Presos transformados en ¡®libros humanos¡¯ que relatan las historias tras los barrotes
Cinco reclusos de la c¨¢rcel madrile?a de Soto del Real participan en una actividad penitenciaria innovadora en Espa?a parar combatir estereotipos
David est¨¢ nervioso. Lo reflejan el ligero temblor de sus manos y ese gesto de recolocarse cada pocos segundos la mascarilla, pese a que no se ha movido. Sentado ante una mesa de la biblioteca p¨²blica de Soto del Real (Madrid), frente a ¨¦l hay un par de sillas vac¨ªas que en unos minutos ocupar¨¢n dos desconocidos a los que contar¨¢ c¨®mo ha sido su vida hasta acabar en la c¨¢rcel, donde lleva tres a?os y medio condenado por robo con intimidaci¨®n. David, nombre supuesto, es uno de los cinco presos que el pasado viernes particip¨® en una actividad penitenciaria innovadora en los centros penitenciarios del Ministerio del Interior en la que los internos se convierten en ¡°libros vivos¡±.
El objetivo: que trasmitan sus historias a grupos muy reducidos de ciudadanos para acabar con los estereotipos y prejuicios que recaen sobre las personas que terminan en la c¨¢rcel. Frente a ¨¦l se sientan, poco despu¨¦s, dos mujeres j¨®venes, Noelia y Lidia. A lo largo de las siguientes dos horas lo har¨¢n por parejas otras seis personas que han respondido al llamamiento de convertirse en ¡°lectoras¡± de su relato y del de otros cuatro reclusos. ¡°Si os parece, os cuento c¨®mo ha sido mi vida y si quer¨¦is me vais preguntando¡±, les dice, t¨ªmido. ¡°Yo ten¨ªa una vida m¨¢s o menos normal...¡±, comienza, para luego detallar c¨®mo la droga lo estrope¨® todo.
El promotor de la iniciativa es Juan Sobrino, director de la biblioteca p¨²blica donde se celebra el encuentro, en Soto del Real, de 9.000 habitantes, a 50 kil¨®metros al norte de Madrid y muy cerca del centro penitenciario Madrid V, que acoge un millar de reclusos. Sobrino, que ya en 2018 inici¨® un programa para incentivar la lectura entre los presos, se fij¨® en Human library (la biblioteca humana), un proyecto iniciado en Dinamarca en 2000 para dar voz a colectivos marginados. ¡°Aunque no contempla a reclusos, pens¨¦ que se pod¨ªa hacer con ellos y, de este modo, que la gente pueda conocer la realidad de los presos y ponerse en su lugar¡±.
Las normas son claras: los presos tienen derecho a ser tratados con respeto, a dejar sin contestar las preguntas que quieran e, incluso, a dar por finalizada la conversaci¨®n antes de tiempo. Los lectores no pueden tomar notas. Sobrino aspira a repetir la experiencia e, incluso, a que en el futuro algunos internos acudan a centros de ense?anza.
En otro extremo de la biblioteca est¨¢ Pedro, tambi¨¦n nombre supuesto, quien a sus 43 a?os afronta una condena de seis por traficar con drogas de dise?o. Frente a ¨¦l est¨¢n Elena y Carolina, dos jubiladas que es la primera vez que est¨¢n ante un recluso. Pedro tiene delante el guion que se ha preparado. ¡°Soy hijo ¨²nico y, podr¨ªa decirse, deseado de una familia perfectamente estructurada¡±, arranca. A lo largo de 20 minutos, les contar¨¢ c¨®mo su vida est¨¢ muy alejada del estereotipo que libros, pel¨ªculas y series de televisi¨®n dan a las personas que delinquen.
Ingeniero inform¨¢tico, con dos m¨¢steres, ¨¦xito y altos ingresos, admite que sus coqueteos con las drogas se iniciaron en la adolescencia para, con altibajos, acabar por ocupar cada vez m¨¢s espacio. ¡°Tras perder un trabajo, tuve la brillante idea de traficar [con drogas]¡±, recuerda con sarcasmo. El relato es duro, pero hay momentos para las sonrisas. ¡°A m¨ª me pod¨ªa haber pasado lo mismo¡±, reconoce Elena. ¡°Lo m¨¢s duro es estar separado de la gente que te quiere. Ellos sufren las consecuencias de nuestros delitos¡±, a?ade Pedro.
Lourdes Gil, coordinadora general de Tratamiento y Gesti¨®n de Instituciones Penitenciarias que ha impulsado el proyecto, asegura que ¡°es para los internos un ejercicio tan dif¨ªcil como beneficioso¡±. Gil destaca que ser un libro humano, aunque sea por un d¨ªa, ayuda a los internos a ¡°sentirse integrados, a entrar en contacto con el otro y ser parte de la comunidad¡±. ¡°Me dec¨ªan que no se han visto juzgados, que han detectado m¨¢s miradas de inter¨¦s, de curiosidad, de ganas de entender d¨®nde se produce el punto de quiebra en sus vidas, que de juicio. Es muy rehabilitador¡±, destaca. Para Gil, es un camino de doble sentido: ¡°Tambi¨¦n el ciudadano que est¨¢ fuera de la prisi¨®n descubre que tras los muros hay personas con historias¡±.
