Todos los madriles caben en una calle
La calle de Alcal¨¢, diez kil¨®metros y medio desde Canillejas a la Puerta del Sol sobre y bajo tierra, es un completo muestrario del paisaje y el paisanaje de la urbe
A mediod¨ªa de un jueves cualquiera a¨²n se oye la flauta del afilador en la capital del reino. Hoy he subido de Alcal¨¢ de Henares a la calle de Alcal¨¢ de Madrid en bus. Uno de esos Alsa verdes que zurcen a vainica triple las carreteras de la provincia llevando y trayendo personal del extrarradio a la urbe y viceversa. He bajado en Canillejas, he cruzado andando el puente sobre la pista de Barajas, que dicen los taxistas viejos, he pillado churros en Kini, el quiosco plantado enmedio de tama?a encrucijada y he cogido otra l¨ªnea verde, la 5 del Metro, para pasear bajo tierra la v¨ªa m¨¢s larga de Madrid y la tercera de Espa?a.
Arriba van pasando pol¨ªgonos y bloques, lofts y adosados, talleres, solares y oficinas. El silo de papel de la Casa de la Moneda y el plat¨® de El hormiguero. El parque de la Quinta de los Molinos, y el de El Retiro. Fruter¨ªas de batalla regentadas por marroqu¨ªes. Tiendas de ropa y de comestibles chinas. Mercer¨ªas con esa lencer¨ªa ultrarreductora tan del gusto de las madrile?as latinas. La sede de Ciudadanos. El coso de Las Ventas. El Palacio de Cibeles con el alcalde Almeida en la torre del vig¨ªa. Los pijos de Serrano. Los plut¨®cratas del Banco de Espa?a. Los bohemios del C¨ªrculo de Bellas Artes. Y, al final, en lontananza, a diez kil¨®metros y medio de donde nace, o muere la calle de Alcal¨¢, la Puerta del Sol, meta so?ada de los candidatos del 4-M. Hay muchos madriles en Madrid, cada uno con su flora y su fauna, pero casi todos est¨¢n en esta v¨ªa. Incluidas las eternas obras del Canal de Isabel II, con permiso de Isabel I de D¨ªaz-Ayuso, los atascos infernales en cuanto caen cuatro gotas y, s¨ª, un afilador en moto trepanando los t¨ªmpanos de los viandantes ofreciendo sus servicios por la plaza de Quintana.
Cuatro octogenarios largos y otros tantos mirandas de parecida quinta juegan un mus tras otro echando la ma?ana en los bancos dispuestos cual mesa camilla. Est¨¢n ¡°jodidos, pero contentos¡±, vacunados con ¡°la buena, la de Pfizer, la de los infartos os la dejamos a los j¨®venes¡±, seg¨²n le vacilan a esta intrusa que les interrumpe el juego. De pol¨ªtica no hablan, aunque uno despotrica lo m¨¢s grande ¡°del Coletas¡± y otro ¡°de la Monasterio¡± sin que llegue la bilis a la alcantarilla. A esta hora, con los ni?os en el cole y quienes tienen curro currando, la media de edad del barrio no baja de los 60 a?os, pero las cosas est¨¢n cambiando.
Detr¨¢s de la plaza, a tiro de petanca de la timba de abuelos vacilones, Ant¨®n ?lvarez ¡ªC. Tangana y El madrile?o para el siglo¡ª compon¨ªa su m¨²sica hace solo un lustro en el sal¨®n de un piso min¨²sculo y bajaba luego a atizarse unos litros en el parque de Jos¨¦ del Hierro con sus colegas. Hoy, su T¨² me dejaste de querer convive con la bachata de los nuevos vecinos latinos en los cascos de los adolescentes. Lo sabe bien Alberto de Mora, encargado de la inmobiliaria Tecnocasa y vecino de aqu¨ª de toda la vida, que se echa un pitillo al solecillo de media ma?ana. El negocio anda tocado por la pandemia, pero se ven visos de mejora. Antes tardaban horas en alquilar por 700 euros un piso de dos cuartos sin ascensor y sin reforma. Ahora, no bajan de dos semanas y les cuesta encontrar clientes solventes. A la espera de que entren al mercado las viviendas vac¨ªas de los muchos mayores fallecidos por Covid en este envejecido barrio, las pocas casas que salen a la venta est¨¢n muy solicitadas por parejas j¨®venes con ni?os o idea de tenerlos alg¨²n lustro si la precariedad les deja. Los grandes inversores, que no son tontos, est¨¢n comprando tambi¨¦n locales en este d¨¦dalo de calles con el autob¨²s y el metro a la puerta. Los tiros de las bandas latinas de Ciudad Lineal, a otro tiro de petanca, pero al otro lado de la calle, se quedan en Ciudad Lineal, de momento.
Flota en el aire una sensaci¨®n de fin de un mundo que acaba sin que otro empiece del todo. Ya lo dicen los titulares de los peri¨®dicos del quiosco de Yolanda S¨¢nchez, que hered¨® el negocio de su madre y de su abuela, tres generaciones de mujeres voceando y despachando prensa en Quintana, y que aguanta el tir¨®n de mala manera. Lo ¨²nico cierto es la incertidumbre. De momento, ya han cerrado varias sucursales bancarias dejando a la parroquia sin cajeros y, en la galer¨ªa de abastos, Mart¨ªn Villegas, el carnicero del barrio desde 1987 y ¨²ltimo inquilino del mercado, est¨¢ liquidando el g¨¦nero porque el s¨¢bado pr¨®ximo, o sea, hoy mismito, tiene que echar definitivamente la persiana para que empiecen las obras de un Lidl.
Bajo dando un garbeo hasta la sede de Ciudadanos, frente a Las Ventas. Ni rastro del candidato de la casa ni de su moto, salvo su nombre en las camisetas que regalan un par de militantes en un tenderete electoral en la puerta. Si cierra una los ojos, no obstante, casi puede ver a Edmundo Bal, el Entusiasta, saltando cual maletilla al ruedo a jugarse a todo o nada sus siglas. Unos metros m¨¢s abajo, en el sem¨¢foro sobre la M-30, una chica guap¨ªsima y trist¨ªsima se ofrece a limpiar las lunas de los coches por una moneda. Nadie la deja y solo unos pocos, muy de vez en cuando, se dignan a bajar el cristal y darle unos c¨¦ntimos. M¨¢s all¨¢, intramuros, la ciudad cambia de paisaje y paisanaje a cada manzana. Muta la anchura de las aceras, los escaparates de las tiendas, las pintas de la gente y hasta la de los perros. Es otro Madrid, otro mundo, otro planeta, pero est¨¢ en esta calle.
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