Aldaia y las paradojas de la tragedia valenciana: temporales sin lluvia y barrancos urbanos
La crecida de ramblas y rieras tras la dana devast¨® decenas de municipios donde apenas se registraron precipitaciones. La cifra de fallecidos asciende ya a 210 y hay centenares de desaparecidos
No llov¨ªa y, de repente, llov¨ªa. O eso les pareci¨® a quienes, la noche del martes, escucharon el rugido amenazador del agua en Aldaia, una localidad al sur de Valencia devastada por la gota fr¨ªa pese a que no registr¨® precipitaciones. Los vecinos miraron al cielo sin hallar noticias del temporal. Solo despu¨¦s miraron al suelo, donde una ola de agua dulce que hab¨ªa recogido la tormenta furiosa en el interior avanzaba y crec¨ªa en altura y amplitud hasta hacerse imbatible. La corriente aprovech¨® una autopista: el barranco de la Saleta (aqu¨ª lo llaman el barranquet), la amenaza eterna de un pueblo que ha pedido una y otra vez alejarlo del n¨²cleo urbano. Por un momento, Mamen Peir¨® y su familia pensaron que su casa, asomada al barranco, se hab¨ªa transformado en un apartamento en primera l¨ªnea de costa. ¡°Parec¨ªa que est¨¢bamos en mitad del mar. O en una cascada¡±.
Aldaia, de 31.000 habitantes, ha perdido al menos a seis vecinos como consecuencia de la peor dana del siglo en Espa?a. No es la zona cero de la cat¨¢strofe, que es Paiporta, el municipio que ostenta el lamentable r¨¦cord en un marcador de la muerte que, como el agua del martes, no quiere detenerse y por ahora alcanza los 210 muertos confirmados. Tampoco ha quedado completamente aislado como Chiva, donde el aguacero super¨® los 450 litros por metro cuadrado y dej¨® a los vecinos sin servicios b¨¢sicos (luz, agua, tel¨¦fono) y sin ayuda. Pero ofrece algunas claves para entender lo ocurrido en la llanura valenciana, surcada de barrancos y rieras que, cuando llueve, transportan el agua hasta el Mediterr¨¢neo o la Albufera. El problema es que los n¨²cleos de poblaci¨®n han crecido a menudo demasiado cerca (incluso encima) de esos terrenos inundables, a merced siempre de los temporales y de las reivindicaciones del agua, que busca su espacio natural ajena a los caprichos del urbanismo.
La paradoja de Aldaia, tambi¨¦n de otros lugares de la zona metropolitana sur de Valencia (donde viven unas 200.000 personas) es que no llovi¨®, o llovi¨® muy poco, unas gotas, nada de lo que preocuparse. Los vecinos estaban preparados (lo han estado siempre) para afrontar un aguacero de esos que les llevan a aparcar los coches en lugares m¨¢s elevados; de los que les obligan a poner tablones a la entrada de sus viviendas para evitar que penetre el agua; de los que desbordan (un poco) el barranco de la Saleta, en cuya vera est¨¢ sentado, bajo el piso familiar, el marido de Mamen.
Adem¨¢s de arrastrarla a vivir al pueblo, Pau Comes es un friqui de la meteorolog¨ªa. Estaba al tanto de la previsi¨®n del tiempo y pendiente del radar¡ y del cielo. ¡°En el trabajo me asom¨¦ por la ventana y no ve¨ªa lluvia como para una alerta roja. Eso debi¨® de pensar la gente, que al no ver llover se relaj¨®¡±, cuenta en un an¨¢lisis que es de aficionado, pero parece hecho por un experto. Jos¨¦ ?ngel N¨²?ez, jefe de Climatolog¨ªa de Aemet en la Comunidad Valenciana, se ha preguntado estos d¨ªas si en la magnitud de p¨¦rdidas humanas provocadas por la dana ha tenido que ver ese enga?o de las nubes: ¡°Muchas v¨ªctimas se encontraban en zonas en las que casi no llov¨ªa, lo que puede haber generado una falsa sensaci¨®n de seguridad, mientras aguas arriba ca¨ªan lluvias torrenciales¡±.
