Los pisos de emergencia franquistas de C¨¢diz: paup¨¦rrimos y para toda la vida
Hasta 70 familias de C¨¢diz llevan m¨¢s de 60 a?os esperando que los realojen en unas viviendas dignas que llevan d¨¦cadas atascadas en promesas pol¨ªticas y burocracia
Francisca Picasso se pasa el d¨ªa a la fresca, sentada sobre su andador en la puerta del bloque de viviendas en el que vive desde hace m¨¢s de medio siglo. Le viene bien por que, a base de saludar a unos y otros, vende la loter¨ªa clandestina con la que completa su exigua pensi¨®n de viudedad. Tambi¨¦n porque, incluso en d¨ªas t¨®rridos como el de hoy, el exterior se antoja menos asfixiante y claustrof¨®bico que su paup¨¦rrimo bajo de 48 metros, techos bajos y tres dormitorios con ventanas a un patio interior en el que los jaramagos tamizan la luz. Esta gaditana de 89 a?os es una de los 70 vecinos del barrio del Cerro del Moro, que llevan 66 a?os encerrados en unos pisos que el franquismo construy¨® como alojamientos de emergencia temporales. Casi la mitad de esa espera se les ha esfumado enredados en promesas incumplidas y burocracia con una Junta de Andaluc¨ªa que admite el ¡°enga?o¡± en el pasado y promete estar en v¨ªas de solucionarlo. Pero Picasso no tiene muy claro que viva para contarlo. ¡°Yo ya voy para el caj¨®n de pino. A saber si lo veo¡±, tercia la anciana con humor negro.
La desesperaci¨®n que solivianta a unos y llena de escepticismo a otros tiene domicilio en los n¨²meros 1, 3 y 5 de la calle de Trafalgar y 2, 4, 6 ¡ªdonde vive Picasso¡ª y 8 de Batalla del Callao, en pleno Cerro del Moro, un barrio marcado por la necesidad y que a¨²n se sacude el estigma de las drogas que lo llev¨® a su peor cara en las d¨¦cadas de los ochenta y los noventa. All¨ª las 70 familias se han quedado ¡°varadas, congeladas en el tiempo¡±, como resume Cadelaria Grimaldi, presidenta de la asociaci¨®n de vecinos Claridad del Cerro del Moro. Cuando ella lleg¨® al cargo, en 2014, decidi¨® abanderar una lucha que ya llevaba d¨¦cadas enmara?ada ¡°en promesas incumplidas¡±. ¡°Llevamos a?os escuchando lo mismo, que nuestras casas eran las siguientes, pero aqu¨ª seguimos¡±, resume Gloria Vega, propietaria de una de esas viviendas de fachadas desconchadas y ventanas desvencijadas.
Mientras Vega ¡ªde 52 a?os y residente en un peque?o piso junto a sus hijos de 23 y 20 a?os¡ª relata los padecimientos de humedades cr¨®nicas, problemas de tuber¨ªas o de electricidad, recibe un mensaje en el grupo de Whatsapp ¡®Vecinos grupo San Ferm¨ªn¡¯. ¡°Mira, son las chocolatinas de una despensa ro¨ªdas por una de las ratas de los bloques¡±, relata la mujer mientras ense?a la foto en su m¨®vil. Una prueba m¨¢s para Grimaldi: ¡°Es lo que yo luego les env¨ªo a la Junta. Llamo y busco a quien haga falta, sea domingo o festivo. Nos tienen que hacer caso¡±. El nombre del chat es un gui?o hist¨®rico al origen de todos los problemas de los moradores, reflejado en una de esas t¨ªpicas placas franquistas decoradas con yugo y flechas que luce en el lateral de uno de los bloques de viviendas afectados. ¡°Delegaci¨®n Nacional de Sindicatos. Grupo San Ferm¨ªn. 70 viviendas. A?o 1956¡å, reza en una l¨¢pida que, desde hace meses, tiene otro mensaje a?adido en forma de pancarta: ¡°30 a?os esperando, Junta de Andaluc¨ªa. 7? fase ?ya!¡±.
En pleno desarrollismo franquista de los a?os cincuenta, la Delegaci¨®n Nacional de Sindicatos levant¨® a la carrera un barrio de la nada para alojar a gaditanos que viv¨ªan hacinados en infraviviendas ¡ªconocidas en C¨¢diz como ¡°partiditos¡±¡ª del centro o en situaciones de pobreza. A las afueras de al otro lado de la v¨ªa del tren de entonces, surgieron manzanas completas de viviendas de emergencia, la mayor¨ªa en r¨¦gimen de alquiler. ¡°Era algo temporal, de malos materiales¡±, recuerda Marco Antonio Barciano, tesorero de la asociaci¨®n de vecinos. La transici¨®n arranc¨®, el Estado de las autonom¨ªas ech¨® a andar, la Junta asumi¨® las competencias en vivienda y se convirti¨® en gestora de los bloques. El a?o Expo 1992 se convirti¨® para muchos de los vecinos del Cerro del Moro en el inicio del fin de sus problemas. A partir de entonces, la Junta construy¨® hasta seis fases. La s¨¦ptima y la octava que afectan de lleno a los 70 vecinos desesperados se qued¨® dormida en un caj¨®n.
