Jazz jondo de altura para un escaso p¨²blico privilegiado

En estos tiempos en los que hasta salir de casa provoca una cierta angustia, al entrar en la Nova Jazz Cava de Terrassa lo que notas es una tranquilizadora sensaci¨®n de alivio. La altura desproporcionada de sus techos, que siempre hab¨ªa parecido excesiva y un poco anticlim¨¢tica, se convierte ahora en un inmenso espacio protector en el que no da miedo respirar profundamente (tras la mascarilla, por supuesto).

Otra cosa es el hecho de entrar, superada la barrera de la toma de temperatura, y, a pesar del letrero de agotadas las localidades, encontrar una sala semivac¨ªa, sin el ajetreo y la habitual animaci¨®n, incluso euforia, que se suele vivir en el local. Muchas menos mesas, muy separadas y con un p¨²blico m¨¢s retra¨ªdo y silencioso que de costumbre. Un primer desencanto que se disipa inmediatamente al ir comprobando las generalizadas miradas de felicidad que escapan por encima de las mascarillas. No se siente aquella tensi¨®n de la Cava llena a rebosar pero las ganas de los pocos privilegiados que han conseguido una entrada, unas setenta personas, compensan con creces.

Antes de iniciarse el concierto, un solo pase para no alargarse m¨¢s all¨¢ de las 23 horas y contravenir las nuevas normas, el incombustible Valent¨ª Grau record¨® al recientemente fallecido Miquel Carol, fot¨®grafo de la Cava y del festival desde sus inicios, dedic¨¢ndole el que iba a ser un memorable concierto.

Y lo fue, Jorge Pardo presentaba un nuevo proyecto titulado Trance que ya de entrada escapa a la norma con un vibr¨¢fono y una guitarra flamenca, instrumentos que hist¨®ricamente nunca han viajado juntos. Pardo inici¨® la tanda a solas con su flauta mostrando ya de entrada su tremenda jondura. No existe una supuesta fusi¨®n entre el jazz y el flamenco, aqu¨ª son una misma cosa y cuando el madrile?o se raja, casi una constante, lo hace al mismo tiempo por Coltrane y por Camar¨®n que, bien mirado, tal vez fueran una misma persona. Poco a poco el resto de instrumentistas se fue incorporando y la voz de Pardo, tanto con la flauta como con el saxo tenor, fue cada vez m¨¢s la de un cantador explay¨¢ndose a placer en una noche de euforia.

Hablar de duende es siempre un t¨®pico pero en este contexto no hay expresi¨®n que describa mejor lo sucedido. Partiendo de distintos palos flamencos la m¨²sica discurri¨® por caminos todav¨ªa capaces de sorprender. Pardo toc¨® mucho y dej¨® que sus m¨²sicos tambi¨¦n pudieran volar a sus anchas en solos o d¨²os de gran intensidad.

Cuando el ambiente estaba en su punto ¨¢lgido fue necesario acabar. Tiempo justo para que el obligado bis concluyera a las 23 horas en punto. No fue un final abrupto pero s¨ª innecesario, podr¨ªamos haber seguido all¨ª mucho m¨¢s tiempo, se notaba en el semblante de todos, m¨²sicos y p¨²blico, que la cosa hab¨ªa sabido a poco. Al acabar, con la sala r¨¢pidamente vaciada, los m¨²sicos no paraban de dar las gracias a los organizadores por conseguir, palabra que suena actualmente a maravilla, organizar conciertos y darles la posibilidad de expresarse en estos tiempos de penumbra. Uno de los responsables del festival confesaba que en a?os anteriores, al finalizar un concierto siempre gritaban ¡°?uno menos!¡±, ahora exclaman euf¨®ricos ¡°?uno m¨¢s!¡±. Y que no decaiga.