Una red de voluntarios para las 2.000 personas mayores ciegas y solas durante la pandemia
¡°Sufro mucho por ellas¡±, explica Antonia, una de las personas que llama a diario a una anciana
David es voluntario cultural de la ONCE desde hace dos a?os y desde hace dos semanas hace la compra a personas mayores ciegas que, en pleno confinamiento por el coronavirus, no tienen a nadie que las pueda ayudar. Antonia dedica buena parte del d¨ªa a llamar por tel¨¦fono a estas personas, charlar con ellas, insistirles en que no est¨¢n solas. Josefa, de 84 a?os, est¨¢ sola y solo conserva el 10% de la visi¨®n en un ojo. Teresa tiene 66 a?os, ha perdido el 75% de visi¨®n y vive con su madre, de 90 a?os, que no ve, no oye y ha sufrido dos infartos. Cada semana un voluntario les va a comprar los productos b¨¢sicos y reciben llamadas diarias de otros para combatir la soledad. Son solo cuatro casos de todos los que se dan en Catalu?a y en el resto de Espa?a, pero demuestran que una frase sencilla y preciosa, ¡°la ilusi¨®n puede con todo¡±, pueda hasta hacerse realidad.
A trav¨¦s del programa de la ONCE Siempre a tu lado, un equipo de psic¨®logos, trabajadores sociales y voluntarios velan por las cerca de 2.000 personas ciegas mayores que viven solas en Catalu?a y no pueden realizar actividades b¨¢sicas. ¡°Ser mayor y ciego y estar solo son variables que dificultan enormemente vivir con dignidad¡±, explica Enric Bot¨ª, delegado territorial de la ONCE en Catalu?a. Con la crisis del coronavirus, la situaci¨®n se ha agravado alarmantemente para esta gente. Por eso el programa se intensific¨® a partir del 16 de marzo con un plan urgente de actuaci¨®n. Cerca de 250 personas como David o como Antonia mantienen un contacto asiduo con estas ancianas y ancianos que han quedado recluidos en su soledad.
¡°Es gente que realmente no tiene a nadie. Por el confinamiento, se han quedado sin su cuidador habitual, no reciben ni visitas, menos ahora, claro. Establecemos una relaci¨®n de confianza con ellos. Les vamos a comprar las cosas b¨¢sicas: alimentaci¨®n, limpieza, farmacia¡ Nos dan el dinero para la compra, se f¨ªan de nosotros¡±, explica David, de 52 a?os. ¡°Hay quien les saca la basura, o les pasea al perro. Un anciano com¨ªa fr¨ªo porque ten¨ªa el microondas estropeado y no se lo pod¨ªan venir a arreglar, pues el voluntario le consigui¨® uno¡±. La fidelizaci¨®n es clave.
Josefa est¨¢ encantada con su voluntario. ¡°Yo digo que son voluntarios de coraz¨®n. Lo hacen porque lo sienten, porque se preocupan de verdad por nosotros¡±, dice. ¡°Yo escribo como escribo, casi sin ver¡ pero ¨¦l entiende la lista que hago¡±, dice la mujer, que vive sola al lado de la Escola Industrial desde que falleci¨® su marido, hace cinco a?os. ¡°Este jueves viene y le he puesto jab¨®n de Marsella, para la ropa, lej¨ªa, y jab¨®n del cuerpo. Y con eso tendr¨¦ para dos meses. Tambi¨¦n 150 gramos de carne de ternera, que me da para dos veces, porque como poca ternera, la verdad. Yo soy m¨¢s de pavo: tambi¨¦n le he apuntado cuatro latas de pat¨¦ de pavo al ajillo. Y una botella de vino para cocinar, que solo me queda media. Caprichos pocos, porque soy diab¨¦tica¡±. Josefa, aconsejada por su hijo m¨¦dico, que vive en Palma, hizo acopio de cosas esenciales antes de que se decretara el estado de alarma: ¡°Tengo agua, ?18 cartones de leche! Tres litros de aceite y tambi¨¦n uno de aceite virgen para las ensaladas¡±, enumera.
Antonia tiene 59 a?os y trabaja de monitora de viajes sociales de la ONCE. Con el estado de alarma regres¨® a su pueblo, Fuente la Lancha, en C¨®rdoba, para estar con su madre. ¡°Pero mantengo el contacto con las personas ciegas de Barcelona, las llamo cada d¨ªa por tel¨¦fono¡±, explica. A algunas las conoc¨ªa de los viajes, a otras no. ¡°Me cuentan su vida, c¨®mo se quedaron ciegas, las actividades hac¨ªan que ahora ya no pueden hacer. Es muy duro para ellas porque necesitan apoyo y lo agradecen much¨ªsimo. Yo sufro mucho por ellas¡ ?Ay¡ mi Conchita!, que tiene 90 a?os y est¨¢ fenomenal de la cabeza, imag¨ªnate, sin poder salir para nada¡±.
Charlan de todo, asegura Antonia. ¡°Los hay que han vivido la posguerra y algunos hasta la guerra¡±, cuenta la mujer. Sus aplausos de cada d¨ªa a las ocho de la tarde van tambi¨¦n por ellos: ¡°?Y no me olvido de decirles que se asomen a la ventana a tocar las palmas! Tengo a una pareja que viven solos y no tienen a nadie y ¨¦l, cada d¨ªa, a las ocho, toca el acorde¨®n en el balc¨®n¡±.
La situaci¨®n de estas personas es de una vulnerabilidad absoluta. ¡°Cuando fui al super lo hice con mucho miedo¡±, explica Teresa, que, con una discapacidad visual grave, atiende a su madre nonagenaria y ciega y, desde el confinamiento, no puede contar con su hermana, que vive en Sant Celoni. ¡°No he vuelto¡±. Antonia, que la atiende telef¨®nicamente, explica que ellos ¡°necesitan tocarlo todo para orientarse y ahora lo mejor es no tocar nada¡±.
David quita m¨¦rito a su cometido, casi, casi, por coherencia consigo mismo: ¡°Yo les pego mucho rollo sobre la solidaridad a mis dos hijas¡±, dice. ¡°Ahora toca que vean que cuando hay que ayudar se ayuda. Y me preguntan que por qu¨¦ salgo tanto de casa si hay que confinarse. Les digo que hay que sacrificarse: el miedo te puede echar para atr¨¢s pero tambi¨¦n te puede hacer dar un paso adelante¡±.
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