Donde el profesional invita a la ¡°reflexi¨®n¡±, Pau se lanza a la cr¨ªtica: ¡°Las autoridades sab¨ªan que llov¨ªa en el interior. Y que toda esa agua ten¨ªa que bajar. ?C¨®mo es posible que no dieran el aviso de confinarse o desalojar, con todo el tiempo que tuvieron? Mucha gente ha muerto viendo la fiesta, y eso es lo m¨¢s lamentable¡±. Porque ni siquiera ¨¦l, tan pendiente de sus aplicaciones, esperaba lo que pas¨® en Aldaia el martes pasadas las 20 horas, apenas unos minutos despu¨¦s de que la Generalitat emitiera una alarma que invitaba a la poblaci¨®n a evitar desplazamientos y que, seg¨²n los testimonios recabados en la zona estos d¨ªas, no ofrec¨ªa margen alguno para reaccionar. Muchos comparan la pasividad en Valencia con la hiperactividad en Florida, el pasado octubre, donde ante la llegada del hurac¨¢n Milton cientos de miles de personas fueron evacuadas de sus casas.
El agua empez¨® a cabalgar sobre el barranquet. La pareja actu¨® como acostumbra. Pau se fue a aparcar el coche a un lugar m¨¢s seguro y Mamen baj¨® con los ni?os a ver el espect¨¢culo acu¨¢tico en primera fila. Pero algo era distinto. Cuando vio lo nunca visto (que el agua pasaba por encima de los puentes) la mujer subi¨® r¨¢pidamente a casa, en una tercera planta. Y Pau¡ Pau tuvo suerte. Salv¨® el coche y se salv¨® ¨¦l. Otros muchos no lo contaron y, de hecho, acudir al auxilio del veh¨ªculo, por imprudencia o por falta de informaci¨®n (no es tan grave, apenas llueve, ser¨¢n solo unos minutos) explica una cantidad no menor de los muertos en esta tragedia.
Es jueves y el sol golpea con fuerza en Aldaia, pero no lo suficiente como para endurecer un barro que lo inunda todo. A¨²n no hay agua corriente y Mamen, que lleva tres d¨ªas sin ducharse, se enjuaga las botas de trekking con una manguera conectada a la fuente. Mira al barranco a¨²n incr¨¦dula. El tsunami llegado del interior derrib¨® incluso el muro de contenci¨®n que lo separa de las v¨ªas del tren, donde hay coches cruzados y gente paseando, una estampa propia de otras latitudes, donde las v¨ªas f¨¦rreas en desuso (o poco utilizadas) se transforman en caminos. El agua se expandi¨® incluso al otro lado de las v¨ªas y aneg¨® garajes: en este momento se levanta el cad¨¢ver de un joven que no tuvo tanta fortuna como Pau: baj¨® a sacar el coche a un aparcamiento subterr¨¢neo que qued¨® inundado en cuesti¨®n de minutos y ya no sali¨®. La cuba ha tardado dos d¨ªas en vaciarlo.
La profec¨ªa de La Saleta
Dice el dicho que en Valencia no sabe llover. Falta agua y cuando llega la lluvia lo hace torrencialmente. Eso no ha sido ¨®bice para que la construcci¨®n junto a barrancos, ramblas y r¨ªos se haya realizado sin apenas control. En Aldaia, por ejemplo, ha habido inundaciones en 1957 (la gran riada), en 1983, en el 89, en el 90 y en el a?o 2000. Pero apenas cambi¨® nada, como en el resto de poblaciones. Hay decenas de proyectos en cajones que se dise?aron para abordar los problemas que supone el barranco del poyo o el de la Saleta, que cruza el pueblo y apenas se ejecut¨® ninguno.
Los vecinos est¨¢n acostumbrados y, quiz¨¢ por eso, se dejaron llevar por la creencia que iba a ser una gota fr¨ªa m¨¢s, no la que descargar¨ªa m¨¢s de 400 litros y provocar¨ªa en el barranco del poyo un caudal como tres veces el r¨ªo Ebro a su paso por Tortosa. Lo explica bien Ana Camarasa, catedr¨¢tica de geograf¨ªa f¨ªsica de la Universitat de Valencia, que estudia El poyo desde hace m¨¢s de dos lustros. ¡°Las ramblas y los barrancos no act¨²an igual que los r¨ªos. Su velocidad es mucho mayor porque se forman lo que se llama olas de crecida y pasan de estar secos a un caudal como si se hubieran abierto las compuertas de un pantano¡±, relata. Los r¨ªos tienen ¡°cauces mojados¡± y los acu¨ªferos van regulando el caudal pero en estas ramblas y barrancos, ¡°el suelo es muy impermeable¡±, es decir, no traga. ¡°Se ha construido mucho, aparcamiento, pol¨ªgonos, carreteras, que impermeabilizan los espacios que antes ocupaba el agua¡±, expone.
