La cicatriz del aut¨®mata (y 2)
Un profesor de mec¨¢nica es el ¨²ltimo mohicano que repara vetustos robots de cobre y lat¨®n, otro mundo que desaparece
¡°El mundo de los aut¨®matas muri¨® hace ya a?os¡±, constata Llu¨ªs Ribas. Porque es un tiempo que no volver¨¢, aqu¨ª estamos. Aqu¨ª es su estudio-taller en su Castellbisbal natal. Ribas repara y crea aut¨®matas, el m¨¢s prehist¨®rico de los afanes del hombre por jugar a ser Dios y crear m¨¢quinas que imitan figura y movimientos de un ser animado. Es el ¨²nico de Espa?a y de los ¡°apenas una treintena¡± que sobreviven en Europa, calcula con pasi¨®n triste. El espacio es donde sus padres, payeses, ten¨ªan botas de vino. Y donde, sabidur¨ªa popular innata, le alertaron de que la cercana Barcelona fagocitar¨ªa frutales para regurgitarlos como segundas residencias y que lo de pay¨¦s era pura ruleta rusa contra la climatolog¨ªa; sin met¨¢foras: que se buscara otro oficio.
El m¨¢s peque?o y solitario de tres hermanos recuerda que de ni?o ¡°con cuatro maderas y unos clavos me hac¨ªa figurillas¡±. Sin saberlo, ejerc¨ªa de esos grand¨ªsimos artesanos que gestaban los karakuri, aut¨®matas de fuste en el Jap¨®n del XVIII. Pero acab¨® reencarnando a Her¨®n de Alejandr¨ªa: si el heleno constru¨ªa con finalidad did¨¢ctica aut¨®matas basados en los principios de Fil¨®n y Arqu¨ªmedes, Ribas, profesor de mec¨¢nica de formaci¨®n profesional, perge?aba conjuntos mec¨¢nicos para ense?ar los misterios de palancas, poleas y engranajes.
¡°Hac¨ªa mecanismos sin ton ni son, cosas sin alma, hasta que entr¨¦ por azar en el Museo de Aut¨®matas del Tibidabo y descubr¨ª el arte total: la parte tecnol¨®gica pod¨ªa sumarse a una de art¨ªstica, mecanismos que daban vida, que lograban que la gente se quedara parada ante un mu?eco en estado de shock¡±. De ah¨ª a resta?ar las heridas de esas delicadas aleaciones de cobre y lat¨®n de particulares, de ese museo y de las del Mar¨¨s y exhibir las suyas en la Universitat Polit¨¨cnica de Catalunya o en CosmoCaixa fue s¨®lo cuesti¨®n del tiempo que fluye boca a oreja.
En la mesa de delineante reposa un complejo trazado a l¨¢piz con fecha de la noche de Reyes. ¡°La idea, el dibujo y las piezas: todo lo hago a mano, como hace cien a?os; s¨®lo compro tornillos¡±, asegura Ribas, entre un torno y una fresadora y una p¨¢tina de virutas met¨¢licas. ¡°El esquema es mi pr¨®ximo aut¨®mata: un mago que tocar¨¢ la cabeza de un ni?o y, con un p¨¦ndulo, adivinar¨¢ la carta que aqu¨¦l habr¨¢ escogido antes; est¨¢ ah¨ª atr¨¢s¡±.
No hay ocasi¨®n de verlo, s¨®lo de o¨ªr un escalofriante estruendo met¨¢lico: acabo de derribarlo con la mochila al girarme. Ribas lo recupera: est¨¢, por fortuna, en fase esqueleto, imagen de un Robocop seriamente perjudicado. Tiene un punto inquietante, generador de ese terror silencioso que magnificaron literatura y cine. ¡°El miedo al aut¨®mata es ancestral, nos ha quedado del XIX, cuando imperaba la ignorancia tecnol¨®gica por saber c¨®mo era posible que nos imitaran y se movieran, un misterio que, aunque hoy ya sabemos todos qu¨¦ mecanismos lo hacen posible, a¨²n fascina¡±. Tambi¨¦n atemorizan, cree, esos movimientos sincopados. Los robots, en cambio, no generan ese miedo. ¡°Culturalmente siempre los hemos puesto al servicio del ser humano, pero con la inteligencia artificial dejar¨¢n de ser m¨¢quinas inocentes porque no sabremos hasta d¨®nde pueden evolucionar¡±, avisa Ribas.
