La aparente normalidad del primer domingo sin Rastro en Madrid por el coronavirus
El barrio est¨¢ acostumbrado a este sosiego solo de lunes a s¨¢bado. En realidad, la aparente normalidad oculta un d¨ªa hist¨®rico
El Rastro siempre estuvo ah¨ª. Tendido sobre una pendiente, sus visitantes han remontado o descendido el chorro de puestos con sus afluentes durante siglos. Al menos, hasta ahora. Un virus ha logrado lo que no consigui¨® la metralla durante la guerra: detener este impetuoso caudal. [Fotogaler¨ªa: un paseo por el Rastro en 1985]
El Ayuntamiento de Madrid anunci¨® el jueves la suspensi¨®n temporal de este mercado madrile?o. La medida durar¨¢ dos domingos consecutivos, pero es prorrogable en funci¨®n del desarrollo de la pandemia del coronavirus.
Este domingo el Rastro est¨¢ igual que cualquier otro d¨ªa de la semana. Por eso la imagen de sus calles vac¨ªas no impacta, como lo hace una Gran V¨ªa espectral o la Puerta del Sol desierta. Eso s¨ª, est¨¢ echado el cierre de las tiendas de escalada, los almacenes de antig¨¹edades y los bares de banderilla. Conforme avanza la ma?ana aparecen paseadores de perros y varios madrugadores que bajan a por pan, los corredores y alg¨²n padre con carrito. El barrio est¨¢ acostumbrado a este sosiego solo de lunes a s¨¢bado. En realidad, la aparente normalidad oculta un d¨ªa hist¨®rico.
Las fechas de trascendencia a veces son imperceptibles, pero el gesto desencajado de Mayka Torralbo indica que algo no va bien esta ma?ana calmada. Es portavoz de la Asociaci¨®n El Rastro Punto Es, que aglutina a tres de cada cuatro trabajadores. Lleva trabajando en el Rastro 40 a?os y es la primera vez que contempla un domingo sin el mercado. El retablo de usos y costumbres hoy se ha desdibujado. Faltan los pintores de San Cayetano; las jaulas y los art¨ªculos para mascotas de Fray Ceferino Gonz¨¢lez; los cromos con p¨¢tina y las monedas de la plaza de Campillo del Mundo Nuevo, las revistas y libros con solera de Carlos Arniches. Tambi¨¦n su puesto de ropa femenina, cuya licencia le transmiti¨® un amigo que abandonaba el oficio.
Torralbo llega corriendo al lugar en el que deber¨ªa estar su carpa de tres metros. Como si quisiera comprobar que sigue ah¨ª el bronce del h¨¦roe Eloy Gonzalo. Bajo la sombra de la estatua esta mujer de 58 a?os ha pasado muchas horas. Aqu¨ª lleg¨® bregada en el arte de la venta callejera. Aprendi¨® junto a su madre en el mercadillo de El Pozo del T¨ªo Raimundo. Torralbo se queja de que el concejal del distrito no se ha reunido con los tenderos del Rastro para comunicarles la suspensi¨®n. El Ayuntamiento admite esta recriminaci¨®n, pero sostiene que inform¨® mediante los vocales: ¡°Yo me enter¨¦ por la prensa¡±.
¡°Los comerciantes entendemos que esta es una situaci¨®n excepcional y queremos respetar los protocolos, pero necesitaremos ayudas cuando todo esto pase. Hemos hecho una fuerte inversi¨®n en g¨¦nero y gastos fijos. Somos un sector muy vulnerable¡±, precisa Torralbo. Actualmente en el Rastro hay 900 puestos en activo. La tasa municipal cuesta unos 500 euros anuales. Algunos tenderetes los comparten varias familias. Muchas bocas comen de esta celebraci¨®n antigua que va a la contra de la globalizaci¨®n: ¡°Durante mucho tiempo, para comprar cosas de China, Ir¨¢n o la India hab¨ªa que venir aqu¨ª. Esto era la vanguardia. Ahora resulta muy complicado tener algo que no se venda en las grandes superficies. El consumo va muy r¨¢pido y nuestro ritmo es m¨¢s lento¡±, se queja.
Ni si quiera los obuses que agujerearon Madrid durante la Guerra Civil pudieron acabar con el Rastro. Entonces se celebraba a diario. Mut¨®, mengu¨® y vivi¨® muchas vicisitudes, pero siempre se celebr¨®. La Junta de Defensa as¨ª lo permit¨ªa. Un reportaje publicado en el diario Cr¨®nica en julio de 1938 lo demuestra. El titular dice as¨ª: ¡°Los pen¨²ltimos h¨¦roes de Cascorro. Entre los adoquines, removidos por una explosi¨®n, crecen frutos que nadie sembr¨®¡±. Jos¨¦ Antol¨ªn Nieto, profesor de Historia Moderna en la Universidad Aut¨®noma de Madrid, se?ala que en la ¨¦poca se consideraba un motor econ¨®mico fundamental. Adem¨¢s, combat¨ªa el estraperlo. Ten¨ªa una funci¨®n social.
Autor de un libro sobre el Rastro, Nieto conoce en primera persona el muestrario de labores que all¨ª se desarrollaban y se desarrollan a¨²n. Sus padres regentaban un puesto en la Plaza del Campillo. Vendieron g¨¦nero de toda clase: primero sellos, despu¨¦s herramientas y m¨¢s tarde botones, hilo y alfileres. ?l tambi¨¦n atendi¨® al p¨²blico tras el mostrador que hoy regenta su hermano: ¡°El Rastro es un organismo vivo, un lugar de encuentro que pertenece a toda la ciudad.¡±. Nadie sabe c¨®mo contar¨¢n sus alumnos estos d¨ªas en los futuros libros de Historia.
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