El barranco del Poyo, a cuya cuenca pertenece el de la Saleta, que atraviesa Aldaia, est¨¢ normalmente seco. A las 17.10 de la tarde del martes los medidores de la Confederaci¨®n Hidrogr¨¢fica del J¨²car registraron un caudal de 100 metros c¨²bicos por segundo. 20 minutos despu¨¦s era de 1000 m3/s y una hora m¨¢s tarde alcanz¨® los 2000 m3/s, que son varios Ebros juntos y que se alcanzaron en varias ocasiones, tal como indica Camarasa, quien considera ¡°evidente¡± que los casi 500 litros ca¨ªdos en la cabeza de la rambla, en Chiva, iban a provocar una crecida de las dimensiones registradas. ¡°Se pod¨ªa haber hecho algo¡±, afirma convencida. ¡°Se ten¨ªa que haber avisado antes. La gente no tiene por qu¨¦ conocer las alertas de lluvia y ese mensaje con ese sonido que nos avisa a todos a trav¨¦s de los m¨®viles s¨ª que llega a la poblaci¨®n¡±, se?ala. ¡°No estaban autoprotegidos¡±, lamenta. Tan importante es la manera de actuar ante estos episodios que esta catedr¨¢tica est¨¢ implicada en un programa para educar en el riesgo y en la percepci¨®n de este y la cuenca del Poyo es una de las elegidas para desarrollar la iniciativa.
Convertido ahora en un r¨ªo de lodo, con buen tiempo el barranco de la Saleta es ideal para acoger celebraciones y actividades al aire libre. Pero no deja de ser un dolor de cabeza intermitente. Hace solo cinco meses, el pleno municipal aprob¨® una moci¨®n para exigir a la Generalitat que desbloquee el proyecto definitivo de desv¨ªo del barranco, una reivindicaci¨®n con m¨¢s de 40 a?os de historia que ha sido objeto de estudios del Consell y de la Confederaci¨®n Hidrogr¨¢fica del J¨²car no materializados. El acuerdo alertaba de que la zona urbana se hab¨ªa visto ¡°hist¨®ricamente afectada por desbordamientos¡± que, al menos una vez al a?o, ¡°provocan frecuentes y graves inundaciones¡±. Un mes m¨¢s tarde, en una entrevista con el diario Levante, el alcalde de Aldaia, Guillermo Luj¨¢n, afirmaba prof¨¦tico: ¡°Hay que ejecutar el desv¨ªo, no podemos esperar una tragedia¡±. Estos d¨ªas, en una entrevista con Las provincias que bien podr¨ªa ser una continuaci¨®n de la anterior, agreg¨®: ¡°Lamentablemente ha pasado. Ahora toca recomponernos y volver a empezar¡±.
Las ratoneras de los pisos bajos
Nunca, es cierto, se hab¨ªa visto algo similar. El agua fluy¨® veloz por otras avenidas, trampolines mortales que han convertido el centro del pueblo en una Venecia de canales de lodo. Mamen decide volver a ensuciarse las botas para hacer de cicerone. ¡°Ver as¨ª las calles de tu pueblo duele¡±. Se ofrece a hacer de cicerone para mostrar las calles enfangadas, donde se percibe un malestar creciente, el mismo que se siente en toda la regi¨®n a medida que pasan los d¨ªas y se constata que muchas cosas no han funcionado. Fall¨® la toma de decisiones ante una previsi¨®n que ya era catastr¨®fica: la impresi¨®n es que podr¨ªan haberse salvado vidas si se hubieran dado instrucciones clara que no dejaran margen a la imprudencia ni al azar (la habilidad, la intuici¨®n, la destreza) en el ejercicio de la supervivencia. Tampoco la reacci¨®n ha sido brillante: tard¨ªa, con autoridades que no han estado a la altura de las circunstancias y han a?adido una nueva capa de fango, m¨¢s espesa, a la desgracia.
