La casa dividida
El independentismo dividido no consigui¨® su objetivo m¨¢ximo, pero la sociedad catalana tampoco conseguir¨¢ desde la actual divisi¨®n nada de lo que se proponga cambiar respecto al tipo de relaci¨®n con el conjunto de Espa?a
La divisi¨®n independentista es cong¨¦nita. El proceso secesionista empez¨® precisamente como una subasta entre independentistas para hacerse con la hegemon¨ªa de un movimiento que se promet¨ªa a s¨ª mismo la exclusiva del poder en la Catalu?a futura. La emulaci¨®n en la carrera por la autenticidad fue el combustible hasta la fallida independencia y sigui¨® luego impulsando los intentos de reavivar el proceso y de consolidar, mantener y apropiarse de su legado. El independentismo ha vivido, y ahora desfallece, gracias al car¨¢cter contradictorio de su fuerza polarizadora, que le impulsa en la etapa de radicalizaci¨®n, pero le debilita a la hora de alcanzar alg¨²n objetivo concreto. No es la ¡®casa grande¡¯ que quer¨ªa Artur Mas, sino la casa cada vez m¨¢s peque?a y dividida de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.
La historia es muy catalana, vinculada al escaso tama?o del pa¨ªs, a las caracter¨ªsticas de su sociedad, al contexto europeo y a los obst¨¢culos que se oponen a las pretensiones transformadoras en sociedades como la nuestra; es decir, a las famosas ¡®condiciones objetivas¡¯ que el voluntarismo independentista ha preferido obviar. Las generaciones actuales han podido experimentarlo con los m¨¢s recientes naufragios: del Estatut, de la independencia y del cainismo independentista de ahora. Pasadas generaciones hab¨ªan sufrido an¨¢logas experiencias, pero aprendieron bien sus lecciones pr¨¢cticas a la hora de recuperar la democracia y el autogobierno. La m¨¢s determinante es el principio mitificado de la unidad pol¨ªtica, atendido con empe?o por los dirigentes catalanes de la transici¨®n, y especialmente por Josep Tarradellas, tanto en la recuperaci¨®n de la Generalitat como luego en la etapa de gobierno provisional de la autonom¨ªa. La experiencia demuestra que cuando se trata de mejorar el estatus de una comunidad pol¨ªtica de tama?o y fuerza tan limitados como Catalu?a, en un contexto espa?ol y europeo como el actual, no sobra ni un ¨¢pice de energ¨ªa, y por ello es imprescindible un m¨ªnimo consenso o, si se quiere, la m¨¢xima unidad entre las fuerzas pol¨ªticas, sociales y econ¨®micas.
El obst¨¢culo es secular: inercias centralistas, insuficiente presencia en los cuerpos de la Administraci¨®n, la fuerza centr¨ªpeta de Madrid... Dif¨ªcil saltarlo o incluso desplazarlo ni siquiera ligeramente, quiz¨¢s imposible. Era una quimera la separaci¨®n, pero m¨¢s lo era la pretensi¨®n de que podr¨ªa bastar la mitad m¨¢s uno de los votantes en un refer¨¦ndum para romper con la legalidad constitucional. El independentismo dividido no consigui¨® su objetivo m¨¢ximo, pero la sociedad catalana tampoco conseguir¨¢ desde la actual divisi¨®n nada de lo que se proponga cambiar respecto al tipo de relaci¨®n con el conjunto de Espa?a.
La dificultad del nuevo sistema de financiaci¨®n es enorme. Requiere una nueva pol¨ªtica unitaria. Nada saldr¨¢ sin una tregua en la competencia suicida entre Esquerra y Junts. Tampoco sin abrir las puertas a todos los catalanes, tambi¨¦n a los votantes del PP. Pocas cosas han perjudicado tanto como aquel cord¨®n sanitario contra los populares instalado con el Pacto del Tinell (2003). De all¨ª arranca casi todo: la guerra contra el Estatut, el desastre posterior, el actual forcejeo... Se hace insostenible cualquier proyecto catal¨¢n realmente transformador que parta de la divisi¨®n. Es la casa dividida contra ella misma cuya ca¨ªda anunci¨® Abraham Lincoln en su famoso discurso antes de la guerra civil.
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