Ficciones que amenazan la reconstrucci¨®n
La pandemia invita a quedarnos en casa. A crearnos la ilusi¨®n de que lejos de los dem¨¢s, de los compa?eros, de los jefes, de la gente de la calle, del contacto directo, viviremos mejor
Una pandemia no es una guerra. Y cualquier analog¨ªa en este sentido es pura banalidad. Pero las generaciones que han pasado por la experiencia de la guerra viven siempre con el miedo de que vuelva, que opera como una especie de superego colectivo que condiciona la existencia. En Espa?a, aunque puede parecer parad¨®jico, tanto la legitimaci¨®n que recibi¨® el franquismo por parte de amplios sectores de la poblaci¨®n como la doctrina de reconciliaci¨®n nacional que acompa?¨® a la Transici¨®n eran fruto de estos miedos colectivos, que marcaron un par de generaciones. Las pandemias tienen fama de ser de memoria corta. Ahora mismo, la nube comunicacional que nos envuelve es tan invasiva como abrumadora, pero sabemos que puede desaparecer de golpe si llega otro frente de m¨¢xima atenci¨®n medi¨¢tica o simplemente si el virus entra en fase definitivamente menguante. Su sombra no alcanzar¨¢ la capacidad de permanencia e intimidaci¨®n de una guerra, pero s¨ª puede ser prolongada.
De momento, entramos en el desconfinamiento con toda la carga psicol¨®gica acumulada estos meses. El entusiasmo casi infantil de volver al encuentro de las personas y de las calles no impide entrever que la estela del miedo y la culpa es alargada. No es f¨¢cil desconectar de los mecanismos de adaptaci¨®n al confinamiento que hab¨ªamos forjado. Es decir, pasar de la tutela a la responsabilidad.
As¨ª se explica la facilidad con la que cuajan las verdades interesadas del momento. Como en toda crisis ha vuelto el t¨®pico del consenso, que es la promesa m¨¢gica que nadie osa contestar aun a sabiendas de que no es m¨¢s que una ilusi¨®n, porque no hay un gui¨®n ¨²nico beneficioso para todos y, en consecuencia, el consenso es una forma de camuflar la imposici¨®n de determinados intereses. La ideolog¨ªa del consenso busca la claudicaci¨®n de los gobernantes ante las relaciones de fuerzas socialmente existentes. Las apariencias no enga?an: los predicadores del consenso piensan solo en PP y PSOE, el resto estorba. Est¨¢ todo dicho: la pol¨ªtica como monopolio de dos partidos que, por mucho que se peleen, garantizan que nada quede fuera del control de los poderes f¨¢cticos. Y para cambiar las cosas hay que romper algunas costuras. Al Gobierno corresponde marcar el paso y ser lo m¨¢s inclusivo posible sin caer en la claudicaci¨®n.
¡°No es f¨¢cil desconectar de los mecanismos de adaptaci¨®n al confinamiento que hab¨ªamos forjado¡±
A este mismo juego de las ficciones corresponde la celebraci¨®n del teletrabajo y la vida online como horizonte ideol¨®gico de nuestro tiempo. Es decir, dos formas de desencarnaci¨®n, de mantener los cuerpos confinados, desdibujando sin reparo la separaci¨®n entre el espacio de lo p¨²blico y el espacio de lo privado. Como se pregunta el soci¨®logo Fr¨¦d¨¦ric Letourneux: ?trabajar en casa es realmente sin¨®nimo de emancipaci¨®n? Esta es la palabra que se ha hecho olvidadiza. Y que, sin embargo, ha sido el eje central del proyecto moderno, el que aspiraba a la mayor¨ªa de edad de la especie, a la autonom¨ªa real de los ciudadanos, a la capacidad de pensar, decidir por s¨ª mismos.
La pandemia invita a quedarnos en casa. A crearnos la ilusi¨®n de que lejos de los dem¨¢s, de los compa?eros, de los jefes, de la gente de la calle, del contacto directo, viviremos mejor. El ser humano, le guste o no, se configura en relaci¨®n con el otro. Y para ello no basta el espacio privado con sus inevitables tendencias endog¨¢micas, ni un espacio p¨²blico colgado de las redes. O, por lo menos, no basta todav¨ªa. No hemos alcanzado un nivel suficiente de mutaci¨®n tecnol¨®gica del cuerpo como para que la pantalla garantice la plenitud de las relaciones personales; se pueda aprender, es decir, crecer, sin ir a la escuela; y se pueda vivir desde casa una experiencia como la del teatro, basada en el contacto directo entre actores y espectadores. Quiz¨¢s llegar¨¢ pero, de momento, apostarlo todo al espacio telem¨¢tico nos empeque?ece.
¡°La ideolog¨ªa del consenso busca la claudicaci¨®n de los gobernantes ante las relaciones de fuerzas existentes¡±
Pero la m¨¢s rotunda las ficciones es la escenificada por Europa. A la hora de la reconstrucci¨®n la Uni¨®n Europea solo ha sido capaz de poner dinero sobre la mesa. Ni una sola idea. Y no es casualidad, es impotencia. Que nos recuerda que todas estas fantas¨ªas se resumen en una: que la ciudadan¨ªa crea que cambia algo para que no cambie nada, que es exactamente lo que significan las apelaciones al consenso. Con el virus el principio de realidad ha llamado a nuestras casas. Y parece que preferimos seguir en la nube de ficci¨®n de la aceleraci¨®n digital.
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