Los pactos que ahora necesitamos
Cuando corre todav¨ªa el virus es hora de ceder, de rectificar y finalmente de pactar. Todos los gobiernos. Contra el virus, naturalmente. Contra la miseria. Luego ya ser¨¢ la hora de los otros pactos
Como el esclavo que acompa?aba al emperador para recordarle que era mortal, todos nosotros necesitar¨ªamos una voz que nos interrumpiera cada vez que discutimos sobre el estado de alarma para recordarnos que esto es una pandemia. Han regresado las enfermedades infecciosas, que han atormentado a la humanidad durante siglos y hasta bien entrado el siglo XX no comenzaron a ser erradicadas gracias a las vacunas y a la penicilina. De hecho, no se hab¨ªan ido nunca, pero eran menos visibles y parec¨ªan menos peligrosas para los pa¨ªses desarrollados durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, desde mitad de los a?os 50 hasta ahora mismo.
La ilusi¨®n de un mundo sin enfermedades infecciosas ha marcado a todas las generaciones occidentales de los ¨²ltimos 70 a?os. Solo las clases de edad m¨¢s pr¨®ximas a la centena, precisamente las m¨¢s vulnerables ante el coronavirus, a¨²n conservan el recuerdo de la ¨¦poca en que el tifus, la viruela, la sarampi¨®n o la polio hac¨ªan estragos entre nosotros. De repente, ahora han regresado. De hecho, comenzaron a volver hace 40 a?os, de forma sigilosa o acantonada en pa¨ªses, condiciones sociales o sexuales. El resultado es que no hab¨ªamos percibido la profundidad de su acci¨®n en el conjunto de la vida humana y en nuestras vidas particulares.
Nada est¨¢ claro y todo es inseguro, a excepci¨®n de las instrucciones de recluirse en casa y no acercarse a nadie
Con el coronavirus, eso se acab¨®. La enfermedad y la muerte vuelven a ser una presencia imprescindible en nuestras vidas, como hab¨ªa sucedido siempre en la historia. La voz que rebaja nuestra soberbia y nos dice que somos mortales, ahora no se refiere solo a cada uno de nosotros sino, peor a¨²n, a la especie. Si no fu¨¦ramos capaces de acabar con el virus que ahora nos ataca la propia vida humana encima de la tierra podr¨ªa estar en peligro.
El cambio que se nos exige es absoluto. No hablamos todav¨ªa del futuro, del tipo de sociedad que tendremos que organizar para evitar que los virus se nos coman. Hablamos de detener esta pandemia. Hablamos de una enfermedad todav¨ªa desconocida, sobre la que se expresan con abundantes dudas los que m¨¢s saben y con una tenebrosa seguridad quienes no saben nada. De una infecci¨®n que ha corrido e infectado el mundo entero a toda velocidad y ha obligado a los gobiernos a tomar decisiones inimaginables hace apenas tres meses.
Los gobiernos han actuado a tientas. Escuchando las opiniones contradictorias de los m¨¦dicos que los asesoran. Con diferencias notables en las medidas tomadas por pa¨ªses vecinos y a veces dentro de los mismos pa¨ªses entre las diferentes regiones y ciudades. Con m¨¢s dudas que certezas y m¨¢s contra¨®rdenes improvisadas que ¨®rdenes meditadas. Nada est¨¢ claro y todo es inseguro, a excepci¨®n de las instrucciones m¨¦dicas de recluirse en casa y de no acercarse a nadie, como ¨²nicas terapias de momento atenuantes de la velocidad del contagio. S¨ª, es una pandemia. La ¨²nica certeza, sobre todo para las clases m¨¢s humildes, es que podemos enfermar y luego empobrecer y engrosar las colas del hambre.
La desorientaci¨®n es inmensa. Incluso en los pa¨ªses m¨¢s ricos y ordenados. En ning¨²n sitio como en Estados Unidos o en Alemania se han visto grupos extremistas organizados con actitud agresiva contra las ¨®rdenes de las autoridades. Han aparecido gobernantes irresponsables como Trump y Bolsonaro, solo preocupados por aprovechar la ocasi¨®n para sus intereses personales, e incluso fascinados con la injusta distribuci¨®n del destrozo entre las diferentes clases y grupos sociales. Tambi¨¦n han surgido los ej¨¦rcitos de los aprovechados, que siempre han existido. Con pandemias y sin ellas. Desde especuladores, que trafican con material m¨¦dico o salen a comprar las gangas econ¨®micas, hasta oportunistas pol¨ªticos, que intentan hacer avanzar sus dogmas ideol¨®gicos o colarse en los pasillos del poder, gracias a la confusi¨®n instalada entre los gobernantes.
El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no se re¨²ne. Los tribunales no juzgan. La democracia se tambalea
?Hay que repetirlo? Es una pandemia. Es el caos. Nada funciona. De los Estados se dir¨ªa que solo quedan las fuerzas de seguridad, el personal sanitario y los servicios de limpieza. Todo lo dem¨¢s se ha paralizado. Hasta la diplomacia: el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ya no se re¨²ne. Los tribunales no juzgan. La democracia se tambalea, all¨ª donde existe. El desorden puede llegar a destruirlo todo, vidas, patrimonios, instituciones, pa¨ªses. Podemos se?alar culpables. Podemos lanzarnos los muertos unos a otros como si fueran proyectiles. Podemos decir qu¨¦ es lo que hay que hacer ahora y c¨®mo se deb¨ªa haber hecho. Pero el ¨²nico comportamiento decente frente al contagio y la miseria que llegar¨¢ a continuaci¨®n es aportar el esfuerzo de todos y cada uno de los ciudadanos para detenerlos. Todo lo que no sea esto significa ayudar al virus contra las vidas de las personas.
La divisi¨®n no es entre derechas e izquierdas, constitucionalistas y rupturistas, o independentistas y unionistas. No, la divisi¨®n es entre los que quieren salvar vidas y los que no tienen otro inter¨¦s que no sean sus programas, intereses y obsesiones. No es la hora por tanto de otras l¨ªneas rojas ni cinturones sanitarios que no sean los que sirven para detener el contagio. Tampoco de exigir condiciones sin relaci¨®n con la superaci¨®n de la pandemia cuando se trata de pactar el estado de alarma o de empujar para la recuperaci¨®n econ¨®mica.
Cuando corre todav¨ªa el virus es hora de ceder, de rectificar y finalmente de pactar. Todos los gobiernos. Todos los partidos. Sin otras exclusiones que no sean las que por voluntad propia se impongan los que se quieran excluir. Contra el virus, naturalmente. Contra la miseria. Luego ya ser¨¢ la hora de los otros pactos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.