto se pone en marcha. Solo se puede salir a la calle por causas de fuerza mayor. Los contagiados deben estar en hospitales o lazaretos sin contacto con sus familias. Los sacerdotes tambi¨¦n est¨¢n advertidos, ni ellos deben acudir a confesar ni a dar auxilio espiritual. Solo quienes han pasado la enfermedad pueden ayudar a los m¨¦dicos a cuidar a los infectados. C¨¢diz entra en p¨¢nico, motivos no le faltan: la letal fiebre amarilla ha regresado, justo cuando resiste como puede al asedio de las tropas napole¨®nicas.
Ocurri¨® entre octubre y noviembre de 1810, aunque buena parte de lo narrado recuerda a la crisis sanitaria del coronavirus que azota a Espa?a. Con la diferencia de que los gaditanos de entonces s¨ª sab¨ªan de la gravedad de la enfermedad infecciosa de origen v¨ªrico despu¨¦s de que, en 1800, se toparan por primera vez con su cara m¨¢s letal. Esas fiebres que hac¨ªan amarillear la piel regresaron en 1804, en 1810 y en 1813, estas dos ¨²ltimas mientras la ciudad acog¨ªa a las Cortes de C¨¢diz, creadoras de la primera Constituci¨®n espa?ola, la de 1812. M¨¢s de 19.000 personas perecieron solo en la localidad durante esos brotes, entre ellos al menos cinco de los diputados que participaron en la redacci¨®n del pionero y breve texto legal.
¡°Lo primero que piensas a nivel comparativo es que esto va a seguir ocurriendo. La gran diferencia es la globalizaci¨®n de hoy en d¨ªa. Pero ellos ten¨ªan claro entonces los cordones sanitarios y las cuarentenas funcionaban¡±, explica Francisco Javier Ram¨ªrez, doctor en Historia de la Ciencia. Ram¨ªrez se estremece al pensar en los paralelismos que unen el presente con esos 13 a?os en los que C¨¢diz vivi¨® uno de los momentos m¨¢s duros de su historia reciente. La epidemia era solo uno de los problemas que acechaban a una ciudad ¡ªjunto a la cercana San Fernando¡ª sitiada por las bombas de los franceses del 5 de febrero de 1810 al 24 de agosto de 1812, en una de las ofensivas m¨¢s largas de la historia.
Escalofr¨ªos, pulso fren¨¦tico, temperaturas elevadas, dolor de espalda, v¨®mitos de sangre e ictericia en la piel y los ojos. La capital gaditana supo qu¨¦ se ocultaba tras estos s¨ªntomas en julio de 1800, a partir de que arribase al puerto la corbeta Delf¨ªn, procedente de La Habana, con fallecidos que hab¨ªan mostrado estas dolencias. La fiebre amarilla, un mal end¨¦mico de zonas tropicales que se transmite por picaduras de mosquitos y que hoy tiene cura, apenas necesit¨® unos d¨ªas para extenderse con virulencia por una ciudad que entonces manten¨ªa una rica prosperidad auspiciada por el comercio americano de ultramar. Aunque hubo m¨¢s factores. ¡°La entrada por los puertos de mar era el camino m¨¢s f¨¢cil y l¨®gico para la llegada de esta epidemia¡±, como recuerda la historiadora Hilda Mart¨ªn, especialista en este periodo.
De los 75.000 habitantes que ten¨ªa C¨¢diz en 1800, enferm¨® la mitad y fallecieron 9.041 personas, seg¨²n rememora Ram¨ªrez, cuya tesis doctoral trat¨® sobre esta epidemia. Una segunda oleada, que se extendi¨® por buena parte de Andaluc¨ªa, golpe¨® la capital en 1804 y dej¨® tras de s¨ª 4.766 muertos. La localidad se tuvo que acostumbrar a izar banderas amarillas en las torres miradores para avisar a los barcos que arribaban de que sus ciudadanos estaban sufriendo un brote, seg¨²n rememora la historiadora Mart¨ªn. No es de extra?ar que a partir de que las Cortes comenzaran sus reuniones el 24 de septiembre de 1810 en San Fernando ¡ªtrasladadas a C¨¢diz en febrero de 1811¡ª ¡°lo primero que hac¨ªan al iniciar sus sesiones era leer el parte sanitario del d¨ªa anterior¡±, apunta el historiador.
Confinados y sin cura
El rebrote de octubre de 1810 encontr¨® el caldo de cultivo perfecto. La ciudad, hacinada, acog¨ªa a casi el triple de su poblaci¨®n habitual por los refugiados que hab¨ªa tra¨ªdo la Guerra de la Independencia. El calor y el agua embalsada en aljibes y pozos, ambiente ideal para los mosquitos, hizo el resto. Con las olas anteriores, la fiebre amarilla hab¨ªa perdido letalidad entre los gaditanos, ya inmunizados. El peligro se centraba ahora justo entre la poblaci¨®n for¨¢nea que estaba resguardada en C¨¢diz. 4.305 personas no superaron un virus que regres¨® de nuevo en 1813. En los listados de 1.285 nombres que murieron por la enfermedad ese a?o, aparecen los de pol¨ªticos como el puertorrique?o Ram¨®n Power, el catal¨¢n Antonio Capmany o el ecuatoriano Jos¨¦ Mej¨ªa Lequerica, famoso por sus dotes para la oratoria y por llegar a negar la existencia de una epidemia apenas unos d¨ªas antes de morir de ella.
Sin vacuna ni m¨¢s frenos que la inmunizaci¨®n de haberla pasado, C¨¢diz tuvo que aprender a aplicar t¨¦cnicas de confinamiento que 207 a?os despu¨¦s siguen, en gran medida, vigentes. En los distintos brotes, la ciudad aplicaba el cierre de barrios, el aislamiento de los enfermos menos graves en lazaretos y a los m¨¢s afectados en hospitales. El qu¨ªmico y epidemi¨®logo Juan Ar¨¦jula y Pruzet (Lucena, 1755 - Londres, 1830) fue el ide¨®logo de buena parte de estas acciones, detalladas en una descripci¨®n que realiz¨® de las primeras olas de la epidemia y en la que tambi¨¦n incluy¨® la prohibici¨®n de todo tipo de procesiones y actos religiosos p¨²blicos. ¡°Sus medidas sanitarias para luchar contra la epidemia asentaron las bases de la medicina p¨²blica¡±, alaba Mart¨ªn.
Tras el golpe de 1813, las Cortes volvieron a trasladarse a San Fernando para pasar luego a Madrid, donde el rey Fernando VII las acab¨® por disolver. C¨¢diz, como puerto de mar ¡ªaunque ya en declive¡ª tuvo al menos un brote m¨¢s de fiebre amarilla en 1819. La sucedi¨® una epidemia del c¨®lera en 1835 o las idas y venidas de la gripe, constantes desde el siglo XVIII. De todas ellas sali¨® adelante.
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