Un funeral para la historia
El discurso de la guerra contra el virus ha servido como tapadera del desconcierto de los gobernantes y para se?alar como traidor a cualquiera que levante una voz cr¨ªtica
El acto de Estado en honor de las v¨ªctimas de la covid-19 quiero entenderlo como el funeral de funerales. La despedida que no pudieron tener unas personas que murieron en soledad y que tuvieron unos entierros casi clandestinos. Pero, ?era este realmente el prop¨®sito?
Tengo que reconocer que es un acto que me genera desasosiego cada vez que pienso en las personas que murieron por causas sin relaci¨®n con la pandemia. Durante estos meses miles de ciudadanos (probablemente algunos m¨¢s que las propias v¨ªctimas del virus) han muerto por diversas enfermedades, como todos los d¨ªas, como todos los a?os. En algunos casos la situaci¨®n sanitaria de excepci¨®n no ha sido ajena al desenlace. En pleno confinamiento, adem¨¢s, su final tambi¨¦n ha conocido la soledad y las despedidas han sido tan condicionadas como las de las v¨ªctimas del virus. ?Por qu¨¦ nadie se ha acordado de ellos? ?Por qu¨¦ no se les ha tenido en cuenta como si su muerte, por banal, no mereciera reconocimiento? Extra?a discriminaci¨®n que, en cierto sentido, me parece que es indiciaria.
Indiciaria, ?de qu¨¦? De las dudas que han acompa?ado la gesti¨®n de la pandemia y de su trasfondo pol¨ªtico. Las primeras ¨®rdenes de confinamiento vinieron acompa?adas del discurso de la guerra: una sorprendente humanizaci¨®n del virus y una contradicci¨®n con el principio moral que los gobernantes dec¨ªan que guiaba sus decisiones: salvar vidas y proteger a los m¨¢s vulnerables. La guerra como movilizaci¨®n patri¨®tica contra el enemigo com¨²n, con el ¨¢nimo de asegurarse la sumisi¨®n y la adhesi¨®n de la ciudadan¨ªa a las medidas de excepci¨®n. Las guerras generan h¨¦roes y a los h¨¦roes se les rinden tributos a mayor gloria de la patria. El argumento de la guerra ha servido como tapadera del desconcierto de los gobernantes y para se?alar como traidor a cualquiera que levante una voz cr¨ªtica. En las guerras los muertos forman parte del c¨¢lculo estrat¨¦gico. Aqu¨ª se trataba precisamente de lo contrario: de salvar el m¨¢ximo de vidas posible.
Compartir el dolor me parece siempre un acto positivo porque acept¨¢ndolo es como se vive realmente la condici¨®n humana. Y me quedo como recuerdo con una imagen de Aroa L¨®pez, sanitaria de Vall d'Hebron, que dice tener las miradas de los que se iban tatuadas en la piel. Pero ?c¨®mo hay que entender este acto? ?Como una forma impl¨ªcita de reconocer la impotencia del Estado ante la gravedad de la situaci¨®n? O al contrario, ?como un acto a mayor gloria del propio Estado para ocultar todas las dudas e interrogantes que deja esta experiencia? El rey Felipe VI ha loado el esp¨ªritu de unidad y de resistencia. Pero si a las instituciones se refiere, es dif¨ªcil verlo en el despliegue de confrontaci¨®n pol¨ªtica e incluso de acusaciones judiciales que hemos presenciado estos meses. ?Loar la unidad que no ha existido para que nos la creamos? ?Hacer hincapi¨¦ en la solidaridad de la ciudadan¨ªa para barnizar el desvergonzado uso de los muertos en la confrontaci¨®n pol¨ªtica? ?Construir un tab¨² de la pandemia, aquello sobre lo que no se puede hablar, para ocultar las graves deficiencias y las profundas brechas sociales que han emergido?
Cuando estamos todav¨ªa a mitad del camino de la crisis sanitaria, cuesta creer que el homenaje no fuera, en el fondo, a mayor gloria de las instituciones. Y m¨¢s a¨²n cuando el protagonismo institucional se ha confiado al rey Felipe VI en el momento m¨¢s cr¨ªtico de la historia reciente de la monarqu¨ªa. ?No ser¨¢ que se han querido apuntalar demasiadas cosas sobre la memoria de los muertos?
Deja, sin embargo, este acto un legado significativo: la laicidad. Por fin, la Iglesia cat¨®lica pierde el monopolio institucional de la despedida de los muertos. Solo cabe decir que ya era hora, en una sociedad que ha cabalgado del nacionalcatolicismo a la laicidad a una velocidad vertiginosa, sin que la Iglesia cat¨®lica se haya dado por enterada de que no es due?a de las conciencias. Por una vez, las confesiones religiosas estaban all¨ª en igualdad de condiciones, sin privilegio para los que se creen en derecho a tutelar los funerales oficiales. Y dif¨ªcilmente tendr¨¢ ya marcha atr¨¢s. No es un peque?o detalle. Es un gran tab¨² que acaba de saltar por los aires. Y quiz¨¢s, con el tiempo, esta sea la raz¨®n para que la fecha de este acto tenga un lugar en la historia.
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