La ¨²ltima noche de terrazas en Madrid: ¡°?Es necesario el aire libre. No me quiero aislar de mi vida!¡±
El llamamiento de las autoridades a que la gente se quede en casa por el coranovirus hace que el jueves apenas hubiera cuatro gatos en Madrid
La calle Argumosa es la terraza de todos los vecinos de Lavapi¨¦s que sue?an con tener una terraza. Encontrar una mesa vac¨ªa es una loter¨ªa diaria. En la ¨²ltima noche de sillas y mesas abiertas en la capital, los madrile?os optaron por dar la luz del sal¨®n de casa. A las 21.30, en esta v¨ªa de m¨¢s de 20 bares en apenas 400 metros, hab¨ªa mucha gente tomando cervezas. A las 22.00, la mitad. A las 22.30, la mitad de la mitad. La italiana Raquel Decarlo, de 28, regenta el restaurante Prima Donna en un codiciado esquinazo. Un delicioso local de pastas y pizzas que en hora punta tiene una respuesta autom¨¢tica: ¡°Pero, ?tiene reserva?¡±.
Anoche solo fueron cuatro gatos a cenar. No hab¨ªa bullicio. Solo se escuchaba por Spotify al cubano Ibrahim Ferrer versionando una de Los Panchos: ¡°Nadie comprende lo que sufro yo. Canto, pues ya no puedo sollozar...¡±. Y tanto. ¡°Nos cancelaron todas. Lo mismo nos est¨¢ pasando con el fin de semana¡±. Sus padres, en Venecia, no paran de escribirle por el grupo de WhatsApp familiar: ¡°Madrid acabar¨¢ como Italia, hija, prep¨¢rate¡±. Por primera vez, estos cinco trabajadores no se han saludado con besos al llegar al trabajo. ¡°Estamos manteniendo las distancias, pero los cocineros hacen las pizzas con las manos¡±. Ayer no hizo falta.
En un clima donde los abrazos y los besos est¨¢n precintados, David e Isabel, de 33 y 37 a?os, van camino del d¨¦cimo verm¨² en una mesita de metal. Han quedado por Tinder y... ya se han besado:
¨D Lo que no voy a hacer es ir a currar el s¨¢bado y hoy quedarme en casa, dice ¨¦l.
¨D Estamos sobredimensionados con el jodido virus este, responde ella.
¨D Seguiremos de copas, la noche ser¨¢ larga.
En la mesa de al lado, Flor y Anita, dos amigas argentinas de 29 y 35 no pod¨ªan m¨¢s: ¡°Es necesario el aire libre. Yo me agobio en casa. No me quiero aislar de mi vida. ?Todo el mundo habla del coronavirus!¡±.
En la glorieta de Quevedo, otro rinc¨®n madrile?o que sirve de pre¨¢mbulo para el copeo, Eva y Sergio (nombres ficticios) se sientan en una terraza, colocan una servilleta en la mesa para poner su m¨®vil encima y, al lado de su vino y su cerveza, dejan su l¨ªquido desinfectante para las manos. Los dos amigos no han tardado en encontrar su sitio: una mesa sin nadie alrededor. Su preocupaci¨®n por la expansi¨®n del coronavirus es elevada, pero no ven problema en salir a la calle, siempre que no haya gente. ¡°Lo que te va a hacer algo son las personas, que son los que te pueden pasar el virus¡±, asegura Sergio.
Desde el domingo, Eva, Sergio y su otro compa?ero de piso (un m¨¦dico cuya informaci¨®n es la principal fuente de estos dos j¨®venes) llevan una higiene extrema, que pasa por limpiar con agua y amoniaco sus m¨®viles y los pomos de las puertas en cuanto llegan a casa. Todos los d¨ªas se toman la temperatura. Reconocen, sin complejos, que ya de antes estaban un poco ¡°loquitos con la limpieza¡±.
Pero este jueves han salido a la calle agotados por el teletrabajo. ¡°A m¨ª es que me duelen los ojos, me da jaqueca trabajar en casa¡±, cuenta Eva, que trabaja en banca. Han decidido tomar algo fuera, pero no con cualquiera. Horas antes, Sergio, ingeniero de telecomunicaciones, ha llamado al amigo con el que hab¨ªa quedado: ¡°Oye, no quedamos, ?no?¡±, le ha dicho. ¡°Obvio, no¡±, ha respondido su colega. Desde el principio de esta semana, los tres compa?eros de piso, vecinos del distrito de Chamber¨ª, han acordado verse solo entre ellos tres, ¡°salvo alguna excepci¨®n, como una movida hospitalaria¡±. Tras coger un m¨®vil ajeno para ver la foto que les acaban de hacer, se limpian las manos, cada uno con su gel. A Eva se le cae en la mesa al volverlo a dejar. ¡°Qu¨¦ asco¡±.
