El hotel para ejecutivos que aloja a los sintecho contagiados
Una veintena de personas sin hogar se reponen del coronavirus en las habitaciones con cuatro estrellas que han medicalizado el Ayuntamiento de Madrid y Cruz Roja
El d¨ªa que ingres¨®, Jes¨²s tuvo una ¨²nica petici¨®n: leer a Miguel Delibes. En el pabell¨®n 14 de Ifema, donde viv¨ªa junto a otro centenar de sintecho hasta hace una semana, se le agot¨® la prosa. Lleg¨® deseoso de lectura a esta habitaci¨®n individual con ba?era, calefacci¨®n, televisi¨®n, wifi y s¨¢banas almidonadas: ¡°Ahora que estoy encerrado, la palabra me abre otros mundos¡±.
El que fue destino para ejecutivos de viaje por negocios se ha convertido en el primer hotel medicalizado en nuestro pa¨ªs fuera del sistema sanitario de una comunidad aut¨®noma. Se encuentra en Las Tablas, el barrio madrile?o al que se mudan las multinacionales. El ?rea de Familias e Igualdad del Ayuntamiento, en colaboraci¨®n con Cruz Roja, lo inaugur¨® el jueves pasado con el objetivo de alojar a personas sin hogar y familias desamparadas que presenten signos leves de coronavirus. Con ello se quiere aliviar la carga de los albergues, donde las dependencias compartidas y los espacios excesivamente abiertos complican una cuarentena. En el inmueble ya duermen 23 personas, pero hay espacio para otro centenar, que llegar¨¢ en los pr¨®ximos d¨ªas.
Como Daniel El Mochuelo ¡ªprotagonista de El Camino (Delibes, 1950)¡ª, Jes¨²s tiene la mirada asustada. Durante la cosecha, este hombre de 44 a?os, enjuto y con media melena, trabaja en los invernaderos almerienses, donde ¡°hace tanto calor que all¨ª el bicho se muere¡±. La pensi¨®n en la que viv¨ªa cerr¨® y por ello se refugi¨® en Ifema. Tuvo suerte: la lista de espera para una plaza en la red de acogida supera el medio millar, seg¨²n el registro del Samur Social. Jes¨²s comenz¨® a encontrarse mal y acab¨® en el hospital Ram¨®n y Cajal. La fiebre era baja, de manera que despu¨¦s lo derivaron al segundo piso de este hotel con vistas a la nueva city madrile?a. Varias veces al d¨ªa puede salir al patio a fumar. Lo hace sin retirarse del todo la mascarilla: ¡°En el Valle del Jerte, mi tierra, ya habr¨¢ un mill¨®n y medio de cerezas listas para recoger¡±.
Le desespera pensar que toda esa fruta madura pueda echarse a perder: ¡°Los extreme?os siempre hemos sido pobres de solemnidad¡±. A su pesar, la merienda no incluye picotas, s¨ª pl¨¢tano, magdalenas y un batido. Las bandejas son de pl¨¢stico desechable. Por seguridad, nada se recicla. Clara organiza las raciones en la planta baja, la zona limpia del edificio, sin riesgo de contagio. Esta irlandesa de 30 a?os afincada en la capital es una de los 25 voluntarios de Cruz Roja: ¡°Me dedico a los recursos humanos de una gran empresa. Nos aplicaron un expediente de regulaci¨®n temporal de empleo y ahora tengo mucho tiempo. Hacer yoga y leer termina cansando, as¨ª que decid¨ª venir a ayudar¡±.
El inmueble tiene cinco alturas. Por cada planta un corredor distribuye 22 habitaciones y se alarga hasta llegar a la escalera de servicio. All¨ª est¨¢ ubicado el control de desinfecci¨®n, una frontera de pl¨¢stico que David de Frutos franquea a diario. El enfermero se coloca un equipo de protecci¨®n que lleva su nombre escrito a la espalda. Va a inyectarle heparina a un usuario: ¡°Les proporcionamos la medicaci¨®n relacionada con el coronavirus, la diabetes o la hipertensi¨®n. Tambi¨¦n f¨¢rmacos relacionados con problemas de salud mental o adicciones, como la metadona¡±.
