Desvivirse por la lengua
En la vida de las lenguas intervienen muchos factores, pero ninguno es tan decisivo como la voluntad de quienes la hablan y su capacidad para hacer atractivo su uso de la lengua
Todo desaparecer¨¢. Tambi¨¦n las lenguas que hoy conocemos. Unas muy pronto, como sucede con esas lenguas con apenas un pu?ado de hablantes, y otras m¨¢s tarde, como suceder¨¢ con todas las otras, incluso las que cuentan hablantes en centenares de millones, como sucede con el ingl¨¦s, el chino o el espa?ol. Ya son ganas angustiarse por el futuro de las lenguas. Y sobre todo, si no nos angustiamos suficientemente por el presente de sus hablantes, que son los que de verdad hacen vivir a las lenguas.
Si el catal¨¢n ha sobrevivido a los avatares a veces tr¨¢gicos de la historia es, ante todo, porque sus hablantes han seguido hablando en catal¨¢n a sus hijos y sus nietos y han sabido utilizar la lengua para crear una cultura del m¨¢ximo nivel. Ciertamente, en la vida de las lenguas intervienen muchos factores, pero ninguno es tan decisivo como la voluntad de quienes la hablan y su capacidad para hacer atractivo su uso.
Otros factores contribuyen, pero hay que ponderar con prudencia su papel en la vida de las lenguas. El m¨¢s evidente es el demogr¨¢fico: las lenguas desaparecen cuando desaparecen sus hablantes. Porque emigran del lugar donde se hablan y luego las olvidan o porque tienen cada vez menos hijos y nietos a quienes hablarles en su lengua. Porque quienes llegan sin hablarla no se sienten motivados para hacerlo. Tambi¨¦n cuentan los econ¨®micos: no hay mejor est¨ªmulo para hablar una lengua que encontrar con su uso un puesto de trabajo o la oportunidad de comerciar o hacer negocios. Y los pol¨ªticos, naturalmente: las lenguas oficiales se hallan mejor defendidas, aunque su defensa por un Estado propio no constituye garant¨ªa alguna de supervivencia: el caso de la decadencia del ga¨¦lico oficial en la Rep¨²blica de Irlanda, totalmente angl¨®fona, constituye el ejemplo paradigm¨¢tico.
Los nacionalismos ling¨¹¨ªsticos no son buenos para el futuro de las lenguas que dicen defender. Lo fueron en el pasado, en el siglo XIX principalmente, en la ¨¦poca de la primavera de los pueblos europeos, y m¨¢s tarde, en el XX, en la ¨¦poca de la descolonizaci¨®n. Pero tambi¨¦n en aquellos casos fue la voluntad de los hablantes, su capacidad para usar su lengua y para hacer grandes cosas con ella, teatro, literatura, cine, lo que les ha dado vida, m¨¢s que la pol¨ªtica. La subvenci¨®n y la coerci¨®n pueden servir moment¨¢neamente para salir del paso, pero a la larga perjudican m¨¢s que ayudan, a menos que traspasen el umbral de las pol¨ªticas aceptables y se conviertan en instrumentos de divisi¨®n social, de secesi¨®n e incluso de limpieza etnoling¨¹¨ªstica, como la que hemos visto en numerosos conflictos y guerras entre nacionalismos.
Espont¨¢neamente, hablamos las lenguas que nos ayudan a vivir y rechazamos las que se nos imponen. Anta?o bastaba con una, pero en el mundo globalizado de hoy vivimos mejor cuantas m¨¢s lenguas somos capaces de hablar y escribir y no digamos ya si adem¨¢s somos capaces de crear obras art¨ªsticas y literarias con una o m¨¢s de una. Las lenguas no tienen ideolog¨ªa, y cuando la tienen debemos empezar a preocuparnos por su futuro. Si una lengua se identifica con una causa partidista, sabemos que autom¨¢ticamente los enemigos de esta causa atribuir¨¢n a la lengua los defectos de la causa. Estamos aviados, o aviada est¨¢ la lengua, si su futuro depende de que cuente con un Estado independiente en forma de rep¨²blica despu¨¦s de atravesar siglos sin Estado, sin independencia y casi siempre con monarqu¨ªa, salvo dos ef¨ªmeras y bellas experiencias republicanas que poco pudieron hacer por la lengua y la dictadura franquista que hizo todo para liquidarla pero consigui¨® exactamente lo contrario.