En la calle Ponzano (#ponzaning para los que suben sus fotos a Instagram) suele haber porteros en una y otra acera. Esta noche, Alberto S¨¢nchez, de 28 a?os, vestido de negro, con los brazos cruzados, es el ¨²nico segurata en todo este tramo de bares nocturnos. ¡°Nunca hab¨ªa visto esto as¨ª de vac¨ªo¡±, alucina. En un grupo de WhatsApp de colegas que se dedican a lo mismo est¨¢n alarmados porque lo primero que hacen los negocios es deshacerse del tipo que resguarda la entrada. S¨¢nchez acabar¨ªa el turno hoy en La Lianta y se ir¨ªa a la discoteca de enfrente, La que faltaba, un garito semiescondido en la sede de una asociaci¨®n de taxis. Pero la discoteca ha bajado la persiana. As¨ª que no hay nada que proteger. ¡°Se cierra Ponzano y nos vamos a ir todos a la calle. Va a ser una masacre¡±, cree, pensando en su trabajo. Aunque est¨¢ muy concienciado con el tema de la salud: ¡°Lo mejor es que esto pare, que nos quedemos en nuestras casas. Hay que darnos un mes. Ya volveremos a salir de marcha. La vida es m¨¢s importante¡±.
Pero no todos est¨¢n dispuestos a sacrificarlo todo. Dani, de 33 a?os, le hab¨ªa pedido una cita a Lourdes, de 32. Se conocieron a trav¨¦s de sus respectivos trabajos. Por la ma?ana, Dani le escribi¨® un mensaje dici¨¦ndole que no pusiera el coronavirus como excusa. Ella dud¨®, pero al final aqu¨ª est¨¢n, sentados en unas mesas del Tupperware, en Malasa?a, en un local casi vac¨ªo con olor a cerveza incrustrado en las paredes. ¡°Me siento como en First Dates¡±, bromea ella. Si esta relaci¨®n va a salir para adelante no ser¨¢ por la visi¨®n tan distinta que tienen sobre la pandemia del coronavirus.
¨DLlevaba mucho tiempo China meti¨¦ndole ca?a a Estados Unidos. Desde que China es m¨¢s fuerte que Estados Unidos ha pasado esto. ?Qu¨¦ casualidad! Es una conspiraci¨®n. Estados Unidos sab¨ªa que iban a atacar Pearl Harbor y se dejaron. Ahora han hecho igual. ?A que s¨ª?, dice Daniel.
¨DNo, no me creo nada de eso, replica ella.
El razonamiento de Daniel casa con el del portero del Tupperware, un se?or con barba que fuma cigarros liados a mano. ¡°Esto no es la peste bub¨®nica ni las siete plagas de Egipto. Es todo un invento de los gobiernos¡±. Sin embargo, cuando su discurso supera los tres minutos, ha dado un rodeo para llegar justo a la conclusi¨®n contraria: ¡°Esto es grave y nos est¨¢n ocultando informaci¨®n. Juegan con nosotros, somos marionetas¡±.
Dentro, el idilio de Dani y Lourdes sigue tomando forma. ?l est¨¢ m¨¢s entregado que ella. Como tampoco quiere quedar como un conspiranoico, ahora dice que toma muchas precauciones higi¨¦nicas para evitar el virus. No toca la puerta del metro, siempre espera hasta que otro apriete el bot¨®n, y golpea el torno con el codo. ?Llegado el caso pasar¨ªan una cuarentena juntos? ¡°Yo s¨ª¡±, responde ¨¦l sin pens¨¢rselo. ¡°Si la paso¡±, a?ade ella haciendo una inflexi¨®n, ¡°mejor acompa?ada, claro¡±. Nadie sabe si esta ser¨¢ su primera o su ¨²ltima noche juntos.
¡°Un pueblo que pierde la capacidad para convocar una reuni¨®n alrededor de la barra de un bar, es un pueblo muerto. Da igual que a¨²n tenga habitantes. Como pueblo, es un cad¨¢ver¡±, escribe Juan Tall¨®n en el libro de cr¨®nicas Mientras haya bares. El llamamiento de las autoridades a que la gente se quede en casa ha creado un Madrid mucho m¨¢s c¨ªvico pero menos luminoso.
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