Poner l¨ªmites al turismo
Cada vez hay menos gente dispuesta a sacrificarlo todo al altar del turismo. El debate ha comenzado. Mejor no demorarse
Exceptuado el par¨¦ntesis de la pandemia, Barcelona ha aumentado a?o tras a?o el n¨²mero de visitantes y este 2024 se encamina hacia un nuevo r¨¦cord absoluto de turistas. ?A d¨®nde nos llevar¨ªa un crecimiento cuantitativo ad infinitum? Si abandon¨¢ramos la ciudad a la din¨¢mica del mercado, en pocos a?os toda Ciutat Vella, el Eixample, Gr¨¤cia, Sant Antoni, Poble Sec, Sants, Poble Nou¡ se convertir¨ªan en un inmenso parque de despachos y pisos tur¨ªsticos. Y si para entonces Barcelona no hubiera muerto ya asfixiada por su propio ¨¦xito global, la ola de la gentrificaci¨®n se ir¨ªa extendiendo por el resto de la ciudad y el ¨¢rea metropolitana. Del mismo modo, sin normas que limiten dr¨¢sticamente su expansi¨®n, las terrazas acabar¨ªan colonizando las aceras y las plazas, y el comercio quedar¨ªa reducido a una sucesi¨®n de franquicias, tiendas de cannabis, souvenirs, accesorios para m¨®viles y puestos de manicura. El mercado solo regula lo que le interesa. Y lo que le interesa es el beneficio privado: barra libre para la econom¨ªa extractiva y especulativa.
El principal argumento de los partidarios del status quo es que poner l¨ªmites al turismo masificado penalizar¨ªa gravemente la econom¨ªa de la ciudad. Recuerdan que el turismo representa el 15% del PIB y hablan de los miles de puestos de empleo que se perder¨ªan, de los ingresos adicionales que muchas familias dejar¨ªan de tener con la prohibici¨®n del alquiler tur¨ªstico y vaticinan un empobrecimiento general de la ciudad. Por esa regla de tres, ninguna regulaci¨®n estar¨ªa justificada. En realidad, lo que est¨¢n pidiendo quienes utilizan estos argumentos es que sacrifiquemos el bienestar de todos, el acceso a la vivienda, nuestra identidad y nuestro espacio vital al ansia insaciable de beneficio de unos pocos, en su mayor parte inversores ajenos a la ciudad que se llevan los beneficios a otra parte. Regular, en este caso, no perjudica a la mayor¨ªa, sino a la minor¨ªa.
Del monocultivo turismo se derivan muchos y perniciosos efectos: la gentrificaci¨®n que expulsa a los j¨®venes de la ciudad; un aumento generalizado del precio de la vivienda que ha convertido el alquiler en un factor de vulnerabilidad social y angustia permanente; un modelo de econom¨ªa basado en empleos precarios, con salarios muy bajos, horarios muy extensos y escasa posibilidad de progreso profesional; la especializaci¨®n de la ciudad en trabajos de baja calidad, lo que atrae inmigraci¨®n poco cualificada y aumenta la proporci¨®n de poblaci¨®n vulnerable; la erradicaci¨®n del comercio tradicional por el aumento del precio de los locales y por un modelo de consumo destinado a la poblaci¨®n flotante, basado en una oferta estandarizada y restringida. Y una desertificaci¨®n social general: all¨ª donde los turistas sustituyen a la poblaci¨®n aut¨®ctona, no hay ni?os, ni tejido asociativo ni v¨ªnculos comunitarios y familiares que generen solidaridad y sirvan de amortiguador de las muchas crisis que se ciernen sobre nosotros.
El estado de opini¨®n est¨¢ cambiando muy r¨¢pidamente. Cada vez hay menos gente dispuesta a sacrificarlo todo al altar del turismo. En Canarias, Baleares, M¨¢laga y C¨¢diz han emergido movimientos de protesta contra la masificaci¨®n tur¨ªstica. Tambi¨¦n en Barcelona y van a m¨¢s. Algunas ciudades han comenzado a reaccionar. Venecia, ?msterdam, Nueva York, Palma de Mallorca, Dubrovnik y la propia Barcelona han anunciado medidas. Son de muy muy distinta naturaleza ¨C b¨¢sicamente tasas, limitaciones de aforo y reducci¨®n de oferta- y hasta ahora ninguna de ellas ha demostrado ser suficiente para frenar la din¨¢mica depredadora. Seguramente todas acaben siendo necesarias. El debate ha comenzado. Mejor no demorarse.
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