Las incursiones han de ser las menos. Los mediadores sociales utilizan el circuito interno del hotel para llamar a las habitaciones. Gran parte de la atenci¨®n se lleva a cabo a distancia para reducir el riesgo de contagio. En la zona sucia, cada minuto cuenta. Con los sudores del mono y la incomodidad de la m¨¢scara facial, los profesionales auscultan, toman la temperatura del paciente, cambian s¨¢banas y toallas, roc¨ªan la mesilla de noche con viricida o llevan la cena. ¡°Por ahora es todo muy manejable. Veremos qu¨¦ tal cuando esto se llene¡±, conmina de Frutos.
Debajo est¨¢ la oficina improvisada desde la que se gobierna el edificio. Sobre estas mesas sol¨ªa servirse caf¨¦ y croissants a los clientes. Escenas arrumbadas en la memoria. A la derecha, se amontonan los informes impresos; a la izquierda, descansan varios ordenadores port¨¢tiles. El cuartel general est¨¢ coordinado por Mar¨ªa Garc¨ªa In¨¦s, de la Cruz Roja: ¡°Damos una atenci¨®n primaria a las personas con s¨ªntomas de la Covid-19 que no tienen d¨®nde pasar adecuadamente la cuarentena. Tambi¨¦n a algunos a¨²n convalecientes¡±. Trabajan 30 m¨¦dicos, enfermeros, psic¨®logos y trabajadores sociales que en apenas unos d¨ªas han retirado todo elemento ornamental ¡ªbutacas, l¨¢mparas de pie, cortinas o alfombras¡ª para convertir el hotel en un hospital de campa?a.
El coste del dispositivo por cama y d¨ªa ronda los 106 euros. Cuatro veces m¨¢s que uno de los 24 hoteles medicalizados de la Consejer¨ªa de Sanidad de la Comunidad de Madrid. En aquellos solo hay que cubrir los gastos derivados de limpieza, lavander¨ªa, restauraci¨®n y recogida de residuos biosanitarios. El personal procede de hospitales y centros de salud, recursos de los que carece el Ayuntamiento: ¡°Tenemos un perfil de usuario muy concreto. La atenci¨®n social es tan importante como la m¨¦dica¡±, sostiene Garc¨ªa In¨¦s. ¡°Para alguien que ha vivido en la calle, estar encerrado no es algo sencillo¡±. La coordinadora agrega que no han fijado una estancia m¨¢xima: ¡°Depende del usuario y su recuperaci¨®n¡±. Por su parte, esta segunda vida del hotel s¨ª tiene fecha de cierre, ya que ha sido concebido para prestar servicios durante dos meses.
Cuando esto suceda, Juan Carlos a¨²n no sabe a d¨®nde ir. Este peruano de 34 a?os se dedicaba al transporte de mercanc¨ªa y huy¨® de su pa¨ªs cuando amenazaron de muerte a su familia. Los contrabandistas quisieron hacerse con su negocio. Lleg¨® a Espa?a en enero, junto a su mujer y dos hijos peque?os. Los cuatro fueron a parar a un piso en Las Rozas donde viv¨ªa un familiar junto a otra decena de personas, repartidas en tres dormitorios provistos de literas: ¡°Comenzamos a encontrarnos mal. Yo me quer¨ªa morir del malestar. De seguir en aquella casa habr¨ªamos infectado a todos. Tan hacinados es imposible mantener la distancia de seguridad¡±.
Su mujer empeor¨® e ingres¨® en el hospital Puerta de Hierro. Entonces la trabajadora social del municipio traslad¨® a Juan Carlos y sus dos hijos a este alojamiento en Las Tablas. Los tres se han instalado en una habitaci¨®n doble. Les han prometido tabletas y pasan las horas entre tebeos, cuentos ilustrados y juegos de mesa. La risa de los peque?os se cuela a trav¨¦s del tel¨¦fono: ¡°F¨ªjate lo que hemos tenido que vivir para pisar por primera vez un hotel de cuatro estrellas¡±.
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