El juego tambi¨¦n es una droga
?Qu¨¦ sucede para que la gran adicci¨®n de nuestro tiempo, el juego, se publicite por la tele ? ?Por qu¨¦, de manera alegre, las casas de apuestas contin¨²an al lado de los colegios?
Cuando yo era peque?a, hab¨ªa muchos m¨¢s descampados que ahora. No viv¨ªamos rodeados de edificios ni hab¨ªa tantos parques.Te bajabas a la calle a jugar y la calle era el asfalto, las baldosas de la acera, una arena que parec¨ªa tener dientes o la hierba sin cortar. Sin florituras, sin la mirada atenta de nuestras madres ni de nuestros padres, m¨¢s que desde la ventana, con ch¨¢ndales cubiertos de parches, con miles de amigas porque las vecinas coet¨¢neas se convert¨ªan en compa?eras inseparables, y con mucha imaginaci¨®n para suplir la falta de casi todo. Lo anterior, a pesar de las carencias, era lo bueno. Sin embargo, tambi¨¦n hab¨ªa cosas malas. Hubo una ¨¦poca en la que en esos espacios que decidimos que fueran l¨²dicos por obstinaci¨®n y por no haber otros, encontr¨¢bamos jeringuillas por doquier.
A m¨ª me pill¨® muy ni?a, pero recuerdo que los mayores nos advert¨ªan antes de salir de casa, normalizando aquello que nunca deber¨ªamos haber considerado normal. ¡°Cuidado, no os pinch¨¦is¡±, nos dec¨ªan antes de salir. En efecto, durante mi infancia, el consumo de droga por v¨ªa intravenosa estaba muy extendido. Azot¨® a todas las capas de la sociedad, pero en las periferias, se vivieron situaciones familiares dram¨¢ticas y se produjeron ingentes p¨¦rdidas imperdibles, la de los seres que se amaban.
Hab¨ªa zonas especialmente complicadas. Yo me acuerdo de un parque, que estaba situado frente a una tienda de deportes y cerca de una pista de patinaje, que sol¨ªa llenarse de ni?os cada tarde, al salir de clase. Todo el mundo lo llamaba ¡°el parque del elefante¡± debido a que ten¨ªa una estructura met¨¢lica, tipo tobog¨¢n, con la forma de ese animal y estaba atestado de j¨®venes que sent¨ªan que les daba la vida quit¨¢rsela con cada pinchazo.
En esa ¨¦poca me daban miedo, porque la desesperaci¨®n que les generaba la necesidad de un nuevo chute les llevaba a pedir algo de dinero o, directamente, a atracar a los transe¨²ntes para poder seguir drog¨¢ndose.
No obstante, hab¨ªa una conciencia global del da?o que la hero¨ªna estaba infligiendo en la gente y hasta en el colegio, nos hablaban del tema para que tuvi¨¦ramos cuidado y no cay¨¦ramos. Hay una generaci¨®n entera que a¨²n la teme porque es consciente de c¨®mo act¨²a y de sus estragos.
?Qu¨¦ sucede para que la gran adicci¨®n de nuestro tiempo, en cambio, se publicite por la tele ? ?Por qu¨¦, de manera alegre, las casas de apuestas contin¨²an al lado de los colegios? ?Qu¨¦ hace falta para que los programas que admiten esos anuncios entiendan que la ludopat¨ªa tambi¨¦n, aunque de otro modo, puede destrozar por dentro?
El otro d¨ªa, escuch¨¦ c¨®mo un joven le dec¨ªa a otro que le dejara tres euros para apostar y que enseguida se lo devolver¨ªa puesto que iba a ganar. Me impresion¨® c¨®mo r¨¢pidamente, ambos chavales empezaron a autonarrarse el cuento de la lechera. Ganar¨ªan esto y podr¨ªan comprarse lo de m¨¢s all¨¢ y con eso logrado, el paso siguiente ser¨ªa obtener algo aun mayor.
?Qu¨¦ importante ser¨ªa contarles lo que se pierde! Y no hablo solo de dinero sino del tiempo, que nunca vuelve, de las amistades que dejan de entenderte y de la salud mental.
El juego tambi¨¦n es una droga y como tal, resulta devastadora.
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