El consentimiento de los perdedores
Cualquier gobierno derivado de las urnas debe ser considerado como leg¨ªtimo por parte de todos los ciudadanos, incluyendo aquellos altamente disgustados con el resultado electoral
La democracia es, en su definici¨®n m¨¢s minimalista, un sistema que permite reemplazar un gobierno por otro sin que haya derramamiento de sangre. O dicho de otro modo menos dram¨¢tico: la democracia se sustenta en la idea de que los perdedores de las elecciones consienten libremente ser gobernados por los ganadores. Desde esta perspectiva, cualquier gobierno derivado de las urnas debe ser considerado como leg¨ªtimo por parte de todos los ciudadanos, incluyendo aquellos altamente disgustados con el resultado electoral.
El consentimiento de los perdedores es fundamental. La democracia no puede sobrevivir sin ese principio. Es por este motivo que deber¨ªamos ver con preocupaci¨®n c¨®mo a los ciudadanos les cuesta cada vez m¨¢s aceptar las derrotas electorales. Es algo que no solo ocurre en Espa?a, sino tambi¨¦n en muchas otras democracias de nuestro entorno. El motivo de tal deterioro es la polarizaci¨®n. En contextos polarizados y altamente crispados, los ciudadanos dejan de tolerar a quienes piensan distinto, pues se les percibe como un peligro para el pa¨ªs, una amenaza inasumible que debe evitarse a toda costa que accedan al poder. Ante un diagn¨®stico tan catastr¨®fico, se acaba por exigir que se silencien, o incluso ilegalicen aquellas opciones pol¨ªticas que se detestan. No hacerlo ser¨ªa blanquear el fascismo, ser c¨®mplice de la destrucci¨®n de la naci¨®n y la democracia.
El creciente desprecio por el pluralismo pol¨ªtico que sufre Espa?a no conoce de ideolog¨ªas. Las demandas de ilegalizaci¨®n de partidos est¨¢n muy extendidas tanto en la izquierda como en la derecha. Cada trinchera se?ala como inaceptable al que tiene enfrente con argumentos que considera inapelables. Pero el resultado final de tanto af¨¢n por anular al adversario es una democracia chica e intolerante donde solo caben unos pocos.
A esa direcci¨®n se dirige Espa?a de forma r¨¢pida e imprudente. Muchos de los mensajes que hemos escuchado en las recientes manifestaciones, as¨ª como en algunas de las declaraciones de dirigentes del PP y Vox, recogen este preocupante s¨ªntoma. La protesta en contra de la ley de amnist¨ªa es, por supuesto, leg¨ªtima e incluso necesaria en el contexto de descontento social como el que vivimos. Sin embargo, esta leg¨ªtima cr¨ªtica contra los pactos del PSOE con los nacionalistas perif¨¦ricos acaba derivando en demasiadas ocasiones en proclamas contra la legitimidad de Pedro S¨¢nchez a gobernar.
En las pr¨®ximas semanas y meses, el descontento social se expresar¨¢ donde siempre se ha hecho en Espa?a: en las calles. Manifestarse est¨¢ en el ADN de la cultura pol¨ªtica espa?ola. Las encuestas muestran que somos potencia mundial en el uso de las calles para la protesta pol¨ªtica. Esto es, por supuesto, sano y deseable para una democracia de calidad. Pero har¨ªan bien los dirigentes pol¨ªticos en ser mucho m¨¢s cuidadosos en acotar el per¨ªmetro de la cr¨ªtica pol¨ªtica al adversario. Se puede (y debe) protestar con vehemencia en las calles o en las instituciones cuando se estima necesario. Pero en ning¨²n caso se debe propagar la idea de que la mayor¨ªa de turno ¡ªya sea la de S¨¢nchez con los independentistas o la de Feij¨®o con Vox¡ª no tiene la legitimidad para gobernar. Sembrar dudas en ese sentido es abrir grietas a uno de los pilares fundamentales de nuestro sistema, el consentimiento de los perdedores. Esas grietas son cada vez m¨¢s visibles en la democracia espa?ola. Urge reaccionar, a¨²n estamos a tiempo de sellarlas.
Llu¨ªs Orriols es profesor de ciencia pol¨ªtica y autor del libro ¡®Democracia de trincheras¡¯ (Editorial Pen¨ªnsula).
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