Todas estas reflexiones quedan pasmadas ante el argumento aparentemente definitivo y presentista, sin referencias a la historia ni al futuro, esgrimido por algunos de los hablantes, que reivindican el derecho a vivir su vida entera en catal¨¢n, cosa que ahora consideran imposible ante la presencia abrumadora de una lengua global como el castellano. En Catalu?a, en catal¨¢n, como en Francia en franc¨¦s. Subyace en esta actitud un argumento central en buena parte de un cierto pensamiento nacionalista, que no parte solo de la recuperaci¨®n de un pasado normalmente idealizado como suele suceder con todos los nacionalismos, sino sobre todo de algo todav¨ªa m¨¢s nebuloso como es el pasado que no fue pero pudo ser, es decir, de una mera y remota hip¨®tesis.
Seg¨²n esta concepci¨®n, que fue recogida por el texto del Estatut, solo el catal¨¢n es la lengua propia de Catalu?a, de forma que el castellano es la lengua impropia, a la que hay que tratar en la ense?anza como lengua extranjera, la primera y m¨¢s destacada, ciertamente, pero igualmente extranjera, como el franc¨¦s o el urd¨². La inmersi¨®n ling¨¹¨ªstica, acertado m¨¦todo para adquirir una lengua mediante su uso intensivo por parte de los alumnos reci¨¦n llegados al pa¨ªs, sumada a la sabia exclusi¨®n de un doble circuito de ense?anza en los primeros pasos de la autonom¨ªa conseguido por la izquierda, se ha convertido as¨ª en el proyecto de una ense?anza monoling¨¹e en catal¨¢n, que es la que es objeto de litigio y de obstaculizaci¨®n en los tribunales.
Afortunadamente, esta ecuaci¨®n solo funciona de forma generalizada sobre el papel, aunque ha permitido construir bolsas de monoling¨¹ismo en numerosos puntos del territorio catal¨¢n, donde queda casi satisfecha la reivindicaci¨®n de una vida solo en catal¨¢n, sin la desagradable presencia del castellano. De la defensa irracional de estos enclaves por parte de una elite dogm¨¢tica surge el conflicto, cuyas consecuencias no han sido capaces de ponderar en toda su profundidad quienes se aferran al dogma y menos todav¨ªa quienes se muestran dispuestos en su defensa a desobedecer a los tribunales, a vulnerar la legalidad y a imponer por los hechos sus proyectos pol¨ªticos al conjunto de la poblaci¨®n.
Nadie saldr¨¢ tan perjudicado de estos envites como el uso de la lengua catalana. Quien la siga entendiendo como el alma de la identidad nacional y la ¨²ltima trinchera en el combate de la independencia contribuye a incrementar el riesgo que sufre la vida de la misma lengua, porque son muchos m¨¢s, dentro y fuera de Catalu?a, los que se sienten estimulados por estos argumentos para limitar su uso, dividir a sus hablantes y levantar enfrente una bandera id¨¦ntica, aunque m¨¢s poderosa en demograf¨ªa, en econom¨ªa y en capacidad coercitiva.
La lengua catalana nada ha sacado hist¨®ricamente de las lenguas en disputa y, seg¨²n nos ense?a la experiencia hist¨®rica, ha obtenido los mayores beneficios cuando las lenguas y sus hablantes han entrado en di¨¢logo y las han utilizado para comunicarse y hacer grandes cosas con ellas.
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