De entrada, su caso era distinto porque sus casas en estos a?os han pasado del alquiler a la propiedad. Al inicio de la d¨¦cada de los 2000, la Junta les ofreci¨® comprar sus viviendas por importes inferiores a los 20.000 euros, que pagaron en peque?as cuotas a la Administraci¨®n. La gran mayor¨ªa compr¨® sin dudar. Grimaldi cree que el acuerdo naci¨® viciado de antemano, porque ¡°esos pisos no estaban en condiciones para venderse¡±. El ofrecimiento se convirti¨® en un caramelo envenenado en forma de tr¨¢mites burocr¨¢ticos que la Administraci¨®n andaluza socialista no pareci¨® muy determinada a resolver hasta 2018, pese a que lleg¨® a anunciar el inminente proyecto de construcci¨®n de los nuevos bloques ese a?o. O eso al menos asegura el director en funciones de la Agencia de Vivienda y Rehabilitaci¨®n de Andaluc¨ªa (AVRA) en C¨¢diz, Juan Jes¨²s Bernal: ¡°La Junta les ha estado enga?ando durante 30 a?os. Te confirmo nuestro desagrado. Hasta 2018, se les han contado milongas. Cuando ese a?o tomaron posesi¨®n los nuevos directores [del gobierno del PP y Ciudadanos] se encontraron que no hab¨ªa nada¡±.
Cuando el actual equipo se puso a la tarea, hace ya cuatro a?os, se encontraron un galimat¨ªas legal, acrecentado por 66 a?os de espera para unas familias que han ido cambiando de generaciones y necesidades desde 1956. ¡°Estamos teniendo que negociar con 17 bancos con derecho a cr¨¦dito, 17 herencias y adaptarnos a la realidad actual de los 70 vecinos¡±, resume Bernal. En casa de Picasso primero llegaron a ser siete personas, el matrimonio y sus hijos. A?os despu¨¦s, en el dormitorio que hoy es de la anciana y en el que apenas cabe una cama y un armario vivi¨® su hija, su yerno y su nieta. ¡°En invierno, la pared se pone negra de la humedad. En verano, el calor es insufrible¡±, resume la vecina.
El ¨²ltimo escollo del grupo San Ferm¨ªn ha venido por la necesidad de reparcelar el solar sobre el que se edificar¨¢n las futuras viviendas de los vecinos. El tr¨¢mite necesitar¨¢ pasar por el pleno de un Ayuntamiento, cuyo alcalde, Jos¨¦ Mar¨ªa Gonz¨¢lez, Kichi, afea tanta demora en un debate emponzo?ado en estos d¨ªas a cuentas de una ciudad de la Justicia que la Junta deb¨ªa construir cerca de esos pisos y que ahora ha dejado en el aire. Con todo, Grimaldi quiere creer ahora en los avances auton¨®micos y da ¡°un voto de confianza¡± a la Junta. Bernal asegura incluso que la financiaci¨®n de 10,6 millones de euros que costar¨¢ la ¨²ltima fase est¨¢ amarrada en distintos programas y partidas presupuestarias, ejecutables en distintas anualidades: ¡°Vamos en plazos perfectos. No s¨¦ cu¨¢ndo empezaremos a poner los ladrillos. La intenci¨®n es correr lo m¨¢ximo. Solo dir¨¦ que el programa Ecovivienda ¡ªuno de los que quieren emplear¡ª tiene que tener la obra ejecutada en julio de 2026¡å.
Gloria Vega ya no sabe ni qu¨¦ creer. Comparte dormitorio con su hija y hace poco sufri¨® un ictus que le oblig¨® a mudarse un tiempo con sus padres, por no poder subir las escaleras. ¡°Mi hijo cuando era ni?o so?aba con un patio en el que jugar en su casa nueva, ahora ya ser¨¢n sus hijos los que lo hagan¡±, tercia la mujer, antes de marcharse a cuidar de su padre enfermo. En un viernes de mediados de agosto, la vida sigue en la calle de Batalla del Callao. Tres vecinos charlan enfadados porque, tras contar su caso en el Diario de C¨¢diz, trolls an¨®nimos han criticado una foto en la que se ve un plasma en un sal¨®n. ¡°?Qu¨¦ se creen? Que por ser pobre no tengo derecho a vivir y a pedir lo que es m¨ªo? Yo no pido limosna, sino lo que me pertenece¡±, espeta enfadada, antes de marcharse. Francisca Picasso, ya recogida y a punto de almorzar, ni ganas tiene de enfurru?arse. Ella tira de humor para tanta espera hasta que, sentada sobre su cama, se quiebra emocionada sobre el hombro de Grimaldi: ¡°?Ay! A ver si nos dan la casita, no quiero morirme aqu¨ª¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.