A sus 37 a?os, a Rubio a¨²n le queda por cumplir cinco de los ocho a?os que un tribunal le impuso por dar una brutal paliza a alguien que le deb¨ªa dinero. No era el primer problema con la justicia que ten¨ªa en su vida, marcada por el alcohol y los malos tratos que sufri¨® en su infancia. Ahora, cuenta los d¨ªas para el pr¨®ximo permiso y aspira a obtener la semilibertad y rehacer su vida con su pareja y sus dos hijos. ¡°Ellos no saben que estoy en la c¨¢rcel. Les digo que su padre est¨¢ castigado en un colegio de mayores por portarse mal y hacer da?o a un hombre¡±, le cuenta a Sebasti¨¢n y Alejandro. El primero se muestra muy interesado en saber c¨®mo es la vida dentro de prisi¨®n, y Rubio le explica que los presos est¨¢n separados en m¨®dulos y que, entre estos, hay unos m¨¢s conflictivos que otros. El suyo, el n¨²mero 14, donde el Proyecto Hombre ayuda a los internos a superar adicciones como la suya, es ¡°superrespetuoso¡±. Sebasti¨¢n se despide con un apret¨®n de manos. ¡°Es dif¨ªcil venir aqu¨ª y contar lo que te ha pasado. Te deseo lo mejor¡±, le dice.
Miguel ?ngel y Rafael escuchan el relato de Katalina, una presa transg¨¦nero de origen colombiano, que se ha puesto una camiseta con la bandera del arco¨ªris. Katalina o Kata, como la llaman todos, habla apresurada intentando no dejar fuera de su relato de pocos minutos nada de su azarosa vida: su infancia y juventud en su pa¨ªs natal, su paso cuando era un cr¨ªo por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y su lucha porque se respetase su identidad sexual, pero tambi¨¦n la llegada a Espa?a y c¨®mo se vio abocada a prostituirse y trapichear para sobrevivir.
¡°Quiero que la gente conozca por lo que he pasado¡±, dice a los dos hombres que se sientan frente a ella, a los que muestra la cicatriz que un machetazo le dej¨® en el brazo izquierdo. Cuando Miguel ?ngel le plantea si tiene miedo a lo que encontrar¨¢ en la calle cuando recupere la libertad, dice que no: ¡°Cuando entr¨¦ en la c¨¢rcel me sent¨ª morir, no me respetaba a m¨ª mismo, pero ahora pienso en positivo y tengo planes¡±. ?Cu¨¢les? ¡°He aprendido a leer y escribir y me gustar¨ªa dedicarme al estilismo¡±, a?ade.
Luis Carlos Ant¨®n, director de la c¨¢rcel, conoce la historia de todos y c¨®mo ha sido su evoluci¨®n dentro, no siempre f¨¢cil. Asegura que algunos le manifestaron, antes de participar, su miedo ante este ¡°ejercicio de exposici¨®n¡±. Sin embargo, est¨¢ convencido de que ¡°ha sido una experiencia muy gratificante para todos. Para los internos tiene un valor inmenso saberse parte de la comunidad, que este tiempo de privaci¨®n de libertad no anula su lugar en la sociedad. Esto es la reinserci¨®n, por lo que trabajamos¡±, a?ade antes de mostrar su disposici¨®n a que se sigan celebrando.
Jason lleg¨® a Espa?a con siete a?os desde la Rep¨²blica Dominicana junto a su familia. Ahora, con 32, cumple siete a?os de condena por tr¨¢fico de drogas. Antes del comenzar la experiencia, se muestra intranquilo: ¡°Voy a estar con personas a las que no conozco y no s¨¦ qu¨¦ me van a preguntar¡±. ?l, que admite que estuvo a punto de suicidarse por los problemas de ludopat¨ªa que le arrastraron a traficar, asegura a Leticia y Daniel que lo que m¨¢s le duele es ver como ha estado ¡°jodiendo la vida¡± a su familia. Al t¨¦rmino del encuentro, la pareja reconoce haberse sorprendido de la sinceridad del recluso. ¡°Se ha mostrado muy vulnerable¡±, destaca Leticia. Jason ha acabado la jornada sonriendo, satisfecho de haber retrasado un permiso penitenciario para participar en el encuentro. ¡°Me siento vivo como nunca¡±, asegura. ?Repetir¨ªas como libro humano? ¡°Sin duda¡±. Poco despu¨¦s, ¨¦l y sus cuatro compa?eros regresan a sus celdas.
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