Ricos, poderosos y clandestinos
El fallo democr¨¢tico del ¡®proc¨¦s¡¯ es m¨²ltiple, pero su elemento m¨¢s escandaloso es el Estado Mayor, por la opacidad y la clandestinidad que le ha rodeado
No hay putsch ni revoluci¨®n sin un Estado Mayor. Normalmente clandestino. Es el que garantiza la log¨ªstica del cambio de r¨¦gimen. En algunos casos tambi¨¦n es el que toma las decisiones y nombra a quienes deben dar la cara, con independencia del papel que jueguen los pol¨ªticos que se mueven en la legalidad del r¨¦gimen que hay que derribar.
El proceso independentista tambi¨¦n ha contado con su Estado Mayor. Sabemos muy poco de sus caracter¨ªsticas, su composici¨®n exacta, su sistema de trabajo, su relaci¨®n con los partidos y con el Gobierno catal¨¢n. Ni siquiera sabemos si todav¨ªa sigue reuni¨¦ndose y trabajando para obtener sus objetivos.
Es una aut¨¦ntica anomal¨ªa democr¨¢tica. Un caso de ocultamiento a los ciudadanos de una informaci¨®n esencial. Especialmente porque las condiciones de libertades p¨²blicas en las que se lanz¨® el proceso independentista son dif¨ªcilmente mejorables. Desde un gobierno legalmente constituido. Con una polic¨ªa propia. Con presupuestos y medios de todo tipo, especialmente de comunicaci¨®n. Con una radio y una televisi¨®n directamente gubernamentales y unos medios privados generosamente subvencionados.
Y a pesar de todo, ha habido una intensa y eficaz direcci¨®n clandestina, cuyo alcance desconocemos. Catalu?a no es Xing Jiang o Palestina, ni siquiera Hong Kong o Bielorrusia. Conducir un proceso pol¨ªtico democr¨¢tico desde la clandestinidad en tales condiciones, en un pa¨ªs occidental, perfectamente reconocido e integrado en las instituciones internacionales, solo puede ser un desatino surgido de mentalidades arcaicas y decimon¨®nicas, quiz¨¢s bakuninistas o leninistas, mim¨¦ticas en todo caso respecto a los ya desaparecidos movimientos de liberaci¨®n nacional en ?frica o Asia.
La realidad es que la promesa de emprender un proceso escrupulosamente democr¨¢tico para conseguir la independencia de Catalu?a solo ha comprometido a quienes se lo han cre¨ªdo. Nunca fue democr¨¢tico, porque no fue legal ni constitucional, tal como la Comisi¨®n de Venecia del Consejo de Europa se ha encargado de recordar. No fue democr¨¢tico porque no se respetaron los derechos de la minor¨ªa parlamentaria, para mayor verg¨¹enza la que representaba la mayor¨ªa social. Y no fue ni es democr¨¢tico porque la toma de decisiones pol¨ªticas se realiz¨® fuera de los cauces representativos y estatutarios, con total opacidad, por parte de un grupo de personas sin identificar que ni siquiera se hab¨ªan presentado a las elecciones.
Hay en todo ello una deslealtad de dif¨ªcil discusi¨®n por parte de quienes han organizado este Estado Mayor, y no tan solo en relaci¨®n al conjunto de las instituciones del Estado constitucional, sino sobre todo en relaci¨®n a los ciudadanos catalanes, obligados a someterse, unos con gusto ¡ªcomo es el caso de quienes han votado a estos partidos¡ª y otros con indiferencia o disgusto, como es el resto de la ciudadan¨ªa. Parte de la anomal¨ªa democr¨¢tica del Estado Mayor clandestino pertenece directamente a las debilidades del periodismo, que no lo ha contado.
Sin periodismo de calidad, que observe, investigue, pregunte y explique a los ciudadanos las cuestiones importantes que les afectan no puede existir propiamente vida pol¨ªtica democr¨¢tica, sino meramente manipulaci¨®n y propaganda. Buena parte del periodismo ha fallado estrepitosamente. Y cuando ha hecho su trabajo, ha sido con frecuencia se?alado y castigado, desde el poder catal¨¢n y desde el pesado aparato de sus medios de propaganda.
El ¨²nico argumento salv¨ªfico de ese Estado Mayor, en la l¨ªnea del ensue?o del juez Marchena o del farol de la exconsejera Ponsat¨ª, es que su existencia era tan ficticia como iba a serlo luego la independencia y la rep¨²blica. Estas personas que participaron en reuniones informales del Gobierno en el Palau de la Generalitat en los momentos m¨¢s cruciales se nos presentan como meros monitores de una especie de colonias de vacaciones organizadas bajo el r¨®tulo del proc¨¦s independentista. Seg¨²n esta visi¨®n, era parte del enga?o elevado al cubo con el que se arrastr¨® a cientos de miles de personas en pos de la quimera independentista y se intent¨® convencer a todos de la seriedad del cambio de r¨¦gimen que se propon¨ªa.
De las conversaciones telef¨®nicas entre los miembros del Estado Mayor grabadas por la Guardia Civil surgen varios motivos de preocupaci¨®n. Uno de ellos tuvo una intensa actividad de contactos en Rusia. Este individuo es el que especul¨® sobre los muertos que se necesitan para que el proc¨¦s triunfara: los cifra en un centenar. Tambi¨¦n sabemos de los negocios, recalificaciones y presiones informales ejercidas por unos y otros aprovechando la autoridad de su pertenencia al Estado Mayor. Si no convencen las indagaciones de la polic¨ªa y del juez, quiz¨¢s ser¨ªa interesante que fuera el Parlament, o su diputaci¨®n permanente cuando se disuelva, quien se ocupara del caso.
Un cierto optimismo period¨ªstico considera que la historia no admite secretos y todo terminar¨¢ sabi¨¦ndose. Una parte ya la sabemos, y no exactamente gracias al periodismo. Trat¨¢ndose de pol¨ªtica y negocios en Catalu?a, como es el caso, hay que regresar a la dur¨ªsima frase de Agust¨ª Calvet, Gaziel, en sus imprescindibles Meditacions en el desert, referidas a la Lliga de Camb¨®, tan adecuadas ahora para nuestro caso: ¡°Todos, absolutamente todos ¡ªcomo si el destino les hubiera cortado con un patr¨®n ¨²nico¡ª han terminado igual: pol¨ªticamente no han dejado nada; econ¨®micamente, todos se han hecho ricos¡±.
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