Mi vida por la mesa de redacci¨®n
Tengo suerte porque se mantiene abierto el quiosco. Me alfabetic¨¦ con la prensa, me familiaric¨¦ con la tinta y preciso del papel como munici¨®n para mis historias
No me llevo bien con el confinamiento a pesar de que cumplo como ciudadano responsable despu¨¦s de escuchar a las autoridades sanitarias y leer a los que investigan sobre el Covid-19. Me siento enjaulado en un piso que tiene terraza y balc¨®n, me aburro con tantas posibilidades como me ofrecen para divertirme, acab¨¦ el sue?o de tanto dormir y me desvivo por salir a la calle, ni que sea muy de vez en cuando, solo para alcanzar la plaza de Gala Placidia.
La mayor¨ªa son escapadas furtivas, una o dos al d¨ªa, para desconectar de un m¨®vil que me martiriza con los chats, de un estudio que antes me invitaba a escribir y ahora empiezo a aborrecer y de una vivienda calurosamente entra?able que hoy huele a fr¨ªo desinfectante por m¨¢s cari?o que ponga mi querida Montse. Necesito aire, caminar un poco, 200 metros, sin necesidad de ir a ninguna parte, solo al encuentro de nadie por Gr¨¤cia.
Tengo suerte porque se mantiene abierto el quiosco y dispone de los peri¨®dicos que a m¨ª me gusta repasar a diario, once en total, con la condici¨®n de que me quedo unos cuantos, nunca menos de seis, tres sagrados: La Vanguardia, El Peri¨®dico y Ara. Me alfabetic¨¦ con la prensa, me familiaric¨¦ con la tinta y preciso del papel como munici¨®n para mis historias por m¨¢s conectado que est¨¦, ahora mismo dependiente del teletrabajo en EL PA?S.
Aprovecho que saco la basura por la ma?ana para acercarme hasta Toni. Nos saludamos y me deja a mi aire mientras desfilan clientes con los que hablamos de la vida, de las noticias y del Bar?a. Ya sabes de antemano a qui¨¦n te vas a encontrar en funci¨®n del horario, porque la mayor¨ªa son gente de costumbres, algunos habituales desde hace tiempo, personajes del barrio que ha visto pasar hasta cinco propietarios por el quiosco de Travessera.
Hoy, sin embargo, no tengo a nadie a mi alrededor despu¨¦s de cruzarme con solo tres personas en la calle, una con mascarilla, direcci¨®n a V¨ªa Augusta. Me paro, nos saludamos con Toni y empiezo mi ritual con los diarios cuando llega un se?or que se detiene de golpe, pone una distancia m¨¢s que reglamentaria respecto a la pila de diarios y aguarda pacientemente a que yo acabe una tarea que a veces me lleva no menos de 10 minutos.
Me siento intimidado m¨¢s que vigilado y me apresuro en mi faena cuando reparo en que a diferencia de los dem¨¢s no llevo protecci¨®n en las manos y me cubro la boca y el cuello con un buff, detalles que me convierten en un sospechoso respecto a quien espera turno para finalmente recoger y pagar en un momento La Vanguardia. El se?or ha sido muy paciente conmigo y, sin embargo, me he visto se?alado en mi refugio de Gr¨¤cia.
Ha preferido que yo acabara para despu¨¦s indicarme con la mano que me alejara lejos y r¨¢pido, un gesto tan disuasorio que me ha hecho sentir como un apestado por no llevar mascarilla ni guantes de pl¨¢stico para manosear la prensa tal y como me deja Toni. He aprendido y prometo no comprometer m¨¢s a mi quiosquero ni a quienes necesiten igual que yo de los diarios porque si me dejan no renunciar¨¦ a mi escapada al quiosco de Travessera.
No voy a dejar de ir a por los peri¨®dicos con la excusa de tirar la basura despu¨¦s de que haya desistido de acudir a la redacci¨®n en la calle Caspe. Nunca pens¨¦ que echar¨ªa tanto de menos mi mesa, mi secci¨®n, a mis compa?eros, a mis superiores, a las se?oras de la limpieza, a los guardias de seguridad y hasta a los operarios que nos taladran la cabeza con sus gritos y martillazos mientras construyen la ciudad del futuro sobre las ruinas del Novedades.
Ya solo nos queda el querido T¨ªvoli al que ahora odi¨¢bamos porque las colas de los espectadores a la entrada y salida de cada espect¨¢culo nos imped¨ªan alcanzar de noche nuestro asiento, s¨ªmbolo para alguno de que todav¨ªa disponemos de nuestro puesto de trabajo, como siempre me recordaba Oriol Tort, el descubridor de talentos de la Masia. ¡°Todav¨ªa tengo la silla¡±, respond¨ªa cuando le preguntaba si le hab¨ªan renovado el contrato en el Bar?a.
Aunque necesito naturalmente el dinero, yo no miro si me han ingresado la n¨®mina para saber si contin¨²o en la empresa sino que me fijo en mi silla y en mi mesa y, para dar fe, necesito hablar, gritar, mandar y ser mandado, sentir el miedo a no poder volver a la ma?ana siguiente, a perder lo que sientes tuyo sin que te lo hayan dado sino ganado, desconfiado por los muchos que te quieren lejos de all¨ª y mucho m¨¢s cerca de Gr¨¤cia o de Perafita.
Mi drama es que me doy cuenta de que son muchos los que no necesitan ir a la redacci¨®n ni al quiosco sin que se decrete ning¨²n confinamiento como pasa en Barcelona. Me siento mayor, caducado por el modelo de negocio y producci¨®n period¨ªstico y vulnerable por el virus, y ante la angustia solo se me ocurre escribir, ni que sea de m¨ª mismo, cosa que va contra mis principios porque significa que no tengo tema, ni si quiera del ya dichoso Covid-19.
Me he resignado a no salir m¨¢s de una vez al d¨ªa para caminar 200 metros, no m¨¢s de cinco minutos en el quiosco, siempre con la mascarilla y los guantes puestos, muy alejado de cualquier vecino o comprador en el puesto de Toni, porque para saber yo necesito mis diarios y para comer preciso correr con la esperanza de que nadie habr¨¢ movido mi querida silla de la redacci¨®n aunque no lleve una noticia desde hace tiempo por no pisar la calle, ni siquiera la de Caspe.
ENCERRADOS EN CASA CON...
Lugar de cuarentena: Una vivienda de Gr¨¤cia.
Personas y edades: Dos adultos
Carencias del confinamiento: Aire.
Recomendaciones para estas dos semanas: Escribir.
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