Taxonom¨ªa de la indigencia de Barcelona
Los indigentes con dolencias mentales se suman a un ingente ej¨¦rcito de victimas del colapso social, junto al clim¨¢tico, que pende sobre nosotros como una invisible y puntual espada de Damocles
La presentadora de televisi¨®n Ana Rosa Quintana demostr¨® palmariamente que no es de mirar mucho cuando camina por una ciudad. Parece que hace unos d¨ªas estuvo en Barcelona y extrajo un tajante diagn¨®stico: ¡°Barcelona est¨¢ llena de perros flautas¡±. Hace unos a?os, en Argentina, un conocido jugador de futbol, viaj¨® al norte del pa¨ªs y le doli¨® la miseria que vio. A los dos segundos las redes se rasgaban las vestiduras. Alguien le recrimin¨® semejante conclusi¨®n y ¨¦l respondi¨®: ¡°Es que yo soy de mirar mucho¡±. Justamente lo que no es la se?ora Quintana. Cuando haces un an¨¢lisis a vuelo de p¨¢jaro transitando por las calles de una ciudad, tienes que tener la virtud de no equivocar lo que ves, no basta con mirar por encima, tienes que hacerlo como el jugador argentino.
En Barcelona veo, cada d¨ªa que pasa, m¨¢s indigentes. Hasta tengo la impresi¨®n de que pasan por mi lado los que lo ser¨¢n dentro de 48 horas, minutos m¨¢s minutos menos. Como tambi¨¦n soy de mirar mucho saco una conclusi¨®n: no son ¡°perros flautas¡±. Son gente que vaya a saberse de d¨®nde y c¨®mo llegaron al cemento urbano con todo lo que ten¨ªan puesto. Cuando pasas de ver a mirar es cuando entonces descubres un drama humano.
Yo arriesgo una taxonom¨ªa. No hay en Barcelona un solo tipo de indigentes. Si miras mucho ver¨¢s que los hay que llevan una maleta de rueditas, cual turistas algo descuidados en su indumentaria; los hay que llevan mochilas; los que llevan un m¨®vil pegado a la oreja (siempre me pregunto ?con qui¨¦n hablar¨¢n, en caso de que est¨¦n en sus cabales, con alg¨²n familiar al que le est¨¢n mintiendo que est¨¢n soberbiamente bien, que ya trabajan o est¨¢n a punto de hacerlo); los que van con perros, sin por ello ser ¡°perros flautas¡±, como apunt¨® la se?ora Quintana con tanta ligereza como desprecio; y por ¨²ltimo los que leen. Estos ¨²ltimos exigen una consideraci¨®n: ?vivieron en una familia de clase media cultivada? Los veo c¨®modamente respaldados en las paredes devorando un libro, como si recordaran cuando lo hac¨ªan en el sof¨¢ de sus confortables casas.
La familia de los indigentes de nuestra ciudad est¨¢ constituida por j¨®venes y viejos, de gente del pa¨ªs y del extranjero, de distintas razas. Y de entre ellos surgen otro tipo de indigentes: los que arrastran alguna dolencia mental. Caminan como zombis, hablan solos como si lo hicieran consigo mismos o con un invisible interlocutor o hablan a gritos, con un inquietante sonido agresivo, como recrimin¨¢ndonos nuestra culpa por haber hecho o permitido que llegaran a esa devastadora situaci¨®n. E incluyo a otros en mi clasificaci¨®n: Son gente, hombres y mujeres, que nada nos hace percibirlos como indigentes, pero que sin embargo los vemos deslizarse disimuladamente sin camino de retorno por la pendiente de la indigencia. Enfilan las papeleras donde esperan encontrar algo, una bebida o un bocadillo a medio consumir por alg¨²n turista. Ser¨¢ el nuevo indigente que se sumar¨¢ a este ingente ej¨¦rcito de victimas del colapso social, junto al clim¨¢tico, que pende sobre nosotros como una invisible y puntual espada de Damocles.
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