Abuelos aislados y sin nadie con quien hablar: ¡°Me gustaba ver a los obreros trabajar¡±
En la Comunidad de Madrid hay m¨¢s de 270.000 mayores, seg¨²n el INE, de los que el 30% vive solo
En la obra de un edificio que se levanta en la calle Bret¨®n de los Herreros, en el barrio madrile?o de Chamber¨ª, se echa de menos a Victoriano, de 93 a?os. ¡°Hace d¨ªas que no viene. Estamos preocupados¡±, dice un gruista. El hombre, todas las ma?anas, aprovechaba los paseos con el perro para comprobar los avances de la construcci¨®n. Le maravillaba la modernidad de las nuevas edificaciones, el cemento y el hierro alz¨¢ndose hasta el cielo, como por arte de magia. Victoriano, al principio, se asomaba con discreci¨®n a trav¨¦s de las vallas metalizadas, pero poco a poco fue cogiendo confianza. Los obreros paraban un momento para explicarle los ¨²ltimos avances, las modificaciones sobre la marcha, los retos ante las dificultades que surg¨ªan de manera inesperada. En Cihuela, su pueblo de Soria, el anciano hab¨ªa hecho sus pinitos como constructor aficionado, nada importante seg¨²n ¨¦l, aunque suficiente para adquirir unos conocimientos b¨¢sicos. As¨ª que se permit¨ªa lanzar algunos consejos a los profesionales. Humildes eso s¨ª. Dichos con todo el respeto. Pero hace m¨¢s de una semana que Victoriano no aparece por ah¨ª. La arquitectura a pie de calle se ha quedado sin uno de sus espectadores m¨¢s fieles.
Desde que se declar¨® la pandemia del coronavirus que le ha costado la vida en Espa?a a 533 personas, la mayor¨ªa ancianos con patolog¨ªas previas, Victoriano Bordej¨¦ se ha enclaustrado en casa, la quinta planta de un edificio de la calle M¨¢laga. Acostumbrado a la ch¨¢chara, lleva mal no conversar largo y tendido con nadie. ¡°Me aburro. Los d¨ªas se hacen largu¨ªsimos¡±, confiesa. A veces se olvida de lo que ha desayunado por la ma?ana, pero recuerda perfectamente el d¨ªa en que estall¨® la Guerra Civil espa?ola, en 1936. Ten¨ªa nueve a?os. Compr¨® este piso en el que vive el mismo d¨ªa que asesinaron al jefe del Gobierno, Carrero Blanco, en 1973. Su vida corriente est¨¢ engarzada de alguna manera con los grandes sucesos de la Historia. Ahora lo que le ocupa es la afici¨®n a la ingenier¨ªa civil. ¡°Me gusta ver a los obreros trabajar. A veces les hago comentarios y ellos se r¨ªen. Son maj¨ªsimos¡±.
En el encierro le acompa?a su hija, una enfermera de 60 a?os. Victoriano es aut¨®nomo, no necesita ayuda de nadie. Pero las horas que se queda solo mientras su hija trabaja en el hospital y la distancia de dos metros que guardan el uno del otro no las lleva del todo bien. Sumirse en el silencio le aterra. A primera hora de la ma?ana, le da una vuelta a la manzana al perro. Vuelve a toda prisa y evitando cruzarse con nadie. Victoriano come en la cocina, su hija en el sal¨®n. Si uno camina por un pasillo, el otro cierra la puerta de la habitaci¨®n. Es un juego de poner obst¨¢culos entre dos personas que conviven bajo el mismo techo. ¡°Les he dicho a mis dos hermanos que no vengan. Nadie puede entrar en la casa. Mi padre est¨¢ preocupado porque apenas hablamos y se siente inquieto¡±, explica la hija por tel¨¦fono.
Alg¨²n d¨ªa, cuando todo esto acabe, Victoriano volver¨¢ a primera l¨ªnea de obra. Cuesta imaginar que ese edificio vaya a crecer derecho sin su supervisi¨®n.
Solo en la Comunidad viven m¨¢s de 270.000 mayores, seg¨²n el INE. De ellos, el 30% vive en soledad. Uno de ellos, se llama Juan, pero todos le llaman Luis. Juan Luis, de 85 a?os, lleva una semana sin salir de casa. ¡°A mi mujer y a m¨ª nos gustaban mucho los cr¨ªos, pero no quisieron venir. Sufrimos un aborto. Mi Petri muri¨® de c¨¢ncer hace m¨¢s de 20 a?os. Desde entonces los hospitales me dan mucho miedo, pero en fin, si me pongo malo, ir¨¦. Aunque la fe se te va muchas veces¡±. Tiene Skype, WhatsApp, est¨¢ conectado permanentemente con su sobrino, que vendr¨¢ ma?ana con la compra. ¡°Gracias a ¨¦l leo textos extraordinarios¡±. Dice que la soledad es acostumbrarse. ¡°Tuve novia desde los siete hasta los 19 y encima me dej¨®. Luego quiso volver, pero yo ya dije que no. Luego fui al baile y conoc¨ª a mi mujer. La vida hay que llevarla como viene¡±.
Los madrile?os se asoman a la ventana y ven a los mismos coches de ayer. Y que anteayer. Y que anteanteayer. A eso de las doce del mediod¨ªa, el vecino de 75 a?os Francisco S¨¢nchez camina con los dos primeros botones de la camisa de cuadros desabrochados y deja entrever un vello blanco desairado. Extaxista, con panza de media luna, camina por mitad de la calle de Santa Isabel de Lavapi¨¦s sin miedo. Pasear por algunos rincones de Madrid ya no es un ejercicio de riesgo, sino de urgencia. Hoy, aunque cojea un poco, se ha desplazado ¡°solo¡± 150 metros. ¡°He salido a por las pastillas y leche¡±.
¨D ?Dos cajas de Enalapril?
¨D Tengo la tensi¨®n alta y varias cosas.
¨D No lleva guantes ni mascarilla¡
¨D Si es que no me he preparado. Lo hago r¨¢pido.
Dice que est¨¢ afrontando estos d¨ªas como puede, pero no sabe qu¨¦ decir. ¡°Yo no s¨¦ opinar todav¨ªa, si es que¡, no s¨¦, no s¨¦. Vemos la tele todo el tiempo, qu¨¦ remedio. Hay pel¨ªculas buenas, malas, peores, regulares¡±.
¨D ?Y qu¨¦ va a comer hoy?
¨D Jam¨¢s pregunto lo que me pone de comida la mujer.
Madrid tambi¨¦n es un rinc¨®n de Malasa?a. Aqu¨ª, el vecino Nacho Mart¨ªnez, de 59 a?os, toc¨® este martes el telefonillo de Charo, una vecina del cuarto, de 80 a?os. Ella, que vive sola, le dijo que estaba bien, que no necesitaba nada y que era su cumplea?os. ¡°?Tu cumplea?os?¡±, respondi¨® ¨¦l con su sorpresa. Manos a la obra. Nacho lo comunic¨® en el grupo de WhatsApp de la comunidad y en dos horas el timbre de Charo volvi¨® a sonar. Ella, algo insegura, mir¨® por la mirilla, abri¨® la puerta y se encontr¨® con una deliciosa tarta sobre un taburete. No hubo abrazos ni besos. Pero eso, hoy, tambi¨¦n es un signo de cari?o. Charo se asom¨® al patio emocionada y, llorando, escuch¨® c¨®mo sus vecinos, desde las ventanas de las cocinas, le coreaban feliz cumplea?os.
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