Desterrado de un municipio de Barcelona por atemorizar a sus vecinos
Una jueza proh¨ªbe vivir en Tiana a un hombre con trastorno bipolar por molestar y amenazar a sus habitantes
Las tardes malas, y tuvo muchas de esas durante la pandemia, Quim N. pod¨ªa llegar a montar un esc¨¢ndalo hasta por el sonido de las campanas de la iglesia, y eso que lleva oy¨¦ndolas toda la vida porque vive al lado, en una casa con jard¨ªn y altos muros en el centro de Tiana (8.700 habitantes, Barcelona). ¡°La m¨¢s cara del pueblo¡±, alardeaba en sus d¨ªas de furia, llevado por el alcohol, la coca¨ªna y el ¨¦xtasis. Quim, que tiene 43 a?os y sufre un trastorno bipolar, ha sido un vecino dif¨ªcil. Pero la tarde del 19 de julio de 2020 super¨® todos los l¨ªmites porque por primera vez blandi¨® un cuchillo: para amenazar a una vecina, para agredir a dos polic¨ªas y para robar una botella de ron y papel de liar en un supermercado. Ha sido condenado a nueve a?os de prisi¨®n y a un castigo adicional poco frecuente en este tipo de casos: el destierro.
Quim, que como preso preventivo permanece en el ¨¢rea de drogodependientes de la c¨¢rcel de Brians 1, no podr¨¢ vivir en su pueblo, una vez cumpla condena, durante dos a?os. El C¨®digo Penal no lo llama destierro, claro, sino ¡°privaci¨®n del derecho a residir¡± en ciertos lugares, y es una de las llamadas ¡°penas accesorias¡±. Se aplican de forma selectiva; por ejemplo, a carteristas reincidentes se les proh¨ªbe subir a determinado transporte p¨²blico o entrar a tal o cual centro comercial. Harto de los excesos del ahora condenado, el Ayuntamiento de Tiana, representado por los abogados Andreu van den Eynde y Laia Altay¨®, solicit¨® la medida. Una jueza la ha acordado para ¡°garantizar a todos los vecinos su derecho a vivir con seguridad, sin miedo (¡) y sin la constante violencia generada¡± por Quim, dice la sentencia, a la que ha accedido EL PA?S. ¡°Todos los vecinos¡±, subraya la jueza, ¡°han trasladado al tribunal el hast¨ªo que sienten¡± desde hace a?os por un hombre que hace gala de una posici¨®n social y un patrimonio que, ¡°a su juicio, le da el derecho de molestar y atemorizar a sus vecinos¡±.
Joaquim N. cierra la puerta de la casa familiar y sale a dar un paseo vespertino por las calles apacibles de un pueblo delicioso, en las faldas de la Serralada de Marina -refugio de pueblos iberos-, con vistas al mar y a 15 minutos de Barcelona. ¡°Cuando bebe, se vuelve otra persona, es horroroso¡±, explica el padre, molesto por que el consistorio haya ido m¨¢s lejos que la fiscal¨ªa en el proceso contra su hijo. ¡°Es un enfermo. He intentado ayudarle, pero no es f¨¢cil. Los meses de confinamiento fueron especialmente duros para ¨¦l¡±, cuenta mientras deja atr¨¢s el peque?o supermercado que fue sometido por Quim, en palabras de la jueza, a ¡°un constante saqueo¡±.
Mashuk, banglades¨ª, acaba de vender unos helados a una familia inglesa y atiende, afable, en ingl¨¦s. ¡°?Quim? S¨ª, es una persona muy problem¨¢tica. Entraba, cog¨ªa una botella de ron y se iba sin pagar. Al principio la madre ven¨ªa m¨¢s tarde y lo pagaba. Hasta que se la lio a mi jefe¡±. Mashuk se refiere a la tarde del 19 de julio del a?o pasado, cuando Quim entr¨® a la tienda para coger su botella semanal, pero esta vez con un cuchillo, y se volvi¨® a su casa, que sol¨ªa usar, dice la sentencia, ¡°como parapeto ante sus fechor¨ªas¡±.
Esa tarde, despu¨¦s de seis a?os soportando los hurtos, Muhammad I., el pakistan¨ª due?o del negocio, dijo basta. Decidi¨® ¡°romper la ley del silencio¡± y llam¨® a la polic¨ªa. A Quim eso le irrit¨® y fue a buscarle de inmediato, en ba?ador, sin camiseta y con un cubata en la mano y unas tenazas en la otra, a la tienda. Una patrulla le vio llegar y ¨¦l se meti¨® a toda prisa en casa, adonde se ¡°atrincher¨®¡± hasta que un grupo de orden p¨²blico de los Mossos irrumpi¨® en el domicilio, le lanz¨® un proyectil de viscoel¨¢stica, le detuvo y se lo llev¨® mientras el hombre daba patadas a la mampara del coche patrulla.
Fue el final de una jornada que hab¨ªa empezado con una resaca abrumadora. El d¨ªa anterior, Quim celebr¨® en casa una fiesta por todo lo alto por el cumplea?os de su hijo, celebraci¨®n que provoc¨® las quejas de los vecinos. Una, Rosa P., expres¨® su indignaci¨®n con un comentario en Facebook. A las tres de la tarde del d¨ªa siguiente, Quim se present¨® en su casa. Subi¨® la repisa del muro, alcanz¨® la ventana de la cocina, meti¨® medio cuerpo dentro y cogi¨® un cuchillo. ¡°Te matar¨¦, hija de puta, de ti no me lo esperaba¡±. La mujer, que estaba jugando al domin¨® con sus nietas, logr¨® marcharse. ¡°Le conocemos. Cuando est¨¢ drogado o ha bebido, no es ¨¦l¡±, cont¨® en el juicio. Cuando dos polic¨ªas llegaron, Quim cubri¨® a la carrera unos pocos metros y entr¨® en casa. A trav¨¦s del brezo que rodea el jard¨ªn sac¨® un cuchillo. Despu¨¦s arroj¨® dos piedras grandes a los agentes -una de ellas iba a la cabeza del polic¨ªa, que la par¨® con el brazo- mientras les gritaba: ¡°Soy el puto amo¡±. Los polic¨ªas se tuvieron que marchar, hasta que el incidente del supermercado puso fin a la historia.
La pena de c¨¢rcel -nueve a?os por los delitos de amenazas, atentado a la autoridad y robo con intimidaci¨®n- no sorprende a Carlos, uno de los camareros de El Casal, un bar de pueblo, con mesas en el exterior. Cuenta que, en ocasiones, Quim llegaba en taxi desde Barcelona y no pagaba la carrera. En el bar le prohibieron pedir bebidas alcoh¨®licas, pero el hombre se las ingeniaba para conseguirlas ¡°pidi¨¦ndole a otro cliente que las comprara por ¨¦l¡±. Despu¨¦s le prohibieron la entrada al bar, pr¨®logo de un destierro que ha aliviado a los vecinos pero les ha dejado tambi¨¦n una sensaci¨®n agridulce por el destino de un vecino que, cuando no beb¨ªa, como tambi¨¦n declar¨® Rosa, ¡°pod¨ªa ser muy majo¡±.
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