La venganza del miedo
En los primeros a?os de la democracia los rituales estaban todav¨ªa sacralizados y formar parte de una mesa electoral era un motivo de satisfacci¨®n. Despu¨¦s pas¨® a ser un palo. Hoy se ve como un riesgo
Toda gran ilusi¨®n puede empujar al desencanto. Sucedi¨® durante la Transici¨®n. El inicio de la d¨¦cada de los ochenta estuvo marcado por esa sensaci¨®n. A la crisis econ¨®mica se le sum¨® el aumento de la violencia y la criminalidad, pero especialmente la idea de que la democracia largamente deseada se deshilachaba ¡°ante la contemplaci¨®n de un aparato pol¨ªtico cada d¨ªa m¨¢s consustancialmente empe?ado en la adopci¨®n de medidas represivas y no creativas a la hora de enfrentarse a los problemas que le acucian¡±. As¨ª lo editorializaba este diario mientras denunciaba retornos a la cultura de la represi¨®n en lugar de crear la de la libertad. Hoy, ser¨ªan unos cuantos los que podr¨ªan trasladar aquella impresi¨®n a su actual mirada. Otros, mayores y supervivientes, aducir¨ªan imposibilidad manifiesta de comparaci¨®n, a pesar de la sensaci¨®n de estancamiento que la pandemia ha potenciado. Porque con ella tambi¨¦n llegaron algunas excusas. Incluso para restringir la libertad, no siempre de manera suficientemente justificada.
Una de las grandes caracter¨ªsticas del sue?o largamente anestesiado por la dictadura franquista era la posibilidad de poder votar. Cada jornada electoral se canoniz¨® pomposamente como ¡°fiesta de la democracia¡±. Y as¨ª, vestida de gala y empoderada, la ciudadan¨ªa acud¨ªa a las urnas para decidir la manera de moldear un pa¨ªs en ciernes. La euf¨®rica llegada de los socialistas rebaj¨® la abstenci¨®n al 20%. Cuatro a?os despu¨¦s, tristemente, se volvi¨® a recuperar casi los mismos puntos que sentenciaron la permanencia de la UCD de Adolfo Su¨¢rez en noviembre de 1979. Y empez¨® otro desenga?o, este con pu?o y rosa, que se intent¨® paliar describiendo la democracia como un sistema aburrido porque nadie se atrev¨ªa a definirlo como el poder de echar a gobiernos m¨¢s que el de ponerlos. Los rituales estaban todav¨ªa sacralizados y formar parte de una mesa electoral era un motivo de satisfacci¨®n. Despu¨¦s pas¨® a ser un palo. Hoy se ve como un riesgo.
Son miles los catalanes que han pedido que los liberen de la responsabilidad de controlar los comicios. Siempre fueron algunos pocos los que ten¨ªan excusas y muchos m¨¢s los que se las buscaban. Ahora, aquellas centenares de solicitudes de bajas se han multiplicado porque el temor al contagio puede m¨¢s que la certeza de ser ¨²til y la convicci¨®n de ser responsable. Y as¨ª vemos c¨®mo el virus del miedo vuelve a imponerse y all¨ª donde se sembraron sospechas ahora han crecido las dudas. Y no parece que la Administraci¨®n tenga credibilidad para diluirlas ni los pol¨ªticos autoridad para combatirlas porque precisamente fueron algunos de ellos, en parte, quienes atizaron el pavor cuando intentaron retrasar las elecciones con argumentos sobre la situaci¨®n sanitaria y la vulnerabilidad social.
Esta reacci¨®n ciudadana, adem¨¢s, facilita que se propague el sutil cuestionamiento de la legitimidad del resultado, sin decirlo abiertamente para no ser tildados de trumpistas. Habiendo quedado, pues, jur¨ªdicamente desprotegida la maniobra pol¨ªtica de la suspensi¨®n, a pesar de la unanimidad de los partidos, bast¨® un forzado desacuerdo en la fecha alternativa para el cruce de navajas. Ante tales evidencias, insistir en la acusaci¨®n a la Justicia y al Gobierno espa?ol para poder acudir a las urnas, m¨¢s que una paradoja, es un desprop¨®sito. Un rastreo serio de los hechos pol¨ªticos diarios de los ¨²ltimos meses no avalan la campa?a. Y no porque la justicia salga indemne, que tiene mucho que enmendar, sino porque estaban m¨¢s que advertidos que apelar a un decreto nacido de la aplicaci¨®n de un automatismo parlamentario dif¨ªcilmente pod¨ªa quedar sin efecto por la voluntad pol¨ªtica de quienes no pod¨ªan firmarlo. Y al volver a enfrentar dos derechos fundamentales haciendo depender el de la participaci¨®n al de la salud, se ha esparcido impl¨ªcitamente la idea de que votar es contagioso.
Pero no para bien, como alardeaban los defensores de la democracia antes de que se hiciera realidad, sino para riesgo de la integridad f¨ªsica de quienes participen. Como si no existieran ni la obligaci¨®n de garantizar el libre ejercicio con toda la seguridad organizativa ni la prudencia propia de no correr m¨¢s riesgo que el de aguardar en la cola, como se hace estos d¨ªas para poder votar por correo. Y en el caso de los miembros de una mesa, como si no tuviera su equivalente en la convivencia con los compa?eros de trabajo ni en los encuentros familiares procedentes de burbujas distintas e incluso distantes.
Hace ahora un a?o, cuando empez¨® la pandemia y apelando a la prudencia, nuestros representantes jugaron con el miedo. Hoy el partido se les vuelve en contra porque ¡°nada da m¨¢s valor al miedo que el miedo de los dem¨¢s¡±, sentenci¨® Umberto Eco.
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