La vida de las fallas m¨¢s all¨¢ de Valencia
La efervescencia fallera se ha extendido desde el centro del pa¨ªs hacia los extremos, y no es descartable que m¨¢s municipios se sumen a ella
En materia de fallas, hay vida m¨¢s all¨¢ de la provincia de Valencia. En Castell¨®n plantan sus monumentos las localidades de Borriana, Benicarl¨®, Almenara y La Vall d¡¯Uix¨®. En Alacant, la pasi¨®n por los ninots inunda las calles de Calp, D¨¦nia, Pego, Benidorm o X¨¤bia.
Es obvio que, en las ¨²ltimas d¨¦cadas, la efervescencia fallera se ha extendido desde el centro del pa¨ªs hacia los extremos, y no es descartable que m¨¢s municipios se sumen a ella. Otra cosa ser¨ªa indagar cu¨¢les son los motivos que dan origen a esta fatal atracci¨®n por el fuego y la p¨®lvora.
En Borriana se plantan fallas desde las primeras d¨¦cadas del siglo XX. La primera falla, si no me equivoco, fue la del barrio de La Merc¨¦, que cada a?o se plantifica ante el antiguo convento mercedario, hoy en d¨ªa Casa de la Cultura. Hace muchos a?os el poeta ¨Cy vividor¡ª Jos¨¦ F¨¦lix Escudero escribi¨® un emotivo poema que comenzaba as¨ª: ¡°Se compone el coraz¨®n de un ni?o de las mismas razones que una falla¡±. Ese es el secreto, sin duda, la f¨®rmula cualitativa de la fascinaci¨®n por los monumentos ef¨ªmeros. Las mismas razones que una falla: sue?os, picard¨ªa, humor, fugacidad. Hay que aprender a mirar esos mu?ecos gigantes con los ojos de un ni?o y entonces se produce el milagro. De donde se colige que los valencianos somos pueriles y adem¨¢s ¨CUnamuno dixit¡ª nos pierde la est¨¦tica.
Borriana, por cierto, exporta artesanos y cr¨ªticos ¨Cpor ejemplo, a las fallas de Valencia. No hace mucho perdimos a uno de los m¨¢s grandes, Quino Puig. Un hombre con el coraz¨®n tan grande ¨Cun hermoso coraz¨®n infantil¡ª que se le rompi¨® mientras dorm¨ªa.
Personalmente, he tenido que aprender a mirar de nuevo las fallas con los ojos de cuando ten¨ªa 10 a?os. Como no me gusta el ruido ni las aglomeraciones, el d¨ªa de San Jos¨¦ no ten¨ªa nada que celebrar. Pero mi yo antiguo, mis 10, 11 o 12 a?os, me reclamaba otra mirada, la de aquel a?o en que me salt¨¦ las clases en los Salesianos y me recorr¨ª todas las fallas en proceso de montaje, con un caramelo de caf¨¦ con leche en la boca.
Desde entonces estas fiestas, para mi gusto, tienen ese sabor. El del ni?o estupefacto que expone su coraz¨®n a la intemperie para que el humo de los petardos lo emulsione irreversiblemente.
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