Vocaciones ef¨ªmeras
Con 10 a?os, uno tiene muy claro lo que quiere ser de mayor. Luego, las circunstancias se imponen. Pero, a esas edades, todo se quiere mucho, de verdad y para siempre. Hasta que se deja de querer
De peque?a, quer¨ªa ser astr¨®noma. No s¨¦ qu¨¦ sali¨® mal. Pero querer, quer¨ªa. Hasta lo dej¨¦ dicho en mi diario, el 1 de septiembre de 1999: ¡°Hola diario. Espero que no te quejes, te escribo casi todos los d¨ªas. Hoy no tengo nada que contarte, pero me apetec¨ªa escribir. ?Sabes una cosa, diario? De mayor, quiero ser astr¨®noma. Ya tengo un libro y un telescopio. Bueno, diario, esto fue corto pero intenso. Adi¨®s¡±. Todo fue corto e intenso. La vocaci¨®n tambi¨¦n.
Pero entonces, con 10 a?os, lo ten¨ªa tan claro que, efectivamente, mi t¨ªa me llev¨® un d¨ªa a Coru?a y me compr¨® un telescopio en el Corte Ingl¨¦s de Cuatro Caminos, que era ese lugar donde, antes de la era Amazon, se encontraban todas las cosas que no sab¨ªas d¨®nde comprar. Tambi¨¦n me aprend¨ª el primer p¨¢rrafo de la definici¨®n de astronom¨ªa de uno de los tomos de una enciclopedia que hab¨ªa por casa. E hice apuntes de colores en el ordenador a Comic Sans sobre el Sistema Solar. La cosa iba en serio.
En una aldea gallega, contaminaci¨®n lum¨ªnica no hay, as¨ª que el mayor enemigo de la observaci¨®n astron¨®mica era el orballo. Cuando no llov¨ªa, por la noche, sacaba el telescopio a la puerta de casa y apuntaba sobre el tejado del vecino, que es donde se apostaba la Luna despu¨¦s de la cena. A veces, ve¨ªa cr¨¢teres en el sat¨¦lite y estrellas a su alrededor y le pon¨ªa nombres a todo. Por si acaso no ten¨ªan.
Quer¨ªa ser astr¨®noma hasta que dej¨¦ de querer. Porque me enter¨¦ de que hab¨ªa que estudiar Matem¨¢ticas y F¨ªsica para ver bien las estrellas y porque Concha Blanco, la profesora de Gallego -y magn¨ªfica autora de libros infantiles- me dijo que escrib¨ªa muy bien y que hasta podr¨ªa ser periodista de mayor. Y se me cruzaron los cables. La astronom¨ªa perdi¨® inter¨¦s y el telescopio acab¨® en el desv¨¢n.
De vez en cuando, eso s¨ª, a¨²n apetece mirar al cielo. Como el otro d¨ªa, cuando Jacinto Ant¨®n animaba, en un reportaje en el EL PA?S, a visitar la exposici¨®n del CosmoCaixa sobre el sol: dec¨ªa que hab¨ªa tiempo para verlo -unos 5.000 millones de a?os, de hecho-, pero una, procrastinadora como es, decidi¨® adelantarlo y buscar un hueco entre semana para ir a verlo. No vaya a ser que lo vaya dejando y le pille el toro. O el fin del mundo.
Y as¨ª, a golpe de martes por la tarde, una lluvia de estrellas cay¨® sobre las cabezas de la docena de personas que miraban al cielo en el Planetario del CosmoCaixa. Faltaba una hora para la visita guiada por el sol y la proyecci¨®n Postales de otros mundos se convirti¨® en la excusa perfecta para actualizar los viejos apuntes en Comic Sans del Sistema Solar: con im¨¢genes reales recogidas por las sondas enviadas en 70 a?os de exploraci¨®n espacial, sobrevolamos los inmensos volcanes de Marte y navegamos por los lagos de metano de Tit¨¢n, una de las lunas de Saturno.
Ya en el Sol, una se percataba nada m¨¢s entrar que lo de mirar al cielo en la aldea es tradici¨®n antigua: sobre una peque?a maqueta del Stonehenge, los rayos del sol se colaban entre las piedras y marcaban los solsticios y los equinoccios de las estaciones. Tambi¨¦n hab¨ªa en la sala viejos relojes de sol que han servido -y sirven a¨²n, en el atrio de la iglesia de mi pueblo, por ejemplo- para medir el tiempo. Y unas camillas abiertas para sanar con la luz solar a los ni?os tuberculosos. O neveras terap¨¦uticas para curar las insolaciones, que lo poco gusta, pero lo mucho cansa (y enferma). O unos ba?os de luz para tratar la anemia que invent¨® John Harvey Kellog -s¨ª, el de los cereales-. Y decenas de fotograf¨ªas del Sol, de todas las formas, en distintas longitudes de onda de luz, con sus manchas solares o impoluto. Inmenso siempre. Como la vocaci¨®n que tuve en 1999 y luego no.
Con 10 a?os, uno tiene muy claro lo que quiere ser de mayor. Luego, las circunstancias se imponen y uno va siendo consciente tambi¨¦n de sus limitaciones, pero, de entrada, est¨¢ convencido. A esas edades, todo se quiere mucho, de verdad y para siempre. Hasta que se deja de querer. Sin dramatismos tampoco. Simplemente, la vocaci¨®n se acaba.
Una encuesta de la Fundaci¨®n Adecco a 1.800 ni?os de entre cuatro y 16 a?os revel¨® que casi el 25% de los chicos quer¨ªan ser futbolistas y el 22% de las ni?as, m¨¦dicas. Tambi¨¦n polic¨ªas, maestros e, incluso, youtubers, ellos; y profesoras, peluqueras o veterinarias, ellas. Ni rastro de la astronom¨ªa en el top 5, aunque el estudio, recogido por Europa Press, s¨ª mencionaba que alguno quer¨ªa ¡°viajar a Marte para descubrir extraterrestres¡±. Parecido. Aunque aqu¨ª servidora limitaba su vocaci¨®n a la observaci¨®n astron¨®mica, desde tierra firme, sin levantar los pies del suelo.
A lo mejor, la vida los desv¨ªa un poco de sus anhelos infantiles. O no, y resulta que tendremos en unos a?os una cantera fant¨¢stica en el f¨²tbol base para volver pasar de cuartos en el Mundial y un super¨¢vit de grand¨ªsimas m¨¦dicas para garantizar el relevo generacional que ahora amenaza al sistema sanitario. Qui¨¦n sabe.
Quiz¨¢s, al final, ni siquiera iba yo tampoco tan desencaminada a los 10 a?os y solo ha cambiado el punto de mira. Porque observar -el mundo, no los astros-; con distancia y perspectiva, aunque el telescopio siga en el desv¨¢n; con precisi¨®n; y escribirlo, en Comic Sans o en una libreta arrugada, es la esencia del periodismo. Ya lo dec¨ªa en mi diario el 1 de septiembre de 1999: ¡°Me apetec¨ªa escribir¡±.
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