El patr¨®n del pesquero que ha rescatado a los supervivientes del naufragio en aguas de Santander: ¡°Los encontramos flotando inm¨®viles y exhaustos¡±
Antonio Fern¨¢ndez Sanjos¨¦, al tim¨®n del ¡®Siempre N¨¦cora¡¯, recuerda la importancia de la solidaridad en el mar tras maniobrar para salvar a siete tripulantes del buque hundido ¡®Vilaboa Uno¡¯
Los posos de caf¨¦ siguen en el fondo de dos vasos olvidados en la cubierta del barco. La suave marea del puerto de Santander mece al Siempre N¨¦cora, amarrado al sol en el muelle tras la noche m¨¢s dura de sus muchos a?os de faena: hace unas horas que sus marinos rescataban a siete marineros a la deriva tras hundirse el Vilaboa Uno. Uno de ellos falleci¨®; los otros se recuperan gracias a la destreza de sus colegas, raudos para sacarlos de las g¨¦lidas aguas y prestarles sus ropas y mantas. El caf¨¦ les devolvi¨® la vida que les arrebataba el Cant¨¢brico, que se llev¨® a Francisco Faliato y a otro marinero ghan¨¦s. Un compa?ero peruano sigue desaparecido. El patr¨®n del Siempre N¨¦cora, Jos¨¦ Antonio Fern¨¢ndez, suspira y reniega ante la desgracia. ¡°Estaban exhaustos, flotando en el mar¡±, recuerda el hombre, que evita alabanzas: ¡°Ma?ana me puede pasar a m¨ª¡±.
Sorprende la naturalidad con la que estos veteranos de la pesca hablan de un naufragio mortal. Saben lo que hay, saben que al firmar contrato aceptan un peligro que tarde o temprano puede aparecer. Esta vez lleg¨® a las 4.10. Mart¨ªnez explica que ¨¦l y su equipo faenaban, a¨²n sin capturas a bordo, cuando recibieron el aviso de los servicios de salvamento: el Vilaboa se hund¨ªa tras una v¨ªa de agua con 10 personas a bordo. Cuando media hora despu¨¦s el Siempre n¨¦cora lleg¨® a esta zona cercana a Santander, a seis millas del puerto y frente al cabo Mayor, apenas hallaron unos aparejos en la superficie y los siete hombres que en unos minutos vieron hundirse al nav¨ªo, de 28 metros de eslora. Otros buques rescataron al otro superviviente y al otro cad¨¢ver.
La profundidad de la zona llega a 120 metros y se teme que el marinero desaparecido se encuentre all¨ª, en ese fondo de dif¨ªcil acceso. ¡°Estaban agotados, no pod¨ªan ni quitarse la ropa¡±, indica Mart¨ªnez, que ni se atrevi¨® a preguntarles qu¨¦ demonios hab¨ªa pasado porque en esos momentos de p¨¢nico las palabras no salen. Toca simular una tranquilidad que no se tiene, conteniendo los nervios para no afectar a¨²n m¨¢s a quienes llevaban tanto rato peleando contra la hipotermia de los nueve grados del Cant¨¢brico.
El patr¨®n relata, con rostro cansado, c¨®mo apagaron la h¨¦lice al acercarse al lugar del siniestro y extendieron palos y garfios para, poco a poco, izar a sus compa?eros de pesca y penas. El motor del N¨¦cora se convirti¨® en el brasero al que se arrimaron algunos de los rescatados, uno de los cuales fue trasladado al hospital al llegar a tierra hacia las seis de la ma?ana. El hombre ha recibido el alta y se recupera en lo f¨ªsico mientras la herida mental sigue abierta. Todos se preguntan c¨®mo en una noche tranquila, sin mar gruesa ni vendaval, se pudo hundir as¨ª de r¨¢pido un barco de esas caracter¨ªsticas.
Antonio Posse, de 52 a?os y alias Peke en el mundillo naval de esta costa santanderina, abre las palmas de las manos y se encoge de hombros. ?l, enrolado en el barco salvador, colabor¨® en el rescate y aloj¨® en esa peque?a cocina a los n¨¢ufragos. Junto a la nave a¨²n se acumula la ropa mojada que les quitaron a los marineros accidentados, api?ados entre cajas de galletas y de huevos, un modesto fog¨®n y un humilde grifo. Arriba, la cabina del timonel y su jerg¨®n. Debajo, los catres para intentar reposar, saludable h¨¢bito que este asturiano ¡ª?De Cand¨¢s!¡ª apenas abraza porque tras tantos a?os peinando olas ¡°y durmiendo con un ojo abierto¡± se ha olvidado de descansar sin temer que su barco pueda irse a pique.
¡°Intentamos reanimar al fallecido pero no hubo manera¡±, lamenta el pescador, que ¡°como esta no¡± pero s¨ª ha sufrido ¡°percances¡± de los que ¨¦l y sus compa?eros salieron airosos. ¡°Hay que llevarlo en la sangre, aqu¨ª te comes viento y agua y muchas horas de pie¡±, relata el hombre, sentado sobre decenas de cajas de pl¨¢stico, apiladas, mientras juguetea con el perro Neko, ¡°el m¨¢s guapo del barco¡±. Este fiel tripulante y catador de bonitos ocasiona un alto porcentaje de los momentos de distensi¨®n que se viven en esos escasos metros cuadrados donde la tripulaci¨®n pasa d¨ªas y d¨ªas sin ver a sus familiares. Peke habla tambi¨¦n con resignaci¨®n tras una vida en el mar y muchos golpetazos de olas contra el casco, ca¨ªdas en cubierta o cicatrices de anzuelos que acaban hendidos en los dedos. El marino, que prepara gruesos nudos con sus expertas y ajadas manos, no puede evitar re¨ªrse cuando se le comenta el leve bamboleo del buque, una caricia frente al impacto de una borrasca en pleno oc¨¦ano.
Apenas se percibe movimiento en el muelle por la tarde pero, pese al latigazo que ha sufrido el gremio, la actividad prosigue. Las cercanas parrillas de afamados restaurantes siguen asando pescado. Los marineros que hace unas horas tend¨ªan sus aparejos para salvar vidas han quedado a medianoche para salir de nuevo al mar. No han recibido asistencia psicol¨®gica; quiz¨¢ tampoco la necesiten porque cuando bajan del hormig¨®n del puerto hacia esas escalerillas met¨¢licas, con cabos cruz¨¢ndose y con la proa rumbo al horizonte, saben que nadie les garantiza que vayan a regresar.
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