Robocop a¨²n funciona: se mueve espasm¨®dicamente seg¨²n los resortes que toca su progenitor, lo que aten¨²a mi palidez porque Ribas tarda casi a?o y medio en realizar un aut¨®mata, con un coste de 2.000 euros. Si ha de vender alguno (¡±me duele desprenderme de ellos¡±), la cosa oscila entre los 4.000 y los 25.000 euros. El m¨¢s caro al que ha removido sus entra?as es ¡°El pallasso i la granota del Tibidabo: un modelo franc¨¦s del que quedan dos en el mundo porque es muy delicado, por eso casi no se pone en marcha; antes del euro, en subasta lleg¨® a los 30 millones de pesetas¡±.
Ribas es padre de 19 piezas entre aut¨®matas y unas ¡°esculturas en movimiento¡±, un universo que desaparece. ¡°Llevo 28 a?os en la ense?anza y veo la involuci¨®n de las costumbres en los chavales y sus padres: las antig¨¹edades no interesan; el mundo se ha vuelto minimalista y as¨¦ptico; estamos bajo el signo de Ikea¡±, sostiene con sereno hilo de voz templado en las aulas. Lo nota en su hija, Berta, y sus amigas cuando pasan por casa. ¡°Es como si vieran a un friki¡±, extra?eza que crece cuando, tras una puerta, asoman todas las criaturas, con dominio de los magos. ¡°Son los m¨¢s complejos, es el aut¨®mata en su m¨¢ximo esplendor: ha de ser preciso, lo m¨¢s parecido al ser humano y el truco debe estar bien camuflado¡±, dice. El m¨¢s reciente adivina un n¨²mero a partir de una t¨®mbola y otro levanta una tapa en una mesa y hace aflorar la carta que se ha escogido. ¡°Los n¨²meros de magia tambi¨¦n son m¨ªos¡±, apunta Ribas, s¨®lo uno de los tres artistas que engendran cada aut¨®mata: ¡°Mi cu?ada es la patronista, les hace los vestidos, que cose sobre los mu?ecos; y un escultor moldea extremidades y cabezas¡±.
Frente a unas nuevas tecnolog¨ªas que ¡°superan la capacidad humana, no s¨¦ cu¨¢nto tiempo lo resistiremos¡±, contrapone Ribas el aut¨®mata, ¡°asequible e inocente, crea el bien, obliga a hacer un par¨¦ntesis en la vida: no hay m¨®vil, los problemas se congelan¡ en pleno dominio de las supertecnolog¨ªas estos mecanismos simples compiten contra Apple o Huawei¡±. No tiene claro este ¨²ltimo mohicano de los aut¨®matas qu¨¦ har¨¢ con ellos porque su hija no parece interesada, como no lo estuvieron los tres aprendices que pasaron por el taller, el ¨²ltimo hace ya siete a?os: ¡°No aguantan, hay que dominar muchas t¨¦cnicas y es un negocio incierto¡±. De momento, ¨¦l, a sus 53 a?os, sigue. ¡°Dejo hacer a la vida, como los payeses a la naturaleza¡±.
Los egipcios lograron que una estatua de Osiris sacara fuego por los ojos; en Etiop¨ªa, pura Prehistoria, que Memon lanzara sonidos con los primeros rayos del sol; Da Vinci construy¨® dos y Descartes, otro. En el esplendor del XVIII, Von Knauss y Jacquet-Droz triunfaron con sendos escritores, que mojaban la pluma en el tintero y alcanzaban las 40 palabras (los karakuri se quedaron en cuatro caracteres, pero de los suyos)¡ En el Mar¨¨s, los aut¨®matas resiguieron, desde los dedos de la memoria, las cicatrices de mi infancia; ahora, esos datos y las criaturas sincopadas de Ribas tocan, no s¨¦ por qu¨¦, las que dejan el oficio de periodista. Mundos que se van. El tiempo, gran cicatriz.
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