Las marcas del agua en las paredes de Aldaia impresionan. El centro est¨¢ formado por edificios de una o dos plantas, y mucha gente vive en bajos. Tras trepar por coches con habilidad y pisar sin contemplaciones el l¨ªquido pegajoso, Mamen, que a falta de tel¨¦fonos se comunica con walkie-talkie, llega a casa de su amigo ?scar D¨ªaz, de 44 a?os. Se abrazan. ¡°Mi mujer me dijo que entraba agua y yo le contest¨¦: ¡®?Pero si no est¨¢ lloviendo!¡±. En pocos minutos, ?scar subi¨® a la suegra al primer piso, salv¨® lo que pudo del interior, abri¨® las puertas de un patio trasero ¡°para que no reventara la casa¡± y esper¨®. En los bajos, la marca del agua (la l¨ªnea de la vida y la muerte) llega a 1,60. ¡°Lo hemos perdido todo¡±.
El horror del martes por la tarde-noche nadie lo olvida. En Aldaia, como en todos los escenarios de la desgracia, es un punto y aparte y ser¨¢ una huella en la memoria colectiva. Historias de muerte y supervivencia a dos pasos de casa. La de Javi y Pili, dos hermanos mayores y con movilidad reducida, que murieron mientras cenaban. La de los vecinos que viven en antiguos locales comerciales habilitados como viviendas, ¡°aut¨¦nticas ratoneras¡±, que, con el agua al cuello, rompieron la pared con un martillo y se salvaron porque otros ¡°les subieron a pulso¡± hasta la primera planta, cuenta Alba, una amiga que ha venido a ayudar en un pueblo donde reina el sonido de las escobas empujando fango de casa a la acera, de la acera a los desag¨¹es atascados.
La solidaridad ante la desgracia conmueve m¨¢s que la desgracia misma. ¡°Se me ponen los pelos de punta¡±, cuenta Chelo Hoyo, de 62 a?os. Su casa qued¨® bloqueada el martes por una monta?a de coches que su hijo ha tenido que escalar para llevarle agua, comida y un camping gas para cocinar. Ha permanecido ah¨ª encerrada hasta el jueves, cuando familiares y amigos han forzado la persiana de su panader¨ªa (que conecta la casa con otra calle). El obrador ha quedado destrozado, cubiertas las m¨¢quinas de masa de barro. La alegr¨ªa de ver a una familia unida, que comparte en la calle platos de paella y bocadillos en torno a una mesa de pl¨¢stico, no oculta el drama. Ni Chelo ni nadie sabe cu¨¢nto habr¨¢ costado, en t¨¦rminos econ¨®micos, una hecatombe que ahora da paso a una pugna burocr¨¢tica con los seguros y las ayudas que puede alargarse a?os. Queda la resistencia. ¡°Pasamos la covid, ahora toca esto... Lo pasaremos tambi¨¦n¡±.
Ante las desgracias se imponen dos actitudes. Una es el fatalismo, que domin¨® las primeras horas en Valencia, cuando los afectados estaban a¨²n presos del shock, la informaci¨®n escaseaba y el conteo de muertos era bajo; se concreta en expresiones del tipo ¡°esto era imprevisible¡±, ¡°nadie pod¨ªa saberlo¡± o ¡°es muy f¨¢cil criticar¡±. La otra es un voluntarismo cr¨ªtico que pasa por la exigencia de responsabilidades. Ese malestar tambi¨¦n ha crecido como una ola y lo expresa Chelo: ¡°No puede ser que, de no llover, pasemos a una tromp¨¢ como la que vino sin un aviso. Ha habido falta de coordinaci¨®n. ?Por parte de qui¨¦n? No lo s¨¦. Y ahora pasan 48 horas y a¨²n no tenemos ayuda. Nos sentimos desamparados¡±.
La sensaci¨®n general es que los pol¨ªticos van tarde, que se han activado al comp¨¢s del n¨²mero de muertos. Solo por la tarde empiezan a llegar a Aldaia refuerzos que no sean los brazos de los vecinos o de j¨®venes llegados con muy buena voluntad de otros pueblos escoba en mano. Brigadas y tractores empiezan a retirar los coches apilados. Mamen gu¨ªa hasta la plaza del ayuntamiento, donde una manguera de bomberos lo ha dejado todo bastante pulcro para el est¨¢ndar de estos d¨ªas. Le indigna c¨®mo se han fijado las prioridades: ¡°Esto es la casa del pueblo, s¨ª, pero aqu¨ª no vive nadie. Y mientras, las viviendas de la gente est¨¢n como est¨¢n¡±. Mamen regresa, repartiendo saludos y abrazos, al barranco, donde sus hijos la esperan sentados en el maletero del coche que Pau salv¨®. Coge la manguera. Y vuelve a limpiarse las botas.
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